Sinopsis: Un relato autobiográfico que es también la historia del siglo XX a través de la mirada inteligente, evocadora y vitalista de Manuel Vicent.
«La vida, como el violín, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Con estos mimbres se teje cada historia personal con toda una maraña de sueños y pasiones que el tiempo macera a medias con el azar».
Reseña:
Manolo Vicent, el cronista que nos deslumbraba cada semana en la contraportada de El País con unos artículos acerados a veces y siempre clavando el verbo y la palabra en el diez de la diana del momento, nos deja ahora este libro que navega entre la biografía y la historia de España que acompañó -y acompaña- su andadura vital. Este es uno de sus aciertos, no separar su historia particular de la general del momento y del país. Es su historia particular, pero también la de todos los de su generación y no demasiado diferente a la de los que llegamos unos años más tarde. Es curioso observar cómo -salvando distancias económicas y geográficas- se ve uno retratado en tantos detalles a pesar de ser una quincena de años más joven. Cualquiera diría que el país estuvo en stop total durante las décadas de los 40 a los 60.
Una infancia luminosa en los vapores del cercano Mediterráneo en una familia de orden, de derechas, y de misa casi diaria que tuvo que resultar una fuente de fricciones frente a sus ideas antifranquistas y demócratas y, además, por si esto no era suficiente, a su agnosticismo después de que los estorninos, en una tarde radiante de primavera, desaparecieran y se llevaran a Dios con ellos. Nunca estuvo afiliado, sin embargo, y como a todo hijo de vecino le llegó el desencanto ante el comportamiento de los políticos que se olvidan de lo que prometen el mismo día que se sientan en el escaño. O de la experiencia que dan los años y que en él, como periodista de los buenos y paseado por medio mundo con el encargo de crónicas de todo tipo y, por tanto, más informado que el hombre de la calle, le lleva a conocer la subhistoria o historia subterránea de cómo funcionan los países, los gobiernos y esos seres ocultos que son realmente los que mandan y contra los que no disponemos de ningún tipo de defensa. Me ha sorprendido, en este contexto, saber de su mano que la invasión de Irak estuvo diseñada mucho antes de la caída de las Torres Gemelas. Valga esto de ejemplo.
Como todo periodista que cubre lo internacional, viaja y viaja por cada rincón del mundo. Una forma muy diferente de viajar a la de los simples turistas que han de tirar de guía local para enterarse con una cierta profundidad de la cultura e historia del lugar que visitan. Él, no, claro, que viajaba sin tiempo ni hora y con dinero de la editorial o el periódico de turno. No es de extrañar, por tanto, que la sensibilidad suya y la nuestra sea diferente; que la ciudad, cualquier ciudad, deje de ser un decorado para conocer la vida real de cada día en todos los aspectos. Así, cualquiera.
Más allá de estos pequeños reproches, me han encantado los capítulos referentes a la crónica parlamentaria que engloba, además, la historia del desencanto de este país y que debemos, sobre todo a quienes ahora navegan en yates y entonces aireaban la chaqueta de pana. Un derrumbamiento ideológico de quienes llevaban la progresía prendida con alfileres y que ante cualquier brisa en todo terreno, trekking por el Himalaya o puestito de subsecretario temblaba y caía como hoja de otoño. Un derrumbamiento que a veces es consecuencia de los años y la experiencia, y en último caso, del refrendo de que no somos nadie, que el poder nos maneja y nuestra capacidad de decisión es mínima. Somos, como mucho, un puto equidistante, como Euclides.
El libro viene distribuido en pequeños capítulos, poco más que cualquiera de sus antiguas crónicas semanales, lo que se traduce en una lectura ágil que se apoya, además, en una narrativa marca de la casa en donde difícilmente verás una palabra fuera de su lugar. Como reza un comentario en la solapa del libro, “la belleza en Manuel Vicent está en la exactitud de la frase”. Puede que sea la opinión de un amigo, pero la corroboro totalmente. A mí el libro me ha encantado, no puedo decir otra cosa.
Y no se pierdan la carga irónica de no pocas de sus apreciaciones en los diferentes sucesos que le tocó ver y escribir, que son para enmarcar. Y la sabiduría que traen los años, ese pasar de todo lo accesorio y fijar la mente en lo que de verdad interesa.
Antonio Tejedor