El año se acaba, y por primera vez en mucho tiempo, no lo recibiré solo. Clara, una amiga de la universidad, me propuso pasar la Nochevieja juntos. Es curioso, porque hace más de diez años que no nos veíamos, pero nuestras vidas nos han llevado a la misma ciudad y, aparentemente, al mismo estado civil: solteros, nostálgicos y algo perdidos.
Quedamos en su casa, cerca del Rastro. Ella preparó un aperitivo y yo llevé un par de botellas de vino. Hablamos de los años de facultad, de cómo soñábamos con cambiar el mundo desde nuestras mesas de biblioteca. Clara trabajaba en una editorial, pero, como me confesó entre risas, hace tiempo que dejó de creer en manuscritos milagrosos.
A medianoche brindamos con cava y prometimos cosas que no cumpliremos. Yo prometí terminar mi “gran novela” este año; Clara prometió volver a leer poesía. Las campanadas llegaron, y con cada uva sentí que dejaba atrás un peso, aunque probablemente solo sea el deseo de creer en algo diferente para variar.
© Anxo do Rego