PARÍS, tercera crónica

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Las inclemencias del tiempo, lluvia, frio y viento, no perturban ni condicionan los deseos de pasear por la ciudad que espera recibir la Navidad. Las mañanas quedan reservadas para quehaceres, proyectos, y como no, a degustar exquisiteces; tales como bacalao fresco empanado con esmero, acompañado por unas finas, suaves y exquisitas judías verdes importadas de África. No quiero dejar de mencionar el consabido postre de fromages, concretamente uno especial y desconocido, pequeño, redondo, fresco, mantecoso, de leche de vaca pasteurizada, recubierto de una variedad de uva pasa minúscula, sometida a un proceso de hidratación con un vino dulce. Descubrir los diferentes sabores que provoca la mezcla es fastuoso. Hoy tuvimos la oportunidad de regalarnos un “Margaux” de 2017 de Chateau Siran. Una verdadera locura. Para quienes conocen mis gustos en vinos, saben que soy un entusiasta del Ribera del Duero, sin despreciar otros caldos del país, no obstante, debo reconocer que algunos caldos franceses son sencillamente formidables.

Como comienza a ser costumbre, las tardes se comprometen con los paseos a lugares estratégicos. En esta ocasión nos desplazamos por el subsuelo hasta la estación Concorde donde iniciamos el paseo por Les Jardins des Tuileries. Ponemos cuidado con tanto charco de las lluvias de pasados días. Enseguida descubrimos un adorable espacio para divertimento de niños, jóvenes y no tan jóvenes. Temerosos de seguir pisando barro y sorteando charcos, nos encontramos con un piso colocado expresamente para soportar las molestas lluvias. Parece que París cuida mucho su aspecto. Puede pasearse sin temor, acercarse a las diferentes, y exquisitamente presentadas casetas con diseños que recuerdan a la zona de Alsace. Vinos calientes, raclette, etc. Platos que desconozco de pasta, quesos de diferentes variedades, morcillas, salchichas. Incluso llegamos a ver casetas donde se anuncian churros. Diferentes atracciones, además de la noria gigante y otras a las que siempre me negué subir, por no violentar mi corazón, dispuesto para otros menesteres. Hemos decidido volver una mañana, dado que el espacio estará abierto hasta pasadas las fiestas, con el fin de disfrutar de los platos y preparados que ofrecen.

Un buen paseo por toda la Rue de Rivolí con sus numerosísimas tiendas, salas de exposiciones, y sobre todo los molestos espacios de recuerdos, no solo para extranjeros como yo, sino para los propios parisinos, pues inundan los soportales y sus aceras impidiendo pasear sin molestias, al ocupar más espacio del permitido.

Nos acercamos al Hotel de la Ville. Al parecer cada año por estas fechas suelen disponer luces y atracciones para chicos y grandes. Este año no podrá ser, han iniciado unas obras para convertir la esplanada en un pequeño bosque urbano, con al menos 90 árboles y diferentes especies de plantas y matorrales. Cuidando el medio ambiente.

Omitimos volver en el metro, pues a esas horas no es posible viajar sin aglomeraciones y decidimos regresar en bus, después de atravesar las múltiples obras que se mantienen en la ciudad.

Amanece un nuevo día. Hemos previsto realizar la primera visita al Museo del Louvre. En mis anteriores visitas no pude disfrutar de una de las obras de Eugene Delacroix, “La libertad guiando al pueblo”. Aprovechamos para detenernos unos minutos ante la gigantes obra de Théodore Géricault, “La balsa de la medusa”. Seguimos paseando por el inmenso espacio que ofrece el Louvre y desembocamos en la sala donde se expone; sí, se ofrece a los visitantes, pero no alcanzas a ver el cuadro a la vista de las cientos de teléfonos, cámaras y tablets alzadas para fotografiar a la obra por excelencia “La Gioconda”. Imposible seguir. Nos desplazamos hasta una zona de esculturas romanas, para encontrar, ecuestre en un espacio de obligado paso, la majestuosa “Victoria de Samotracia”. Seguimos con otras muchas y en especial, la cabeza de Minerva.


La previsión es volver en más de una ocasión para no agobiarnos con tanta belleza y evitar, como en otras ocasiones, que el Síndrome de Sthendal se adueñe de mi.

Collar de esmeraldas que llevó Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III

No obstante fuimos capaces de volver a recorrer, con pasos cortos, La Galería de Apolo. Una obra maestra de decoración arquitectónica: pintura, escultura y dorados, merced a Luis XIV. Incluye algunas joyas de la época Napoleónica. Para mi las joyas son lo de menos, pero observar paredes y techo, como hicimos, sentados en una de las sillas situadas alrededor del perímetro, es para perderse varias horas. Signos zodiacales, estaciones y esculturas que sobresalen de las paredes, encajes dorados colgando de medallones en el techo. Todo un cúmulo de sensaciones que inundan nuestros pobres cerebros y corazones.

Es hora de regresar y descansar por unas horas y prepararnos para las siguientes jornadas, si como parece, el tiempo nos lo permite, anuncian sol pero solo tres grados de temperatura, tendremos que volver a Les Jardins des Tuileries y degustar un estupendo vaso de vino caliente.

Hasta pronto.

© Anxo do Rego

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