El club de los primogénitos, de Juan Ramón Biedma

0
3

El club de los primogénitos, de Juan Ramón Biedma, confirma una deriva cada vez más visible en cierta narrativa criminal española: la conversión del noir en lenguaje de diagnóstico social, más que en género de intriga. La novela no se sostiene tanto sobre la resolución de un enigma como sobre la construcción de un sistema simbólico donde crimen, herencia y poder se articulan como elementos de una misma maquinaria moral. Biedma no escribe desde el suspense, sino desde la asfixia, y esa elección formal determina la experiencia de lectura.

Uno de los rasgos más significativos de la obra es la densidad de su voz narrativa. No se trata de una voz expansiva ni confesional, sino de una enunciación tensa, contenida, que administra la información con una precisión casi clínica. El narrador parece operar bajo un principio de economía expresiva que evita el subrayado emocional: el horror no se exhibe, se insinúa; la violencia no se celebra, se normaliza hasta resultar inquietante. Esta contención genera un efecto paradójico: cuanto menos enfático es el lenguaje, mayor es la carga ética que soporta. La prosa de Biedma, oscura pero nunca barroca, se sitúa en una tradición de escritura que entiende el estilo como instrumento de pensamiento, no como ornamento.

Desde el punto de vista estructural, la novela rehúye la linealidad tranquilizadora del relato policial clásico. La narración avanza por superposición de capas, no por progresión causal limpia. Este modo de construcción refuerza la idea de que lo que se investiga no es un delito aislado, sino un entramado de lealtades, silencios y privilegios heredados. La estructura misma reproduce el funcionamiento del “club”: un sistema cerrado, autorreferencial, impermeable a la lógica externa. En este sentido, la forma no ilustra el contenido, sino que lo encarna.

El lenguaje merece una atención particular. Biedma trabaja con un léxico deliberadamente áspero, donde lo ritual, lo jurídico y lo corporal conviven sin jerarquías claras. Esta mezcla produce una sensación de inquietud constante: los actos más atroces se describen con una frialdad casi administrativa, como si formaran parte de un protocolo aceptado. Aquí radica uno de los logros más perturbadores de la novela: la violencia no aparece como anomalía, sino como continuidad de un orden. El lector no asiste a la irrupción del mal, sino a su funcionamiento cotidiano.

En el contexto de la narrativa española contemporánea, El club de los primogénitos dialoga con la tradición del noir crítico inaugurada por Vázquez Montalbán, pero se distancia de ella en un punto esencial. Si en Montalbán la novela negra servía para desmontar los discursos oficiales del poder desde una mirada irónica y desencantada, en Biedma la ironía prácticamente desaparece. Su mirada es más seca, más fatalista, y quizá por ello más inquietante. El humor corrosivo deja paso a una solemnidad incómoda, que obliga al lector a enfrentarse sin coartadas al núcleo ético del relato.

El concepto de la primogenitura funciona aquí como eje simbólico central. No se trata únicamente de un elemento argumental, sino de una metáfora estructural del privilegio. El primogénito encarna la idea de un derecho anterior a cualquier mérito, de una legitimidad que no se discute porque se hereda. El “club”, en este sentido, no es una sociedad secreta en el sentido clásico, sino una figura de lo invisible: aquello que no necesita ocultarse porque se confunde con el orden natural de las cosas. La novela pone en escena, con notable lucidez, cómo ciertos pactos de poder no se sostienen por la violencia explícita, sino por la aceptación tácita de su inevitabilidad.

Desde una perspectiva ética, la obra plantea una reflexión incómoda sobre la transmisión de la culpa. Los personajes no actúan únicamente por voluntad individual, sino como eslabones de una cadena que los precede. La responsabilidad se diluye en la tradición, y esa dilución es precisamente el mecanismo que permite la perpetuación del daño. Biedma no ofrece salidas morales claras ni figuras redentoras; su universo narrativo está poblado por sujetos atrapados en roles que reproducen incluso cuando los reconocen como injustos. Esta ausencia de redención es coherente con la lógica interna de la novela y refuerza su potencia crítica.

Resulta significativo que la novela no aspire a desmontar el sistema que describe, sino a hacerlo visible. No hay pedagogía ni consuelo, y esa renuncia es una decisión estética y política. El club de los primogénitos no busca tranquilizar al lector con la ilusión de que el mal puede ser erradicado mediante la revelación de la verdad. Al contrario, sugiere que la verdad, una vez revelada, puede no tener efectos transformadores si el sistema que la acoge está diseñado para absorberla sin alterarse.

Como fenómeno literario, la novela destaca también por su capacidad para trascender el nicho genérico sin abandonar sus códigos. Biedma demuestra que la novela negra sigue siendo un espacio fértil para la experimentación formal y la crítica social, siempre que se la libere de su función meramente narrativa. En este sentido, su obra se alinea con una corriente contemporánea que entiende el género como lenguaje de interrogación, no como fórmula.

Hipótesis crítica: El club de los primogénitos puede leerse como una alegoría radical sobre la persistencia de estructuras de poder heredadas en sociedades que se proclaman meritocráticas. Su verdadero objeto no es el crimen, sino la normalización del privilegio y la dificultad de pensar una ética que no esté condicionada por la herencia. Si esta línea se consolida, la obra de Biedma apunta hacia una novela negra cada vez más despojada de artificio genérico y más comprometida con una crítica estructural del orden social, donde el verdadero misterio no es quién comete el delito, sino por qué seguimos aceptando las reglas que lo hacen posible.

Este texto propone una lectura crítica de El club de los primogénitos desde una perspectiva simbólica y ética, atendiendo a sus estrategias narrativas y a su inscripción en la tradición del noir contemporáneo español.

© Anxo do Rego, para la Ventana de Ensayo Crítico

Artículo anteriorDon Quijote de La Mancha – Segunda parte – Capítulos XXXIX y XL
Narrador. Fundador, director y editor de la extinta editorial PG Ediciones. Actualmente asesora y colabora en las editoriales: Editorial Skytale y Aldo Ediciones, del Grupo Editorial Regina Exlibris. Director y redactor del diario cultural Hojas Sueltas. Fundador en 2014 de una de las primeras revistas digitales del género negro y policial «Solo Novela Negra». Participa en numerosas instituciones culturales. Su narrativa se sustenta principalmente en la novela policíaca con dieciséis títulos del comisario del CNP, Roberto H.C. como protagonista, aunque realiza incursiones en otros géneros literarios, tales como la ficción histórica, ciencia ficción, suspense y sentimentales. Mantiene su creatividad literaria con novelas, relatos, artículos, reseñas literarias y ensayos.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí