Elena Martín Vivaldi: el eslabón de dos generaciones poéticas

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La poesía de Elena Martín Vivaldi se ha ganado, por méritos propios, un lugar destacado en el panorama poético hispánico. Esta gran poeta no solo contribuyó a mantener viva la llama de una singular generación artística (la del 27) que produjo un auténtico siglo de oro de la poesía, sino que su obra estableció un puente entre dicha generación y la siguiente que comenzó a surgir en la segunda mitad del siglo XX con nombres tan relevantes como Rafael Guillén, Antonio Carvajal, Javier Egea o Luis García Montero, entre otros.

Elena Martín Vivaldi fue una de las pocas intelectuales que mantuvo encendida la llama de la poesía durante el periodo de la dictadura franquista en el que, tras la guerra civil, muchos de nuestros más grandes poetas partieron para el exilio o murieron durante el conflicto. Pese a la altísima calidad de su obra, Elena Martín Vivaldi obtuvo un reconocimiento bastante tardío al que no le ayudaron, como les ha sucedido a otros poetas, los premios literarios. Ella fue una persona extremadamente humilde y modesta y siempre rehuyó de la competición de los concursos, de modo que su única arma para alcanzar ese puesto entre los grandes creadores de poesía fue gracias a su propia pasión y fidelidad hacia un estilo poético intimista, muy personal, marcado por la presencia de lo sensorial y lo emocional, que mantuvo durante más de cincuenta años, desde que se diera a conocer en 1945 con su primer poemario Escalera de luna, hasta el último libro que pudo ver publicado en 1998, poco antes de su muerte ese mismo año, titulado Niños van y pájaros.

Los sonetos de Martín Vivaldi beben de la fuente de los poetas clásicos, desde Garcilaso, hasta Bécquer, o el mismo Juan Ramón Jiménez, un clasicismo perfectamente asimilado que ha hecho que se considere a esta poeta granadina como la voz garcisaliana del siglo XX. Pero Martín Vivaldi no se queda estancada en ese punto, y en sus sonetos se puede apreciar una evolución debida en parte a las múltiples influencias que recoge de maestros como Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego o Jorge Guillén. También tuvo mucho que ver en su concepción de la poesía la amistad que trabó con Luis Rosales, quien le ofreció algunos consejos, entre los cuales estuvo precisamente el de escribir sonetos para adquirir de este modo «oficio de poeta».

 

En los primeros sonetos de Elena Martín Vivaldi aparece de forma recurrente el tema del dolor, la ausencia y la desesperación. Se trata sin duda de poemas muy nostálgicos pero de gran belleza, como este soneto titulado Destino:

 

Entre ti, soledad, me busco y muero,

en ti, mi soledad, mi vida sigo

vencida por tus brazos voy contigo

y allí te aguardo donde ya no quiero.

Desde siempre en mi calle yo te espero,

y amante de mis noches te persigo,

si alguna vez, dolida, te maldigo,

desde tu ausencia, triste, desespero.

Me diste la esperanza de tenerte

en mi dolor. Guiada por tu mano

subí los escalones de la muerte.

Aquí donde a tu sombra soy crecida,

el tiempo, tuyo y mío, va cercano,

dejándome la sangre ya cumplida.

Las alusiones al recuerdo, al tiempo pasado y a la nostalgia serán otra constante en muchos de sus sonetos, como en este poema titulado El ala de un recuerdo:

Como un aire suave que el verano

nos deja entre la carne y acaricia,

trayéndonos, ausente, la primicia

de un otoño amarillo y más cercano.

Como un agua que llega hasta la mano,

sedienta de esperanza, y la delicia

de su frescura por la sangre inicia,

y calma el corazón. Así, lejano,

en brisas de nostalgias florecido,

el ala de un recuerdo, silencioso,

ha rozado mi alma, y, suavemente,

desde el umbral oscuro del olvido,

un sueño, de su noche, milagroso,

llega claro a mi sed con voz ausente.

La naturaleza será otro de los temas más destacados que aparecerán en sus poemas, a veces mezclado con referencias mitológicas, como en el caso del poema Dafne. En otros casos, la naturaleza es abordada desde los fenómenos meteorológicos, como la lluvia, a la que Martín Vivaldi canta en más de una ocasión, como en este espléndido soneto:

Qué bien teje la lluvia mi esperanza,

sus manos cómo traman mis ensueños.

Un hilo cruza un hilo. De mis sueños,

-red ideal- su urdimbre se afianza.

Qué cadencia el sonido -confianza-

del agua en los cristales. Qué pequeños

los rigores de amor, ahora risueños

entre las nubes: arco de alianza.

Toda el alma renace a la ventura

de este cantar los cielos u secreto

inundándome en gozo. Se adivina

del corazón el resurgir. La oscura

sinrazón de mi noche se ilumina

Crepúsculo inicial en luz repleto.

Con posterioridad, los sonetos evolucionarán hacia una temática en la que parece haber una mayor aceptación de la vida, aunque sea de un modo un tanto resignado. El sentimiento maternal y el tema del hijo deseado será un tema que aparecerá, aun tardíamente, en libros como Materia de esperanza, publicado en 1968. También aparecen el tema de la fraternidad, como en el poema Ecos I, dedicado a su hermano Victoriano:

Tiende hasta el cielo el hombre su mirada.

Sombra de una verdad, feliz querella,

hacia el espacio sube, altiva estrella

por siglos de esperanza contemplada.

Barco de una ilusión, nave llevada

en velas de su audacia. Si más bella

Venus clava su luz, Ecos destella

con voz ya desde siempre pronunciada.

Mundos innumerables su presencia

admiten en brillante celosía.

Tendida red adonde amor y ciencia

reúnen sus mensajes. Como hermana

del total universo, la poesía

canta, en la noche, eterna y sobrehumana.

© Jaime Molina. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

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