<<Qué oscuros secretos y criaturas monstruosas debe ocultar este mar profundo…>>
El mar Mediterráneo envolvía a la joven Claudia que nadaba incansable sin divisar la costa en el horizonte. La situación en la que se hallaba era desalentadora.
Claudia cayó por la borda del barco horas atrás, empujada por una mano invisible. Pero ella sabía bien a quien pertenecía aquella mano.
<<Maldita lunática. Ahora Teresa tiene el camino libre con mi amado Oscar.>>
Las extremidades de Laura se hallaban ya entumecidas. Decidió adoptar la forma del “muerto” en el agua para coger fuerzas. Su cuerpo se mantenía a flote sobre el infinito mar azul. Claudia contemplaba el cielo. Se hallaba despejado. Ninguna nube amenazaba con lluvia. La temperatura era agradable.
Procuró relajarse mientras su cuerpo recobraba fuerzas, pero un pensamiento se repetía cada vez más en su cabeza.
<<Qué oscuros secretos ocultarás bajo las aguas…inmenso mar Mediterráneo.>>
Abruptamente sintió una vibración bajo su cuerpo. Algo cruzó raudo y violento bajo ella.
—¡Que no sea un tiburón!
Claudia comenzó a nadar asustada. Sin rumbo fijo. Se sentía intranquila. Advirtió una amenaza latente.
A lo lejos creyó ver algo.
Claudia continuó nadando, pero se detuvo de repente. Su corazón bombeó con violencia de forma repentina.
—¡¡UNA ALETA DE TIBURÓN!!
Claudia perdida en aquel infinito océano sintió desfallecer de miedo. Temblaba y no de frío. Escuchó el sonido de las gaviotas a lo lejos pero no divisó a las ansiadas aves de costa.
<<La costa no debe encontrarse muy lejos. DIOS MIO …NO QUIERO MORIR EN EL MAR.>>
—¡NO QUIERO SER DEVORADA POR UN TIBURÓN…!
Perdió de vista la aleta del escualo. Claudia nadaba en dirección a los graznidos de las gaviotas. Contenía la respiración pero tarareaba en su interior una melodía de una antigua canción.
¡Algo rozó sus piernas bajo el agua!
La joven rota en pánico daba brazadas en el mar a lo loco.
De repente, frente a ella emergió una enorme aleta de tiburón. Se encontraba a unos metros de distancia. Claudia se orinó de miedo, cuando el monstruoso escualo de ocho metros se dejó ver al completo instantes después. La observaba con aquellos ojos oscuros de muerte.
Cuando aquel tiburón abrió las fauces infestada de afilados colmillos, Claudia soltó un perturbador grito.
De golpe el monstruoso tiburón se sumergió bajo las aguas. Puso rumbo en dirección a su víctima.
Los graznidos de las gaviotas se mezclaron con los desgarradores gritos de la joven Claudia.
© Verónica Vázquez. Todos los derechos reservados.