Una deslumbrante exploración sobre la memoria, el amor, la soledad, la monotonía y la libertad de decisión.
El «eterno retorno» es una idea que aparece en Occidente por primera vez de la mano de los estoicos: una concepción filosófica del tiempo en la que el mundo se extingue repetidamente para volver a crearse. Se trata de una visión que puede leerse como una condena a revivir los mismos actos (como Sísifo) o, tal y como lo entiende la filosofía Oriental, pensarse como un resurgimiento que implica una oportunidad de mejora. Muchos siglos más tarde, Nietzsche exploraría esta idea en La gaya ciencia, y le serviría para deducir un principio ético: debemos obrar como si la vida se repitiese infinitamente, y amarla tanto como para llegar a desear esta eternidad.
El «eterno retorno» está en la base de las narraciones que abordan el tema del bucle temporal, un motivo propio de la ciencia ficción convertido casi en un subgénero en sí mismo. Uno de los primeros ejemplos lo encontramos en la novela rusa de 1915, La vida extraña de Iván Osokin, de P. D. Ouspenksy, en la que un hombre se dedica a enmendar sus errores cuando se le presenta la posibilidad de revivir su pasado. El tema se expandiría a partir de entonces, y sería abordado por numerosos autores, como Kurt Vonnegut, que en Cronomoto planteaba un fallo en el espacio-tiempo que obligaba a la humanidad a revivir una década; o el Premio Nobel Mo Yan, quien en La vida y la muerte me están desgastando presenta un inesperado ciclo de vidas, muertes y transmigraciones del protagonista en distintos animales.
La danesa Solvej Balle se suma ahora al listado de autores que tratan el bucle temporal con un ambicioso proyecto titulado El volumen del tiempo, compuesto por siete libros. En el primero, que acabamos de publicar también en catalán bajo el título El volum del temps, Tara Selter, una librera anticuaria especializada en libros ilustrados del siglo XVIII, se acuesta en su hotel de París, ciudad a la que ha viajado por trabajo, un 18 de noviembre; al despertarse por la mañana no tarda en descubrir que, por alguna extraña razón, sigue siendo 18 de noviembre. Cuando regresa a su casa se da cuenta de que su marido, Thomas, así como el resto de las personas que la rodean, no son conscientes de estar atrapados en un día que se repite: solo ella recuerda que ayer también fue el mismo día. Así, la pareja intentará comprender la mecánica de un tiempo lleno de enigmas y superar la distancia cada vez más insalvable que los separa: Thomas, el fantasma condenado a la amnesia; Tara, el monstruo condenado a su consciencia.
El deslumbrante primer tomo de El volumen del tiempo se inscribe claramente en el género del bucle y, por ende, explora temas tan diversos como el existencialismo, la alienación del hombre, el determinismo y el libre albedrío, todo dispuesto para trazar una bellísima indagación sobre el tiempo y la memoria, la soledad, la propia existencia y el amor. Pero el libro entronca con toda una literatura de orden más filosófico, en la que la reflexión sobre la temporalidad ocupa un espacio central, como es el caso de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust –una monumental indagación en la memoria del protagonista, en la que una madalena se convierte en el resorte para un viaje al pasado–; de Orlando, de Virginia Woolf, en la que un personaje transita entre siglos y géneros, presentando así el tiempo como una percepción, una forma maleable y fluida; o del mítico relato de Herman Melville, Bartleby, el escribiente, que aborda la historia de un empleado alienado que parece atrapado en una oficina.
Sinopsis:
Tara Selter y su marido Thomas viven en Clairon-sous-Bois y son libreros anticuarios especializados en libros ilustrados del siglo XVIII. El 17 de noviembre Tara se despide de su esposo y viaja a Burdeos para asistir a una subasta. A última hora de la tarde toma un tren de Burdeos a París y se aloja en el hotel de siempre, situado en la rue Almageste, donde hay muchas librerías anticuarias. Su plan es dedicar los dos días siguientes a visitar a colegas y realizar más compras para su negocio. El 18 de noviembre va a una de esas librerías y se quema la mano con una estufa de gas. De vuelta en el hotel se lo cuenta a Thomas por teléfono y se acuesta.
Y entonces sucede algo inaudito: al despertarse por la mañana en el hotel, no tarda en descubrir que continúa en el 18 de noviembre. Su marido no es consciente de ese bucle temporal y es inútil intentar explicárselo. Solo ella parece percatarse de que están atrapados en un día que se repite hasta el infinito. Y solo ella parece sometida al paso del tiempo: su quemadura sana, lo cual quiere decir que −a diferencia de los demás− ella sí envejece. Y Tara, que es la angustiada narradora de su propia historia, se va quedando cada vez más aislada en un tiempo sin tiempo…
Autora:
Solvej Balle (Sønderjylland, Dinamarca, 1962) estudió Literatura y Filosofía en la Universidad de Copenhague. Debutó en 1986 con Lyrefugl y en 1993 se consagró con una de las obras más aclamadas de la literatura danesa, Según la ley. Posteriormente publicó un poemario y un libro de teoría del arte, entre otros trabajos. Su regreso a la novela se produce con el proyecto El volumen del tiempo. La autora recibió en 2022 el Premio de Literatura del Consejo Nórdico.
© Anagrama. Newsletter