NOTA PREVIA.
Debo iniciar estas crónicas rememorando el hecho y razón que desarrollaré en el resto de estas narraciones. Como punto de partida, me gustaría señalar una promesa que hice hace años. La señalaré más adelante. Los viajes han sido siempre proyectos que a través del tiempo pude cumplir. Recorrí, y lo sigo haciendo, toda la geografía española hasta el punto de sujetar en una pared de mi estudio, un mapa de carreteras sobre una plancha de corcho. Después, en cada viaje realizado, apliqué chinchetas de diferentes colores para resaltar las poblaciones visitadas. Las rutas seguidas en una o varias ocasiones, así como las carreteras por las que circulé, quedaron resaltadas con la tinta de un rotulador de punta gruesa.
En los diferentes periplos viajeros, nunca obvié volver a una población ya visitada, no obstante, rompí con el temor a salir más allá de las fronteras. Así, tuve ocasión de visitar Inglaterra, Argentina, Brasil, Portugal, Mónaco, Alemania, Austria y parte de Francia e Italia.
Llegó el momento de explicar la promesa.
En los círculos de amigos se sucedían comentarios a cada uno de mis viajes. Casi siempre preguntaban la razón por la que no acabé de visitar Francia, concretamente París. La respuesta que solían escuchar era la misma: Únicamente visitaré París, la ciudad de la luz y del amor, acompañado de una mujer que esté dispuesta a compartir nuestras vidas juntos. Casi siempre las risas acompañaban mi última palabra.
He tenido la suerte de visitar París en dos ocasiones, así pues, con el periplo que inicio, espero confirmar cuanto descubra al disfrutar de las fiestas navideñas en una ciudad tan repleta y rodeada de cultura.
Ahora solo resta esperar a dar de los primeros pasos por París, y con ellos podáis seguirlos desde esta ventana de «Al amanecer»
LA SALIDA
Madrugar nunca me produjo agobio alguno, la mayoría de las ocasiones, si llego a poner el despertador, lo apago antes de que suene; me despierto antes de la hora prevista.
El vuelo a París tiene prevista su salida a las 11:15 de la mañana del domingo 24. Me levanté a las 6:30, pese a que el sonido del campanario previsto en el sistema que nos domina, el teléfono, cumpla con su obligación a las 7:00. Tras las correspondientes obligaciones mañaneras diarias, poner la cafetera con mi excelente café natural de Colombia, es de obligado cumplimiento y cotidiano. Un par de croissants, no parisinos por supuesto, de menor tamaño y mínimo parecido con los originales franceses, y repaso mental de la lista de cosas y actos a realizar antes de cerrar el apartamento.
Han pasado unas horas; me dispongo a recoger el coche para que uno de mis mejores amigos me lleve al aeropuerto y regrese a Granada. Un nuevo café en un vaso de cartón y unos abrazos de despedida. Minutos después, el consabido control de seguridad, con un olvido, y reprimenda del funcionario por no exponer a la vista el ordenador en el que ahora escribo esta crónica.
Todo está bien, el peso; entre nosotros sobrepasado un kilo doscientos gramos. Me persigue el temor ante el funcionario del embarque, por si la maleta que llevaré en la cabina sea rechazada por el tamaño, ya que no se adapta rigurosamente a las nuevas y recientes normas aéreas. Sin problema.
Viaje tranquilo, pese a estar rodeado de madres y padres con sus respectivos retoños, que gritan, ríen y hablan, y siguen gritando. Algunos los vence el sueño, otros, sin embargo, mantienen con ardor su posible primer vuelo en avión. Yo me envuelvo en la magia de la lectura de «París no se acaba nunca» del escritor, Enrique Vila-Matas a quien acabo de descubrir gracias al obsequio de mi hija adoptiva de corazón y cariño. Desde ese momento un maestro de la narrativa para mí. Las primeras noventa y cinco páginas las he devorado sin apenas darme cuenta del tiempo transcurrido. Media hora después y creo que algún viento de cola, supuesto, hemos aterrizado en el aeropuerto de Orly en constante actualización, es decir, mejoras.
Un corto paseo hasta la salida de la terminal, subida a un bus y veinte minutos después al metro en Denfert Rochereau, línea 4 hasta la estación «Simplon», en el distrito XVIII, Montmartre, a los pies del Sacré-Coeur.
Seguiré muy pronto.
© Anxo do Rego