La Inquisición española: entre el control social y la construcción del enemigo

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Durante más de tres siglos, la Inquisición española se erigió como uno de los instrumentos de control más sofisticados del poder en la península ibérica. Fundada en 1478 por los Reyes Católicos con autorización del papa Sixto IV, esta institución —a diferencia de las inquisiciones medievales— no respondía al Vaticano, sino que fue controlada directamente por la monarquía. Lejos de limitarse a la persecución religiosa, la Inquisición española funcionó como un aparato ideológico de Estado, diseñado para uniformar, vigilar y disciplinar a la sociedad bajo la apariencia de la defensa de la fe. Sus enemigos variaron con el tiempo, pero el método persistió: identificar, construir y destruir al “otro”.

Un tribunal nacional al servicio de la unidad política

La creación del tribunal del Santo Oficio en Castilla tuvo un trasfondo eminentemente político. Tras la unión dinástica de los reinos de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, el proyecto de unidad religiosa se convirtió en uno de los pilares de consolidación del poder de los Reyes Católicos. La reciente conquista de Granada (1492), la expulsión de los judíos ese mismo año y el control sobre los cristianos nuevos (conversos de origen judío o musulmán) respondían a una lógica que entrelazaba fe, identidad y obediencia. En este contexto, la Inquisición se convirtió en un instrumento privilegiado para modelar una sociedad homogénea.

La figura clave en esta etapa fue Tomás de Torquemada, primer inquisidor general, nombrado en 1483. Su actuación marcó el inicio de una estructura jerarquizada con tribunales permanentes en ciudades como Sevilla, Toledo o Zaragoza. Desde el primer momento, el tribunal actuó con una severidad ejemplar: confiscación de bienes, procesos sin garantías jurídicas, tortura reglada para obtener confesiones, y penas que incluían desde la penitencia pública hasta la muerte en la hoguera.

La invención del enemigo: del converso al hereje ilustrado

La Inquisición necesitó, para su funcionamiento, la constante producción de enemigos. En sus primeras décadas, el objetivo fueron principalmente los judíos conversos, sospechosos de practicar en secreto ritos del judaísmo (judaizantes). Esta obsesión derivó en persecuciones masivas, como las que se produjeron en Sevilla o Córdoba a finales del siglo XV, documentadas en cientos de procesos conservados hoy en el Archivo Histórico Nacional.

A medida que la amenaza judía fue erradicada mediante la expulsión (1492) y la represión de los conversos, la atención del tribunal se desplazó hacia los moriscos —musulmanes convertidos al cristianismo—, sobre todo tras la Rebelión de las Alpujarras (1568-1571). Su islam subterráneo fue descrito como una traición a la fe cristiana y un riesgo geopolítico. Finalmente, en 1609, Felipe III decretó su expulsión.

Con la irrupción de la Reforma protestante en Europa, surgió una nueva figura del enemigo: el hereje luterano, incluso en regiones donde el protestantismo nunca arraigó de forma significativa. En ese contexto, el Santo Oficio desarrolló un aparato de vigilancia preventivo, simbólico, que reforzaba la idea de una España inmune a las contaminaciones doctrinales. Esta ficción de pureza servía para reforzar la identidad nacional en un contexto de creciente aislamiento ideológico.

Ya en el siglo XVII y XVIII, la lista de enemigos se amplió para incluir a los librepensadores, iluminados, masones, lectores de libros prohibidos, e incluso a sospechosos de hechicería o superstición. La elasticidad del concepto de herejía permitía al tribunal adaptarse a cada coyuntura política, cultural o religiosa, en lo que podríamos llamar una estrategia de legitimación continua.

Un sistema burocrático del miedo

Más que por su crueldad, la Inquisición se distinguió por su complejidad burocrática y su capacidad de infiltración social. El proceso se iniciaba con una denuncia —anónima—, que abría una investigación secreta. El acusado era detenido sin saber quién lo acusaba ni exactamente de qué. La instrucción del proceso incluía interrogatorios, testimonios, presiones psicológicas y, si se consideraba necesario, el uso de la tortura, limitada por reglamentos pero aplicada en muchas ocasiones.

Una vez emitida la sentencia, esta se hacía pública en los autos de fe, actos ceremoniales que podían congregar a miles de personas. Uno de los más conocidos fue el de Madrid en 1680, presidido por Carlos II, y representado en un célebre lienzo de Francisco Rizi. Allí se ejecutaron a varios reos, en un espectáculo de teatralización del castigo que funcionaba como pedagogía del terror.

