El gran bisonte de piedra

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MITOS Y LEYENDAS DE LOS IK’HUE

Los presentes mitos y leyendas conforman el imaginario colectivo de la tribu de los Ik’hue, una nación norteamericana de carácter ficticio en la que se desarrolla la novela «Ik’hue – Lazos de sangre» (Verbum, 2024), obra del prolífico autor guipuzcoano Iñaki Sainz de Murieta.

Mucho tiempo atrás, existía en las llanuras un terrible bisonte sin manada que mataba a todo humano que osara acercarse a sus dominios. Durante muchas generaciones esta fuerza maligna había aniquilado a cientos de personas, por lo que era muy temido. Quienes lo habían visto en acción aseguraban que pisoteaba los restos de sus víctimas sin descanso, hasta que estos quedaban reducidos a tierra batida. Pero eso no era todo. No eran pocos quienes aseguraban que habían visto al monstruo, hocico en tierra, aspirar dicho polvo, gracias a lo cual se pensaba que era así como asimilaba la fuerza de sus víctimas, pues su poder parecía acrecentarse con cada una de esas respiraciones. Por esto y otras cuestiones se aseguraba que era un espíritu maligno. Como algunos ancianos se preocupan en recordarnos, el poder sagrado puede ser positivo o negativo, por lo que no debemos confiarnos.

Como es sabido, del mismo modo que los espíritus son libres de ir a donde quieren, los animales no acostumbran a quedarse mucho tiempo en el mismo lugar. Este tampoco lo hacía, pues no tenía a nadie que le obligase a lo contrario. Así las cosas, llegó el día en que dicho animal se asentó en los territorios de caza de los Ik’hue, provocando un gran desequilibrio en el entorno. Los animales no sabían qué hacer para evitar al viejo semental y huyeron en busca de nuevos pastos. El hambre pronto comenzó a aparecer en el estómago de muchas familias. Inmediatamente, muchos bravos intentaron alejarlo, pero todos fracasaron en su intento. Nunca nadie había conseguido siquiera herirlo y ahora, con cada puesta de sol, la esperanza de los habitantes de aquellas tierras menguaba un poco más. Muy pronto, la felicidad desapareció para dar paso a la miseria. Se murmuraba que ningún arma cortante podía lacerarlo, pues su cuerpo, según relataron los pocos afortunados que sobrevivieron a sus embestidas, estaba hecho de la más dura piedra.

Ikume sabía de la existencia de este monstruo y no deseaba otra cosa que darle pronta muerte, pues no quería ver más sufrimiento a su alrededor. En el poblado no había familia que no hubiese perdido a alguien por culpa de aquel ser y eso él lo había sufrido en sus propias carnes. Pero a pesar de todo su empeño y de su buena voluntad, no sabía cómo podría acabar con la vida de aquel animal sagrado. Muchos le habían prevenido sobre la naturaleza de este ser y le instaban a que se mantuviese al margen, pues era demasiado peligroso, pero los suyos sabían que jamás se quedaría de brazos cruzados mientras pudiese intentarlo.

Durante días, Ikume se hizo las mismas preguntas una y otra vez: ¿Qué podía hacer él? ¿Cómo lograría matarlo si no podía herirlo? ¿Cómo podía atravesar la piedra? Finalmente, aquella fue la pregunta que le hizo dar con la respuesta al enigma. La respuesta estaba frente a sus ojos, en la figura de una joven que tallaba unos útiles para su hogar. Ayudada de un percutor de piedra, rompía, cascaba y astillaba a su antojo la dura roca. Ahora por fin sabía lo que debía hacer. Sabía cómo vencerlo. Si una piedra rompe otra piedra, él usaría una gran maza para matar al bisonte.

Tras confeccionar el arma y ofrecer su tabaco a los espíritus, el pequeño héroe partió en busca del monstruo sin avisar a nadie de ello. No quería que sus padres adoptivos se preocupasen por él. Estaba dispuesto a dar su vida por ellos y por sus hermanos.

Así pues, caminó ligero a través de los pastos, en pos de un enemigo muy superior en fuerza y tamaño, pero que no contaba con la resolución ni el desparpajo del pequeño Ikume.

Una vez que tuvo al animal a la vista, comenzó a agitar su gran maza y a llamarlo a gritos, para asegurarse de que notase su presencia y se lanzase contra él, como así hizo. El bisonte inició su embestida, haciendo temblar el suelo con cada zancada. Sus astas curvadas hacia dentro miraban hacia el joven dispuestas a herirlo de muerte cuando este dio un salto a un lado, esquivando su lance, y golpeó con su maza el duro cráneo del animal, dándole muerte. Se dice que el estruendo del choque se oyó con claridad en el poblado y que retumbó como un trueno en las montañas.

El terrible bisonte era ya historia, pero para asegurarse de que nunca más volvería a la vida, descuartizó su cuerpo y ofreció sus restos a las seis direcciones sagradas: oeste, norte, este, sur, arriba y abajo, quedándose con la cabeza como trofeo para llevarla al poblado.

Cuando sus familiares y amigos lo vieron aparecer arrastrando la enorme cabeza del bisonte, se abalanzaron sobre él para felicitarlo y darle las gracias por librarles de semejante monstruo; uno más. Aquella fue la primera de muchas noches de paz en la llanura, e Ikume pudo al fin disfrutar de un poco de felicidad.

© Iñaki Sainz de Murieta.

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