«Cuidado con las tijeras manchadas de sangre.
En sus filos se hallan restos de cabellos y carne»
Sus padres conocían los problemas de sueño de Raúl, pero aún no eran conscientes de la gravedad de su insomnio. Se mantenía despierto con decenas de tazones de café cargado. Así llevaba ya un mes desde su última pesadilla. Sino quería internarse en el mundo onírico con esas tijeras abiertas cerrándose en su cuello, debía dejar de soñar. El asustado joven, comprobó que Piel de Harina, como él lo apodaba por su extraña piel, solo se le aparecía en sus sueños, cuando dormía profundamente y podía hacerle daño real, si lo hería soñando.
Era sábado de madrugada. Raúl estaba sentado con los codos apoyados en la mesa de su escritorio, con la lamparita de noche encendida, ante a su diario de tapa marrón. Solía escribir en esa libreta, pero el contenido de las hojas se tornaron oscuras y sombrías desde que él se le aparecía en sus sueños.
Raúl respiraba con cierta dificultad. Comenzó a recordar todas las veces que había sufrido esas pesadillas, que estaban sesgando su salud física y mental, lentamente.
Al principio, en sus sueños, el hombre extraño que recordaba a un mago macabro de un circo ambulante, se le aparecía al fondo de su calle observándole fijamente. Vestía todo de negro, contrastando con esa pajarita de un rojo intenso, adherida a su jersey negro, y con la banda roja de su chistera negra. Sus ojos asemejaban a unas canicas llenas de sangre con unas pupilas extrañas. Su postura impávida y erguida, como cadáver, resultaba aterradora. Raúl se alejaba lleno de miedo, pero era inútil. Cuando miraba hacia atrás, ese mago extraño con chistera, permanecía en la misma distancia.
Pero la última noche que soñó con Piel de Harina, fue aterrador. El pobre joven creyó que jamás despertaría.
Le invadieron recuerdos de los detalles aterradores de aquella pesadilla enfermiza..
Raúl ya no se veía en su calle. El escenario cambió radicalmente en el sueño. Creía estar dentro del mismo infierno, porque el escenario ante sus ojos era aterrador y tan amenazante como Piel de Harina. Ese lugar olía nauseabundo. Entre sangre, carne corrompida y azufre. El cielo era una mezcla de negro intenso y rojo sangre, «como su chistera» donde se escuchaban aleteos fuertes como aves gigantes. «Parecen soldados vigilando la entrada del infierno» reflexionaba para sus adentros.
El terreno por el que caminaba era estrecho, tanto, que si perdía el equilibrio, caería al abismo oscuro a ambos lados del camino. Lo que pisaba estaba cubierto de sangre viscosa coagulada. Sus suelas estaban impregnadas de esa sustancia nauseabunda y corrompida. Piel de Harina permanecía frente a él observándole como una estatua, como un cadáver. Sin alma.
Aterrado, escuchaba lamentos y gritos de dolor que provenían del fondo del abismo. Se asomó temeroso y con estupor observó millones de cabezas humanas. Millones de personas cubiertos por una niebla espesa oscura hasta sus cuellos. Gritaban de dolor desgarrador .De desesperación. No podían moverse. Y algo bajo esa niebla devoraba sus cuerpos. «millones de almas condenadas..» A su derecha millones de cadáveres flotaban en lagos de lava. Se retorcían carbonizándose, emitiendo hedores insoportables.
Piel de Harina estaba ya solo a un metro de distancia de Raúl. La bestia, retiró el sombrero negro de su cabeza, mostrándole una exagerada reverencia. Sus cabellos eran hilos gruesos de sangre coagulada y como serpientes, se retorcían en su cabeza con vida propia. Raúl sintió unas arcadas terribles. Las manos de ese personaje parecían estar rebozadas en harina, como la piel de su cara. Reparó en una especie de grumos adheridos sin disolver. El joven asustado, advirtió que las palmas de aquel mago extraño estaban manchadas de sangre.
De golpe, un ejército de cabezas empaladas en afiladas estacas, surgieron de la nada, detrás de Piel de Harina. Lo miraban con ojos totalmente abiertos y proferían gritos aterradores. El suelo se tiñó de un mar blanco de calaveras.
Raúl respiraba con suma dificultad. Le faltaba el aire. Le dolía el pecho al respirar. Piel de Harina estaba tan cerca que podía apreciar detalles de su rostro. Ese color blanco de su piel no era uniforme, y esos grumos repartidos por toda la cara, como pegotes de harina sin disolver, le producía un rechazo infinito. El joven imaginaba cualquier cosa debajo de toda esa materia harinosa. Sospechaba que si le arrojara agua, surgiría su verdadera piel y seguro que estaría hecha de sangre gelatinosa, como sus retorcidos cabellos. Raúl se atrevió a hablarle, muerto de miedo. Todo su cuerpo temblaba. Y su voz balbuceaba.