Contrariamente al imaginario popular, las penas de muerte fueron menos frecuentes de lo que se ha creído. Investigaciones recientes, como las de Henry Kamen, cifran en unas 3.000 a 5.000 las ejecuciones realizadas por la Inquisición en más de tres siglos, sobre un total aproximado de 120.000 a 150.000 procesos. Sin embargo, la efectividad del tribunal no radicaba en el número de muertos, sino en su omnipresencia simbólica. Todo el mundo podía ser acusado, y nadie estaba a salvo.

La confiscación de bienes del acusado desde el primer momento del proceso introducía un incentivo perverso: las denuncias podían responder a intereses económicos o personales. En muchas ocasiones, la acusación de herejía fue un mecanismo para eliminar rivales o saldar cuentas, amparado en la supuesta defensa de la ortodoxia.

Censura, ortodoxia y control del pensamiento

Uno de los aspectos más persistentes de la acción inquisitorial fue la censura. Desde 1551 se publicó en España el Índice de libros prohibidos, que se mantuvo activo hasta el siglo XIX. Las obras censuradas abarcaban desde tratados teológicos hasta literatura, filosofía o ciencia. Autores como Erasmo de Rotterdam, Galileo Galilei, Giordano Bruno, Montaigne o Rousseau fueron prohibidos o severamente expurgados.

En el ámbito español, escritores y pensadores como Fray Luis de León, encarcelado entre 1572 y 1577 por utilizar versiones hebreas del Cantar de los Cantares, o Juan de Mariana, cuyas ideas sobre el tiranicidio inquietaron al poder, sufrieron procesos o vigilancia directa.

Esta política de control sobre el pensamiento limitó el desarrollo de las ciencias, las humanidades y la crítica filosófica. Mientras Europa vivía las transformaciones de la modernidad —la revolución científica, el racionalismo, el empirismo o las ideas ilustradas—, en España el disenso seguía bajo sospecha. El precio de la unidad fue el empobrecimiento del debate intelectual.

La Inquisición en el espejo europeo: crítica y propaganda

Desde el siglo XVIII, con el avance de la Ilustración, la Inquisición se convirtió en blanco de las críticas más acerbas por parte de pensadores europeos. Voltaire, Montesquieu, Edward Gibbon o Beccaria la describieron como el emblema del oscurantismo, la superstición y la barbarie católica. En sus escritos, España fue presentada como una nación prisionera de un pasado medieval, aislada del progreso.

Estas críticas alimentaron lo que más tarde se llamaría la “leyenda negra”, una interpretación profundamente negativa de la historia española, promovida por países protestantes y enemigos políticos de la monarquía hispánica. Si bien algunas exageraciones pueden detectarse en esta narrativa, los hechos documentados por los propios archivos inquisitoriales bastan para dar cuenta del carácter represivo y disciplinario del tribunal.

La Inquisición pasó así a ocupar un lugar en el imaginario occidental como símbolo universal del abuso institucional. Desde la literatura hasta el cine, pasando por el ensayo político, ha sido representada como advertencia de los peligros del dogmatismo y la intolerancia.

Ecos contemporáneos de un tribunal abolido

La Inquisición española fue finalmente suprimida en 1834, en el contexto del liberalismo isabelino y tras varias suspensiones parciales durante la Guerra de la Independencia y el Trienio Liberal. Sin embargo, su herencia simbólica y estructural no se desvaneció con la abolición. La lógica de vigilancia ideológica, el control de los discursos, la creación de enemigos internos y el uso político del miedo han reaparecido, con otros nombres, en distintos contextos.

Comprender la historia de la Inquisición no es solo una tarea de recuperación del pasado, sino un ejercicio de alerta presente. Nos recuerda cómo el poder puede revestirse de moralidad para controlar, cómo las instituciones pueden volverse opacas y cómo la exclusión de lo distinto puede articularse en nombre de la cohesión.

La Inquisición española no fue solo un tribunal eclesiástico: fue una maquinaria cultural de control social, que utilizó el aparato jurídico, el discurso religioso y la represión simbólica para construir un modelo de nación uniforme. Como tal, sigue siendo un espejo incómodo donde mirarnos.

Epílogo: el archivo como testimonio

Hoy, buena parte de los documentos de la Inquisición se conservan en el Archivo Histórico Nacional (sección Inquisición), así como en diversos archivos eclesiásticos y fondos de la Biblioteca Nacional de España. Allí están las voces de miles de procesados, testigos, denunciantes, inquisidores y funcionarios. Leídas desde el presente, sus palabras nos interpelan. No solo nos hablan de un tiempo de censura y miedo, sino de la extraordinaria capacidad del poder para disfrazarse de verdad.

Notas al pie

  1. La bula Exigit sincerae devotionis fue emitida por el papa Sixto IV el 1 de noviembre de 1478, autorizando a los Reyes Católicos a nombrar inquisidores en Castilla. La Inquisición aragonesa, sin embargo, se estableció más tarde, con mayor resistencia.

