La radio puesta

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El 1 de julio de 1947, una de las primeras estaciones de transmisión continua de Hispanoamérica lanzaba su primera emisión desde una azotea de La Habana: así nacía Radio Reloj, que lleva en antena de forma ininterrumpida más de setenta y seis años y que se ha acabado convirtiendo en un símbolo de Cuba. El hecho más característico de Radio Reloj es que, por debajo del torrente informativo que nunca cesa, se escucha un «tic-tac» implacable que marca cada segundo y, a cada minuto que pasa, los locutores lo anuncian en antena tras un breve pitido. Se trata de una fijación por plasmar y contabilizar el tiempo o, como destacan en su página web: «ofrecer la hora exacta minuto a minuto», teniendo como objetivo ser el «patrón de tiempo y frecuencia de la República de Cuba».

«Piiiip. Radio Reloj, una y cincuenta y dos minutos.»

Esta emisora y su afán temporal ejemplifican dos de los principales atributos del medio radiofónico, según defiende Javier Montes en el ensayo La radio puesta. Por un lado, cumple con una función de «acompañante»: por su ciclo machacón y repetitivo, es poco probable que el oyente escuche Radio Reloj como actividad principal. La emisora funciona, digamos, como un compañero poco exigente al que recurrimos para hacer actividades no muy demandantes; algo propio de la radio que la diferencia de la lectura o lo audiovisual, medios que por lo general requieren una atención exclusiva. «La radio es astuta en su trato con esos miles, millones de solitarios: finge resignarse a ser ruido de fondo de sus vidas, y desde ese segundo plano, sabia, lenta, destila e inocula su esencia: más que demandarles su atención, les ofrece su compañía.»

El otro atributo, que Radio Reloj representa también a la perfección, es su impecable sincronía: su emisión y recepción en directo y a tiempo real. En realidad, nos dice Montes, todas las radios funcionan un poco como un reloj, pues nos acompañan en nuestras rutinas diarias mientras marcan el paso del tiempo, desde la primera hora con la radio-despertador o el café del desayuno a la confidencia nocturna.
Dice Javier: «Al encender la radio entramos en el marco simbólico de una lógica de flujo: nos incorporamos a algo que ya estaba en marcha y que sigue su camino sin detenerse, en que cada segundo único e irrepetible se engarza con el previo y el posterior en una cadena de relevos garantizada indefinidamente. Los contenidos se suceden, pero la radio permanece, y al ponerla no solo nos liberamos de la necesidad de elegirlos, también sentimos el alivio que produce la despreocupación de que se acaben».

De esta manera el autor introduce otra de las características de la radio, una que parece fundamental en tiempos de la multiplicidad de opciones propias de los formatos digitales como los podcasts o las plataformas de visionado: la importancia del azar. Sintonizamos la radio –como pasaba con la televisión analógica– sin saber qué vamos a encontrar. Así, en ese pequeño gesto, estamos cediendo a terceros la decisión de qué escuchar: nos liberamos de una de las treinta y cinco mil elecciones a las que, según los expertos, nos enfrentamos cada día. De ahí, de ese increíble cúmulo de pequeñas decisiones que debemos tomar, derivan síntomas como la «fatiga de la elección», que ha llevado a plataformas como Netflix a crear herramientas como el «Play Something», que escoge y reproduce un contenido aleatorio, y con la que emulan el carácter casual de la radio o la televisión analógicas.

Autor:

Javier Montes (Madrid, 1976) ganó con Los penúltimos, su primera novela, el Premio José María de Pereda. Después publicó Segunda parte, que, como su debut, apareció en Pre-Textos. Con La ceremonia del porno ganó el Premio Anagrama de Ensayo junto a Andrés Barba. En 2010 la revista Granta lo incluyó en su selección «Los mejores narradores jóvenes en español». Colabora con El País, Granta, Artforum o The Literary Hub y su trabajo se ha reconocido con la Civitella Ranieri Fellowship, la Beca Leonardo de la Fundación BBVA o la invitación como escritor residente del MALBA en Buenos Aires. En Anagrama ha publicado también La vida de hotel: «Maravilloso… un gran ejercicio sobre el escurridizo arte del cine» (Michael Ondaatje); «Envidiable naturalidad. Al lector le gusta demorarse en cada página y le acucia el deseo de conocer el desenlace» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia); «Convincente invención que habla con elocuencia de la brecha que separa nuestros actos de las historias que nos contamos» (Ollie Brock, Times Literary Supplement); y

© Anagrama (Newsletter). Marzo 2024

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