—¿Quién eres?! ¿Qué quieres de mí?! ¿Dónde estoy?! —preguntó con el poco valor que podía transmitir. ¿Por qué apareces siempre en mis sueños?
El personaje perturbador, volvió a realizar una exagerada reverencia con su chistera, presentándose con finos ademanes, que lo volvían aún más siniestro.
—Soy el demonio de los sueños. El coleccionista de cabezas. El que tiene el poder sobre los muertos. Soy el mago del terror. Pero esta noche tengo mucha hambre y sed, Raúl..—Contemplaba la cabeza de Raúl como si fuera un trofeo. Piel de Harina se quedó inmóvil sosteniendo el sombrero negro en sus manos en sepulcral silencio.
Unas ganas de vomitar le inundaron por el hedor a sangre corrompida, carne quemada y azufre. Vapores hirviendo empezaron a rodearle. Sentía mucho calor. Cada vez más cuerpos se retorcían en la lava del infierno. Gritos y más gritos en aquel averno maldito. Raúl caminaba con dificultad sobre calaveras, reventándolas a cada paso que daba, al tratar de alejarse de Piel de Harina.
Las carcajadas espeluznantes de aquella bestia, se escucharon en todos los rincones de el infierno. La orquesta sinfónica del abismo oscuro e infernal, exponía sus melodías perturbadoras. Piel de Harina observaba descaradamente a Raúl, con sus pupilas extrañas de demonio. Lo contemplaba alejándose sobre esas calaveras. Cuánto le recordaba a ella, la mujer que se llevó años atrás…causándole dolores infinitos, eternos, en las cloacas más profundas del infierno.
—¿Quieres ver un truco de magia, Raúl? —gritó Piel de Harina detrás del joven, mucho más amenazador.
Raúl se detuvo enfrentándolo.
Introdujo violentamente su espantosa mano y extrajo unas tijeras viejas de podar de hierro. Eran monstruosas en apariencia y en tamaño, como un brazo de longitud. Recordaba a esos objetos antiguos que se encontraban en barcos hundidos. Las sostenía por dos mangos cilíndricos y las acariciaba como si tuvieran vida mientras sonreía a Raúl. El joven creyó escuchar, atónito, unos gemidos de aquellas siniestras tijeras. Su chistera negra de mago adornaba otra vez su cabeza. Las abría y cerraba violentamente con esas manos enharinadas y manchadas de sangre . El filo de las tijeras era irregular. No parecían afiladas.¡ Horrorizado observó trozos de carne con cabellos y manchas de sangre adheridos por los filos! Estaba ya tan cerca de esas tijeras que reparó en el gran tornillo donde aparecían grabadas unas letras redondas alrededor.
MAGODELTERROR 1960
Lo memorizó..
Raúl gritaba desquiciado, repugnado por los restos nauseabundos que observaba en los filos de las tijeras. Su corazón podía estallar. Sentía que iba a desmayarse en cualquier momento. La boca de Piel de Harina era una piscina de sangre. El corazón de Raúl latía frenético. Su voz interior le advirtió que debía infligirse daño para despertar o sus amigas las tijeras abrazarían fuerte su cuello.
Raúl se mordió fuerte el labio hasta hacerlo sangrar. El dolor era inaguantable. Percibió el sabor de la sangre al brotar de la herida y escuchó el eco de las tijeras del infierno cerca de su cuello mientras despertaba..
El joven recordaba con detalle como abrió los ojos aquella noche, despertando de esa pesadilla y en qué estado de puro terror y desesperación se encontraba él, plasmándolo en su diario. Recordaba con nitidez cómo la luz de la lamparita de noche parpadeaba. Esa gota de sudor frío que le recorrió la frente y cómo percibía aún la amenaza. El cansancio extremo que tuvo al levantarse y que ya no le abandonaba. Recordó que era aún de madrugada. Imperaba un gran silencio en toda la casa. Se desnudó. Su cuerpo sin ropa parecía más el de un ser decrépito en sus últimas horas de vida. Si sus padres llegaran a verlo tan delgado lo ingresaban de cabeza en el hospital. Pero Raúl se vestía con varias camisetas debajo, disimulando su excesiva delgadez. Evocaba cómo se mordió fuerte el labio hasta notar el sabor de la sangre. Solo con el dolor que se provocó consiguió despertar aquella noche. Tuvo mucha suerte. Era consciente que su muerte no sería rápida. Aquellas tijeras de muerte no estaban afiladas. Era consciente que aquel demonio trajeado, tenía una fijación extraña con él.
Volvió de sus terribles recuerdos. Acarició la cicatriz del labio. Desde aquella maldita noche, llevaba durmiendo solo diez minutos rodeado de alarmas. Un mes durmiendo sin dormir. Raúl se volvió una sombra de lo que era antes. No tenía fuerzas ni para caminar. Cuando antes de todo esa maldita locura, era un buen deportista y un joven enérgico y vital. Él sentía frío en los huesos. Tomó la firme decisión, de atreverse a ampliar los tiempos de sueño, empezando esa misma noche.
© Verónica Vázquez