Entrada del diario – 19 de diciembre
Desde la ventana de mi apartamento en Argüelles puedo ver la copa de un árbol asomándose sobre la calle. El gris del cielo de Madrid acompaña bien el tono de mis días, pero hoy al menos el café está caliente y la conexión a internet funciona. No siempre se puede decir lo mismo.
He pasado la mañana corrigiendo un relato de aventuras para un cliente que cree que un mapa del tesoro y un loro parlante siguen siendo innovadores. No soy quién para juzgar. Escribir por encargo se parece mucho a mi vida en general: pones tu alma en ello, pero el éxito siempre lo firma otro.
Al mediodía decidí salir a pasear hasta el Parque del Oeste. Necesitaba aire fresco después de una noche sin dormir, releyendo mi última novela. Una distopía que, como todo lo que hago, probablemente se quede en mi ordenador. Pasé junto al Templo de Debod y me quedé un rato mirando cómo los turistas sacaban fotos. Me pregunté cuántos de ellos piensan que es una ruina egipcia auténtica y cuántos fingen saberlo para impresionar a sus acompañantes. Es curioso: me sentí identificado con el templo. Desplazado, un poco fuera de lugar, pero aún en pie.
Al volver a casa encontré otra carta en el buzón. Otro «lamentamos comunicarle que su manuscrito no encaja con nuestra línea editorial». Me pregunto si alguna vez encajaré en algo. Quizá ese sea el truco: no encajar y seguir intentándolo de todas formas.
Daniel S. Lardon