Una recopilación de textos donde el autor guatemalteco despliega su ingenio como lector, traductor y crítico de la vanidad humana, siempre con la ironía que le caracteriza.
«La palabra mágica» es un «estuche de joyas» que contiene algunos de los textos más agudos de Augusto Monterroso (1921-2003), en los que saca a relucir su faceta de lector autárquico -de su amado Cervantes, Quiroga, Góngora, Quevedo, Montaigne o Borges-, de traductor -y nos regala perlas como «Sobre la traducción de algunos títulos»- y de mero mortal que reflexiona con su característico ingenio sobre las ínfulas de grandeza o la falsa promesa de inmortalidad que da la fama.
Alianza Editorial
Autor:
Augusto Monterroso Bonilla (Tegucigalpa, 21 de diciembre de 1921-Ciudad de México, 7 de febrero de 2003), conocido como Tito Monterroso, fue un escritor hondureño, nacionalizado guatemalteco y exiliado en México. Es considerado uno de los maestros de la minificción y, de forma breve, abordó temáticas complejas y fascinantes. Fue miembro de la academia hondureña de la lengua.Nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, Honduras. Fue hijo del guatemalteco Vicente Monterroso y de la hondureña Amelia Bonilla. Pasó su infancia y adolescencia en Guatemala, país que consideró clave en su formación, y al que él mismo consideró su patria.
En 1959, publicó su primer libro: Obras completas y otros cuentos; conjunto de incisivas narraciones donde comenzaron a notarse los rasgos fundamentales de su narrativa: una prosa concisa, breve, aparentemente sencilla que sin embargo está llena de referencias cultas, así como un magistral manejo de la parodia, la caricatura, y el humor negro.
Su microrrelato El dinosaurio («Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí») se consideraba el microrrelato más breve de la literatura universal hasta la aparición de El emigrante, de Luis Felipe Lomelí. Este se ha incluido en una docena de antologías y se ha traducido a varios idiomas, además de tener una edición crítica de Lauro Zavala titulada El dinosaurio anotado. Con razón, Monterroso aseveró sobre este microrrelato que «sus interpretaciones eran tan infinitas como el universo mismo.