De regreso a la aldea de Nima – Capítulo 4 de «El otro nombre»

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La distancia hasta la aldea de Nima es grande, más o menos a una luna. Son muchos días y en mitad del camino posiblemente encuentren la marca señalada por los dioses para la entrega de los jóvenes de ambas tribus.
            Kenie mira con entusiasmo a Nima, la invita a seguirle para atravesar el primer arroyo. Conoce bien los pasos y lugares más adecuados para no mojarse los pies, ahora cubiertos con gruesas pieles de castor. Ella lanza su mano al encuentro de Kenie, pero ya no la suelta hasta que el sol se eleva hasta su vertical. Al cabo de tantas horas de caminar, el hambre inicia una llamada a través de ambos estómagos vacíos. No encienden fuego, ni beben leche, solo lo hacen por la noche, a resguardo en alguna gruta. Carnes secas dispuestas en pequeñas tiras, es el único alimento a fin de evitar hacer un fuego que puedan descubrirlos. Se sientan a la sombra de unos frondosos árboles y comen durante el momento que han aprovechado para descansar. Pese a no tener prisa, tampoco deben demorarse mucho, él debe volver, lo ha prometido.
            Durante la primera semana comentan las costumbres, muy similares, de sus respectivas tribus. Por las noches estiran una de las mantas sobre el suelo para resguardarse del rocío de la mañana. Se tapan con otra. Kenie acepta esa situación después del cuarto día y ante la insistencia de Nima. Sin embargo, cada noche espera a que ella se duerma antes de dejar su cuerpo yacer al lado de ella. Más o menos espera una hora, según el desplazamiento de la estrella en el cielo, por la que se guía. El calor de la manta, unido al suave tacto de la piel de Nima, aumenta sus sujetos deseos de acariciarla. Sin embargo, no se permite un solo momento de debilidad. Es la razón por la que entretiene el tiempo que precede a dormir, colocando en el terreno circundante algunas trampas para evitar, que se acerquen o ronden animales una vez dormidos. Al cabo de quince días Nima pregunta.
—¿Por qué no te echas a dormir cuando lo hago yo?
—Debo prevenir la aparición de algún animal, pongo algunas trampas con ramas, así el ruido que pueden provocar me despertará.
—¿Estás seguro?
—Claro.
—¿Incluso cuando dormimos en alguna cueva?
—Desde luego.
—Me mientes, lo sé.
—No. No lo hago, puedes ver las trampas.
—No dudo que las pongas, pero tardas mucho en colocarlas cada noche.
—Así es mejor, además, prefiero aguantar el fuego echando leña.
—Lo suponía, aunque no me convences. Han transcurrido quince días desde que salimos y estos lugares comienzan a ser conocidos. Por cierto ¿puedo saber a qué obedece la señal que llevas en tu espalda?
—Es la que nos ponen obedeciendo las leyes de los dioses ¿Cómo es?
—¿No la conoces?
—No.
—Espera, a nosotros también nos hacen marcas en el cuerpo, mira la mía, la tengo en el mismo lugar que tú.
—Pero Nima, nos está prohibido mirarlas. Nuestro Más Anciano así lo dice y debemos respetarlo, han de ir siempre ocultas para los demás.
—Lo sé, también a nosotros nos imponen esa norma, pero ¿no crees que al ser de otra tribu podemos verlas?
—Tal vez.
            Nima se deshace de la camisa y deja su torso desnudo. Espera un instante, da la espalda a Kenie y dice.
—Fíjate, está ahí, verás —dice tomando su mano para llevarla sobre la señal.
—Ya veo
—Mírala bien, luego quiero que la dibujes en el suelo. Yo haré lo mismo con la tuya.
—De acuerdo.
            Hace ademán de retirar la mano, sin embargo, ella la retiene. Se da vuelta y enfrenta su cuerpo al de Kenie. Sus senos desnudos están separados por el cordón que sujeta el colmillo de jabalí con que la obsequió, sin decir la verdadera razón. Sin tiempo para mencionar palabra alguna, retiene la mano de Kenie hacia el colgante arrastrándola por el desnudo pecho. El nota de inmediato un sofoco que le invita a intentar soltarse, pero ella vuelve a impedírselo y acerca sus labios a los de él. Antes de besarle pregunta.
—¿Que significa este colgante? Me lo pregunto desde el día en que me lo pusiste.
—Solo un obsequio, ya te lo dije.
—¿Solo eso?
—Sí, y por favor, cúbrete. No debemos permanecer así, necesitamos continuar el viaje.
—Antes quisiera… —no termina la frase.
—Antes, nada, Nima.
—Está bien, como quieras, pero debes dibujar la señal y yo mirar la tuya.
—De acuerdo, pero luego nos iremos, hoy cambiaremos de camino, no quiero tropezar con guardianes de los dioses.
—¿Y si tropezamos con ellos que harás?
—Luchar.
—Entonces veamos las señales, luego haremos cuanto dices.
            Nima se vuelve de espaldas y él fija su mirada con atención. Dos figuras semejantes a soles con nueve puntas cada una, aparecen separadas por un signo parecido a dos colinas gemelas y unidas. Memoriza las marcas y suspira al notar que Nima se vuelve de nuevo. En esta ocasión para abrazarle con fuerza llevando sus labios otra vez junto a los de él.
—No, no debemos. Por favor, Nima.
—¿No vas a desposarme?
—Esa es mi intención y deseo, pero primero necesitamos la autorización de nuestros mayores.
—Lo sé, Kenie.
—Por favor, no me hagas más difícil esta travesía.
