Música, obras y canciones (I): nacimiento, evolución y beneficios

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Desde que un ser humano golpeó por primera vez una piedra hueca o tensó con los dedos una cuerda vegetal, la música nació como una prolongación del alma, un eco de lo invisible. Acompañando a la especie desde sus albores, ha sido medio de expresión, rito, consuelo, rebelión y belleza. En este primer capítulo de nuestro análisis a fondo, exploramos la evolución de la música como arte, su función social a lo largo de los siglos y los beneficios profundos que ofrece al ser humano.

Una definición que nos trasciende

La música puede entenderse como la organización intencional de sonidos en el tiempo con fines estéticos, expresivos o simbólicos. Esta definición, asumida por la mayoría de la musicología contemporánea¹, resume el corazón de este arte: su carácter abstracto y a la vez emocional, su modo de hablar sin palabras.

Quizá sea esta su fuerza. La música no “significa”, sino que evoca, transforma, conmueve. De ahí que filósofos como Schopenhauer la consideraran el arte supremo, al situarse más allá de la representación, como manifestación directa de la voluntad².

Friedrich Nietzsche, más tajante, proclamaba:

*“Sin música, la vida sería un error”*³.

En esa sentencia breve vibra toda la potencia simbólica de este arte: no es un lujo, sino una necesidad vital.

Música y civilización: un vínculo eterno

La música ha estado presente en todas las culturas humanas conocidas. En los templos egipcios, los rituales védicos, las liturgias hebreas o las celebraciones del África subsahariana, encontramos instrumentos, cantos y formas rítmicas asociadas a lo sagrado y lo comunitario.

En la Grecia clásica, la música era considerada parte esencial de la educación del ciudadano (paideia). Los modos musicales griegos no eran meras escalas, sino patrones de afecto y comportamiento: el modo dórico se asociaba a la sobriedad; el frigio, a la exaltación. Platón recomendaba ciertos modos para formar el carácter⁴.

Durante la Edad Media europea, la música estuvo al servicio de lo espiritual. El canto gregoriano ofrecía una vía de comunicación con lo divino. Más tarde, la polifonía abriría un mundo sonoro nuevo, con nombres como Guillaume de Machaut o Hildegard von Bingen. En el Renacimiento, compositores como Josquin des Prez o Tomás Luis de Victoria armonizaron la liturgia con el ideal humanista.

Del Barroco al Romanticismo: la expansión de las formas

En el Barroco, la música se convierte en lenguaje expresivo total: Bach, Vivaldi o Monteverdi transforman el arte sonoro en arquitectura emocional. El Clasicismo (con Haydn, Mozart y el primer Beethoven) impone el equilibrio formal, la proporción matemática, la claridad melódica. Es la época de la sinfonía, el cuarteto, la sonata.

El Romanticismo rompe con esas reglas para buscar emoción, subjetividad, destino. La música deja de ser “bella” para ser intensa, dolorosa, liberadora. Compositores como Chopin, Schumann, Liszt, Tchaikovsky o Wagner elevan el arte sonoro a medio de redención o revolución.

La música como arte y como industria

A lo largo del siglo XX, la música explora territorios nuevos: el jazz, el rock, la canción de autor, la electrónica, el flamenco moderno. Cada corriente plantea una relación distinta con la técnica, el cuerpo, la sociedad.

En España, nombres como Manuel de Falla, Federico Mompou, Enrique Morente o Paco de Lucía han encarnado esta tensión entre tradición y vanguardia, entre raíz y ruptura. Falla recoge la voz popular andaluza y la sublima en obras como El amor brujo o La vida breve. Mompou convierte el silencio en música con su Música callada. Morente y De Lucía, desde el flamenco, abrieron sendas inexploradas, cruzando poesía, jazz, vanguardia y raíces.

Beneficios de la música: cuerpo, mente, sociedad

La música no solo es arte: es herramienta terapéutica, canal de identidad, forma de resistencia. Numerosos estudios científicos han demostrado su impacto positivo:

  • Mejora la memoria y la concentración.

  • Favorece la plasticidad cerebral, especialmente en niños y personas mayores.

  • Reduce el estrés, regula la emoción, mejora el estado de ánimo.

  • Estimula la creatividad y la empatía⁵.

Más allá de lo clínico, la música genera vínculo social. Escuchar juntos, cantar en grupo, asistir a un concierto, compartir una canción… todo ello crea comunidad. En palabras del sociólogo Theodor W. Adorno:

*“La música es la conciencia social hecha sonido”*⁶.

Música y moral: el arte que no puede mentir

En el plano ético y filosófico, la música representa también una forma de verdad. El compositor Igor Stravinsky afirmó:

*“La música es, por su naturaleza, incapaz de expresar nada”*⁷.
Con ello, defendía su carácter autónomo, abstracto,
puro. Y precisamente por eso, por no representar nada directamente, puede decirlo todo.

Notas al pie:

  1. Cf. Grove Music Online, definición de «music». También en Edgard Varèse: The Liberation of Sound (1966).

  2. Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, Libro III, §52.

  3. Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, “Máximas y dardos”, n.º 33.

  4. Platón, La República, Libro III, y Las Leyes, Libro II. Véase también Aristóteles, Política, Libro VIII.

  5. Daniel J. Levitin, This Is Your Brain on Music (2006); Jessica Grahn y Laurel Trainor (McMaster University), “The role of the basal ganglia in beat perception”.

  6. Theodor W. Adorno, Introducción a la sociología de la música (1962).

  7. Igor Stravinsky, Chroniques de ma vie (1935), trad. cast. Crónicas de mi vida, Acantilado, 2007.

REDACCIÓN. Punto y Seguido. Artículo coordinado por Andrés López

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