INTRODUCCIÓN 1
El texto titulado «Amores Inmortales» explora intuiciones del amor desde una perspectiva mística y espiritual, lo que no es muy común. Utilizando aforismos para comunicar verdades profundas sobre la naturaleza del amor, que trasciende lo material y lo temporal. Cada máxima ofrece una reflexión sobre las diferentes dimensiones del amor: la mirada, la entrega, la confianza, la conexión cósmica y la fugacidad que, a su vez, puede ser inmortal. En conjunto, estas reflexiones detalladas forman un abreviado tratado sobre el amor que como una fuerza trascendental conecta lo humano con lo celeste.
Cada día durante siete seguidos se estudiará cada uno de estos aforismos. Puede que alguno te haga sentir algo especial que coincida con algún aspecto de tu vida. Puede que sorprenda bastante todo lo que puede contener una sola frase. Esta es la primera máxima:
“Si mirando sus ojos justo a mi lado y siendo así devuelta mi mirada. Me siento en el mismo cielo. Estamos viviendo el paraíso sin necesidad de abandonar el mundo”.
Este aforismo marca el inicio sensorial del amor, la conexión entre dos seres en el presente se convierte en felicidad. Es el punto de partida de la experiencia amorosa, un instante de reconocimiento mutuo que conecta lo terrenal con lo sobrehumano. Encapsula la experiencia vital de un amor profundo. Mediante la conexión contemplativa entre miradas se transmite lo mejor de dos mundos, y ambos adoradores del amor crean su propio edén sin la exigencia de tener que escapar de la realidad física.
Se nos impulsa a reflexionar cómo un momento aparentemente cotidiano puede convertirse en una experiencia muy por delante de lo material.
A través de este simple acto se nos muestra la importancia de permitirnos ser vulnerables. Mirar a alguien a los ojos inevitablemente tiene que permitir que este nos mire, esto requiere la apertura suficiente para que contemplen nuestra fragilidad. Esta disposición a ser vistos tal como somos es esencial para establecer conexiones reveladoras.
La mirada ha sido considerada en múltiples tradiciones como una ventana al interior. Cuando dos personas se miran profundamente a los ojos, se abre un canal de comunicación que va más allá de las palabras.
No es solo uno quien observa al otro, sino que ambos participan en un intercambio equitativo y simultáneo. Esta reciprocidad fortalece el vínculo y crea una sensación de fusión.
Como meditación esta es una técnica maravillosa, mirar a alguien a los ojos requiere que no haya espacio para distracciones ni para pensamientos ajenos a ese momento. Esta presencia plena intensifica la experiencia y permite que ambos individuos se sumerjan en el poder del ahora este se obtiene al enfocarse en la experiencia simultánea, se accede a una dimensión de la realidad donde el tiempo parece detenerse. El paraíso entonces se explica con claridad que no es un lugar distante o inaccesible, sino una experiencia que uno puede vivir intensamente.
No es necesario escapar de la realidad física o buscar experiencias fuera de este mundo para alcanzar la plenitud. Al sentir el cielo en la Tierra, se derriban las barreras entre lo material y lo espiritual, donde ambos planos coexisten y se complementan.
Este aforismo subraya la capacidad del amor para transformar nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. A través de la conexión amorosa, los individuos pueden crear su propio espacio sagrado donde la felicidad y el amor sereno son evidentemente posibles. Sugeriría que el amor tiene la capacidad de transformar nuestra percepción de la realidad. La conciencia de ser no es solo individual, sino que también puede ser dual permitiendo una conexión profunda de unión.
Preguntas que se pueden disfrutar al leer esta máxima:
¿Cómo puede un simple intercambio de miradas generar una experiencia tan profunda?
¿Qué nos dice este aforismo sobre la naturaleza del amor y la percepción de la realidad?
¿Es posible mantener esta experiencia de un nirvana sin obstáculos en la vida diaria?
Rafael Casares