—Debes prometerme que te meterás en la manta sin esperar. Ahora déjame ver tu marca para dibujarla junto a las mía.
            Kenie da la vuelta y se quita la camisa. Nima besa una y otra vez la espalda hasta llegar a la marca. Él tiene tres soles idénticos, aunque separados por dos líneas rectas. Después de dibujarlos, se pone la camisa e insta a Nima a vestirse.
—¿Te has fijado, los soles son idénticos?
—Es cierto. ¿Qué pueden significar?
—No tenemos donde confrontar para comprobarlos.
—No importa, ya tendremos tiempo cuando lleguemos a tu aldea.
—¿Piensas desobedecer la norma?
—Definitivamente sí. Hace tiempo prometí a mi padre que intentaría ser un Más Anciano y así poder hablar con los dioses.
—¿Para qué?
—No es justo dejar una aldea sin jóvenes, siendo como somos el sustento de nuestros mayores. Yo tuve suerte y no me llevaron, pero otros se van para no volver. Pero dejemos esta conversación, me pone de mal humor, salgamos y comencemos a caminar.
—Como quieras, futuro esposo mío.
—Por favor Nima, todavía no tengo la promesa ni autorización.
—La conseguirás, mi padre no te la negará, estoy segura.
—¿Y qué dirá cuando sepa que no estás con los dioses?
—Se pondrá contento, ya es mayor, y como tú, tampoco está de acuerdo con ellos.
            Nima toma con fuerza la mano de Kenie y le mira con cariño, sin decir palabra alguna. Luego apagan la hoguera y echan tierra sobre ella, también sobre los dibujos de sus marcas en el suelo. Más tarde comienzan a caminar hacia el oeste, deben dar un rodeo para evitar la Marca de los dioses.
            Dos días antes de divisar la zona donde está enclavada la aldea de los Socoa, donde esperan encontrar al padre de Nima, ambos sienten el cansancio acumulado y aprovechan un momento para sentarse. Ella le advierte que a jornada y media llegarán a la aldea, por lo que el resto del día pueden tomárselo de absoluto descanso. Se acercan a un arroyo para asearse, luego descansan hasta la mañana siguiente cuando reinician el camino. Buscan una cueva donde acomodarse.
—Haremos cuanto dices Nima, pero debemos tener cuidado, desconocemos si aún hay gente buscándote.
—Creo que se habrán olvidado de mí.
—No estamos seguros. Busquemos una cueva, luego saldré a comprobar los alrededores. Mientras tanto no te muevas, ni hagas fuego.
—Como digas futuro esposo —dice sonriendo.
            Deja a su futura esposa en una cueva cercana a una garganta por donde discurre un arroyo, comprueba sus armas y sale en busca de algún animal para asar. Recorre el perímetro de un gran círculo imaginario cuyo centro lo fija en la cueva. Ella le dice.
—Ten cuidado por favor, tengo miedo —dice antes de que salga Kenie.
—No te preocupes, no tardaré mucho, me entretendré el necesario para cazar, como he previsto.
—Tal vez sea mejor.
—De acuerdo, te prometo regresar pronto, así podrás bañarte cuando el sol esté más fuerte y pueda vigilarte.
—Gracias —dice abrazándole con fuerza.
—Tranquila, el colmillo te cuidará por mí. Apriétalo con fuerza si ocurriera algo y acudiré al sentir tu llamada en el mío. Nuestros corazones están unidos.
—Lo haré, pero por favor, no tardes.
—Te lo prometo.
            Regresa con dos conejos colgados de su cintura. Se fija en el sol, la sombra le indica ha cubierto todo el espacio previsto y cuando camina en dirección a la cueva, debe ocultarse. Las voces de dos hombres le indican que se acercan en su dirección. Hablan sin cuidado alguno, alzando sus palabras con fuerza. Se echa al suelo y su cuerpo queda cubierto tanto por la esperanza de no ser sorprendido, como por la espesura de líquenes y gruesos troncos de pinos y robles. Al verlos acercarse a su altura, se fija en la indumentaria. No la conoce. Sus piernas no van desnudas como las suyas, están cubiertas con unas telas en forma de tubo que las cubren desde la cintura, a la que rodea un cinturón, hasta los pies. Desde la cintura hasta el cuello, van cubiertos por una camisa del mismo color, que tapa sus brazos y deja desnudas las manos. Sobre la cabeza, una especie de casco de idéntico color tapa sus orejas. Va sujeto con una cinta por debajo de la barbilla. Si no los hubiera visto tan cerca podría haberlos confundido con matorrales. Entre sus brazos sujetan algo similar a un venablo oscuro que se ensancha por uno de los extremos.

© Anxo do Rego. Todos los derechos reservados.

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Narrador. Fundador, director y editor de la extinta editorial PG Ediciones. Actualmente asesora y colabora en las editoriales: Editorial Skytale y Aldo Ediciones, del Grupo Editorial Regina Exlibris. Director y redactor del diario cultural Hojas Sueltas. Fundador en 2014 de una de las primeras revistas digitales del género negro y policial «Solo Novela Negra». Participa en numerosas instituciones culturales. Su narrativa se sustenta principalmente en la novela policíaca con dieciséis títulos del comisario del CNP, Roberto H.C. como protagonista, aunque realiza incursiones en otros géneros literarios, tales como la ficción histórica, ciencia ficción, suspense y sentimentales. Mantiene su creatividad literaria con novelas, relatos, artículos, reseñas literarias y ensayos.

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