  2. Tomás de Torquemada, dominico, fue nombrado primer inquisidor general en 1483. Ejerció una profunda reorganización institucional, creando tribunales permanentes en ciudades clave.

  3. El auto de fe de Sevilla de 1481 se saldó con la ejecución de unas 300 personas en pocos años. Este fue uno de los inicios más duros de la represión inquisitorial contra los conversos.

  4. Según Henry Kamen, en La Inquisición española (Debate, 1997, rev. 2021), el número total de procesos entre 1478 y 1834 ronda los 130.000, con entre 3.000 y 5.000 ejecuciones comprobadas.

  5. La expulsión de los judíos fue decretada mediante el Edicto de Granada, firmado el 31 de marzo de 1492. El proceso de conversión forzada había comenzado décadas antes, sobre todo tras los pogromos de 1391.

  6. La rebelión de las Alpujarras (1568–1571) fue uno de los principales conflictos moriscos en la península. Tras su sofocación, el control inquisitorial sobre esta población se intensificó.

  7. La expulsión de los moriscos en 1609, bajo el reinado de Felipe III y el valido duque de Lerma, afectó a más de 300.000 personas. Fue justificada como medida de seguridad frente a una población considerada irreductible.

  8. Los luteranos fueron perseguidos incluso en ausencia real de núcleos protestantes relevantes en España. En Sevilla y Valladolid se celebraron autos de fe en 1559 contra supuestos herejes influenciados por las ideas reformadas.

  9. El auto de fe de Madrid de 1680, organizado para conmemorar el nacimiento del príncipe heredero, reunió a más de 50.000 personas. Fue retratado por Francisco Rizi y se conserva hoy en el Museo del Prado.

  10. El proceso de Fray Luis de León, miembro de la Escuela de Salamanca, se basó en el uso de fuentes hebreas y en disputas académicas con otros teólogos. Fue encarcelado durante cinco años (1572–1577) en Valladolid.

  11. El jesuita Juan de Mariana, autor de De rege et regis institutione (1599), sostuvo que en caso de tiranía, era lícito matar al rey. Aunque nunca fue procesado formalmente, su obra fue vigilada y condenada por el Consejo de Castilla.

  12. El Índice de libros prohibidos se publicó por primera vez en España en 1551 y se actualizó periódicamente hasta el siglo XIX. La edición de 1612 incluía 2.140 obras y 774 autores prohibidos o expurgados.

  13. Entre los autores prohibidos por la Inquisición española se encuentran Erasmo (prohibido en 1559), Galileo (tras su condena en 1633), Bruno (ya ejecutado en Roma en 1600), Montaigne y Rousseau.

  14. El tribunal fue suspendido por primera vez por las Cortes de Cádiz en 1813. Restaurado brevemente por Fernando VII en 1814 y nuevamente durante el Trienio Liberal (1820–1823), fue finalmente abolido por Real Decreto en 1834.

  15. El Archivo Histórico Nacional (Madrid), sección Inquisición, conserva miles de procesos inquisitoriales. Destacan también los archivos de Simancas, Valencia, Barcelona y los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

  16. La expresión “leyenda negra” fue acuñada por Julián Juderías en La leyenda negra y la verdad histórica (Madrid, 1914), para referirse al relato negativo sobre España promovido desde el exterior, especialmente por protestantes.

  17. Voltaire criticó en múltiples obras el fanatismo católico y la Inquisición, especialmente en Cándido (1759) y en el Diccionario filosófico (1764). Montesquieu lo hizo en El espíritu de las leyes (1748), donde denuncia el uso del terror religioso como forma de poder.

  18. La represión inquisitorial a la brujería fue menos intensa en España que en otros países europeos, como Alemania o Escocia. El auto de fe de Logroño de 1610, sin embargo, destaca como uno de los más célebres por este motivo.

  19. La Inquisición española fue imitada parcialmente en América, con tribunales en México, Lima y Cartagena de Indias. Aunque dependían de la corona española, su actuación tuvo especificidades regionales.

© Valentín Castro

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Nació en una aldea de A Coruña. Emigra con sus padres a Méjico. Licenciado en Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México. Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Vive en Madrid, publica artículos y ensayos en diversos medios de comunicación mejicanos y españoles bajo varios seudónimos. Actualmente prepara una saga con personajes nacidos durante la ocupación de México por Hernán Cortés. Sus artículos y ensayos son efectistas, en ocasiones cáustico, y muy crítico. Actualmente es Redactor Jefe de Hojas Sueltas, dedicando su tiempo libre a escribir artículos con especial dedicación a la literatura y la historia.

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