Una mujer y a la vez una diosa viviente, libre, rica y capaz de mantenerse en el poder. Aliada política de César y de Antonio, enemiga de Octavio, fue desprestigiada como hechicera y perversa, pero como indican sus últimos biógrafos, en contra de la propaganda romana difamatoria, Cleopatra probablemente no tuvo más amantes en toda su vida que César y Antonio.
Muerto Julio César, su heredero político y el hombre fuerte de Roma fue Marco Antonio. Cuando estalló la guerra entre los nuevos triunviros, Marco Antonio, Lépido y Octavio (el hijo adoptivo de César, su heredero universal y futuro Augusto), frente a los republicanos Casio y Bruto (los asesinos de César), Egipto, de nuevo, se convirtió en pieza clave pues disponía de una poderosa flota y era el granero de Roma.
En un barco en Tarso
Cleopatra se encontró en una difícil tesitura pues la elección equivocada de bando supondría la muerte de su hijo Cesarión. No había duda de que el ambicioso Octavio querría eliminar a toda costa al hijo biológico de este. El gobernador egipcio de Chipre, que pertenecía a Egipto, apoyó al bando de Casio, así que la suerte, en apariencia, estaba echada. Pero quiso el destino que una tormenta destruyera sus barcos cuando se dirigía a Grecia para participar en la batalla de Filipos, donde fueron derrotados los republicanos y Marco Antonio resultó victorioso.
Como el más poderoso de los triunviros, Antonio se quedó con el gobierno de las Galias y las provincias del Mediterráneo Oriental, pero también con el problema de la frontera del imperio iranio de los partos. Así que necesitaba más que nunca el apoyo de Egipto. Por eso convocó a Cleopatra, en el 41 a. C., a un encuentro diplomático en Tarso, al sur de Turquía, donde iba, además, a recriminarle su apoyo al bando republicano. Ella, hábil política, atenta a la puesta en escena del lujo oriental, se presentó con su barco de oro con los remos de plata, las velas de púrpura y disfrazada de Afrodita, acompañada de jóvenes desnudas, un séquito de cupidos, y la cabeza del gobernador de Chipre en una bandeja.
Ella, por su parte, necesitaba el apoyo de Roma tras el nuevo panorama político que se abría a la muerte de César. Además, necesitaba eliminar a su “molesta” hermana Arsinoe IV, que estaba prisionera en Roma.
Cleopatra y Antonio ya se conocían, lo habían hecho durante la estancia de la reina de Egipto en Roma, en vida de Julio César. Aunque el encuentro era diplomático y debía durar unas horas, se hicieron amantes y él se quedó todo el invierno en Alejandría. Pero tuvo que regresar a Roma para casarse con Octavia, la hermana de Octavio, en un matrimonio de conveniencia que “pondría paz” entre los dos triunviros. La tercera esposa de Antonio, Fulvia, había muerto oportunamente –tal vez envenenada por los partidarios de Octavio– después de haber empleado en la carrera de su marido toda la fortuna de los Gracos de la que era heredera. Antonio ya tenía por tanto tres matrimonios políticos en su currículum y ahora el cuarto.
Entretanto Cleopatra, abandonada, tuvo gemelos de Antonio, Cleopatra Selene y Alejandro Helios (años después, tras la reconciliación, tendría otro hijo más con él, Ptolomeo Filadelfo). Tras cuatro años de ausencia, en el 37 a. C., aprovechando su campaña contra los partos, Antonio regresó a Egipto para ver a Cleopatra y a sus hijos, y para solicitar su apoyo en la guerra, pero esto supuso que se convirtiera en el mayor enemigo de Roma porque le dio a la reina a cambio, era una excelente negociadora, la confirmación de la soberanía egipcia sobre Chipre, además de Creta, Cirene, Iturea y otras ciudades de Fenicia, Siria y Cilicia.
Antonio reunió un gran ejército en el año 36 a. C., pero las duras condiciones climatológicas de las montañas de Partia, el acoso iranio y la traición de los aliados armenios provocaron numerosas muertes y el declive político de Antonio. Todavía en el 34 a. C. obtuvo una victoria al invadir Armenia, pero se ganó el odio de los romanos al celebrar el triunfo en Alejandría en lugar de en Roma, y al entregar nominalmente el gobierno de las provincias orientales a los cuatro hijos de Cleopatra.
El principio del fin
Octavio emprendió una campaña de difamación contra Antonio que dio por finalizado el matrimonio con Octavia y algunos investigadores apuntan a que pudo casarse con Cleopatra, que fue acusada de pervertir al triunviro.
Octavio, empleando maniobras políticas como desvelar el contenido del testamento de Antonio custodiado por las vestales (que habría robado, o según algunos investigadores actuales el documento sería falsificado), para demostrar que favorecía a Cleopatra y sus hijos por encima de Roma y que incluso desvelaba que quería ser enterrado en Alejandría. El senado lo consideró un traidor y le declaró la guerra, no cabía duda, Antonio ya había sido abandonado por Dionisos, el dios cuya personalidad le gustaba adoptar. Los amigos de Antonio se pasaron al bando de Octavio, llevándose sus secretos, sus planes y sus estrategias. Y no es que fueran unos patriotas sino unos supervivientes y hábiles políticos que abandonaban al peor candidato.
A pesar de eso Cleopatra y Antonio pudieron haber ganado la guerra, es lo que dicen algunos investigadores. Sus efectivos (quinientos barcos y treinta legiones) eran superiores a los de Octavio. Pero, en el año 31 a. C., en la batalla de Actio, en las costas griegas, el general Agripa resultó vencedor, hizo retroceder los barcos egipcios y la flota de Antonio, y su ejército se rindió en Grecia. Es muy conocido el hecho de que la reina abandonó la batalla, pero esto se ha visto por la moderna historiografía como el último intento de poner a salvo lo que quedaba de la flota. En cualquier caso era el fin de Cleopatra, de aliada de Roma había pasado a ser su principal enemiga. Pero la pareja continuó su vida en Alejandría esperando el desenlace, fundaron el club de la Orden de los Inseparables en la Muerte que sustituyó a la Sociedad de la Vida Inimitable.
Octavio envió un emisario a Cleopatra para asegurar a la reina que el joven general la amaba como César y Antonio lo habían hecho antes, quizá apelando a su ego; probablemente era una maniobra para convencerla de que eliminara a Antonio, o tal vez para que ella no prendiera fuego a sus tesoros como afirma la historiografía antigua, quizá Cleopatra solo quería asegurarse de que su hijo Cesarión seguiría en el trono. En cualquier caso, ella ya tenía la suficiente experiencia como para saber que los vencidos por Roma acababan desfilando encadenados en los triunfos. No podía albergar esperanzas. Corría el año 30 a. C.
Unidos en la muerte
A Antonio le llegó la noticia falsa de la muerte de Cleopatra, bien fuera ella, no sabemos con qué intenciones, bien fueran los partidarios de Octavio quienes le informaran. Tras la derrota militar no le quedaba otra salida digna que el suicidio y lo intentó como lo hacían los generales romanos, introduciendo su espada por el costado atravesando las costillas, pero no estuvo atinado y no dio en el corazón. Así, herido y desangrándose, fue llevado hasta el mausoleo de la reina, que se había encerrado allí. Con unas cuerdas, la reina y sus sirvientas izaron al agonizante Antonio que murió al fin entre los brazos de su amada.
Aunque no se sabe cuál fue exactamente la muerte de Cleopatra, Roma afirmó que se había dejado morder por una víbora, pero los egiptólogos y los biógrafos actuales rechazan que se debiera a la mordedura de un ofidio, sino que se sospecha que se envenenó después de creer que había puesto a salvo a su hijo Cesarión. Para otros, no se suicidó sino que sus asesinos fueron los soldados de Octavio, los únicos testigos de su “supuesto suicidio”. Cleopatra, la última reina de Egipto, no había cumplido los cuarenta años.
Parece que Octavio mandó enterrarlos juntos, pero se desconoce dónde está su tumba, uno de los mayores secretos de la arqueología, aunque se ha anunciado repetidas veces que pronto se descubriría. Unos proponen que está en un centro de culto de Osiris e Isis a cuarenta kilómetros de Alejandría, cerca de la ciudad de Abu Sir (nombre en árabe) o Tabusiris o Taposiris Magna (en griego) o Per Usir o Dyedu (en egipcio). Para otros estaría en el puerto de Alejandría, y todavía otros apuestan por las orillas del lago Mareotis o Mariut en el delta del Nilo.
Cesarión lógicamente fue ejecutado, Octavio no podía dejar con vida a un hijo de César y Cleopatra que un día no lejano sería su máximo oponente. Sus tres hermanos sobrevivientes fueron criados por Octavia, la viuda de Antonio, una auténtica romana. La niña, Cleopatra Selene, fue casada con Juba II, el rey de Mauritania. Tuvieron un hijo que reinó en dicho país hasta que en el año 40 d. C. fue ejecutado por el emperador Calígula.
Imagen: Lawrence Alma-Tadema, Antonio y Cleopatra, 1883, colección privada.
Saber más:
Susana Soler, “Cleopatra: yo soy Egipto”, en Clío, núm. 22, pp. 22-35.
Amelia Die et. al., “Un sueño que fue real: Antonio y Cleopatra”, en Muy Historia, núm. 40, pp. 40-41.
Inés Blasco Hidalgo, “¿Dónde está la tumba de Cleopatra?”, en Clío, núm. 7, p. 92-97.
Stacy Schiff, Cleopatra, Destino, 2011
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