La voz dormida – Dulce Chacón

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Crónica coral de mujeres presas durante la posguerra. La historia que no se contó en los manuales, vivida en femenino plural.

En el panorama de la literatura española contemporánea, hay libros que nacen con vocación de relato, y otros que, sin renunciar a su naturaleza ficcional, se convierten en un acto de restitución. La voz dormida (2002), de Dulce Chacón, pertenece inequívocamente a esta segunda categoría. No solo porque recoge un fragmento silenciado de la historia reciente de España —el sufrimiento de las presas republicanas durante los años más oscuros del franquismo—, sino porque lo hace con una escritura consciente, sin alardes retóricos, pero con una firme voluntad de memoria.

«Volver a Dulce Chacón es también una forma de entender hasta qué punto la literatura puede articular voces excluidas, dar forma al silencio, y convertir lo individual en colectivo.»

Este título, recuperado en nuestra sección, no responde a la nostalgia, sino a la necesidad de revisar la genealogía del dolor y de la resistencia femenina en la literatura española. En un tiempo en el que la memoria democrática sigue siendo objeto de disputa política y simbólica, volver a Dulce Chacón es también una forma de entender hasta qué punto la literatura puede articular voces excluidas, dar forma al silencio, y convertir lo individual en colectivo.

Lo primero que llama la atención en La voz dormida es su estructura coral. Chacón, que había cultivado la poesía antes de entregarse plenamente a la narrativa, articula la historia a partir de una polifonía de mujeres: Pepita, Tomasa, Reme, Elvira, Mercedes… Cada una de ellas encarna una faceta del dolor, del coraje, de la maternidad arrebatada, del amor truncado o del compromiso político. Sin embargo, no hay una jerarquía entre los personajes. La autora opta por una narración que se desplaza con naturalidad de una voz a otra, como si intentara recomponer un mural hecho de múltiples fragmentos.

«Cada personaje encarna una faceta del coraje femenino en tiempos de silencio y represión.»

La protagonista visible, Pepita, hermana de la guerrillera embarazada Hortensia, es quizá la figura que canaliza la transformación silenciosa de muchas mujeres que, sin estar directamente implicadas en la lucha política, sufrieron sus consecuencias de forma brutal. Pepita no milita, no empuña las armas, pero acaba convertida en transmisora de mensajes, en sostén afectivo, en vínculo entre la cárcel y el mundo exterior. Su evolución es la de tantas mujeres anónimas que se vieron obligadas a madurar de golpe, a sobrevivir en un país que las había condenado al silencio.

Una de las virtudes de la novela es su capacidad para abordar un contenido profundamente ideológico sin caer en el panfleto. Chacón no necesita levantar el tono: deja que los hechos hablen por sí solos. Su prosa, contenida y lírica cuando es necesario, rehúye el dramatismo fácil. El horror se muestra en su cotidianeidad: las celdas insalubres, los interrogatorios, los fusilamientos al amanecer, las maternidades truncadas. Y, sin embargo, en ese mismo contexto, emergen también los gestos de solidaridad, las redes femeninas de resistencia, el humor como salvavidas.

«La escritura de Dulce Chacón combina una voz literaria pulida con una mirada compasiva pero rigurosa.»

La escritura de Dulce Chacón combina una voz literaria pulida —resultado de su formación poética— con una mirada compasiva pero rigurosa. El lector no encuentra juicios explícitos ni grandes discursos, sino una forma de narrar que confía en el poder de la historia bien contada. En este sentido, la autora se alinea con otras voces que han sabido articular el compromiso desde la sutileza, como Carmen Martín Gaite o Josefina Aldecoa, aunque con un marcado acento de denuncia social que conecta con la tradición testimonial.

Publicada en 2002, La voz dormida apareció en un momento en que la recuperación de la memoria histórica comenzaba a ocupar un lugar más visible en el debate público. La novela llegó antes que la Ley de Memoria Histórica (aprobada en 2007) y antes de que se generalizara un cierto interés editorial por las ficciones sobre la guerra y la posguerra. En ese sentido, el libro de Chacón fue pionero y valiente, y lo fue doblemente: por rescatar una historia olvidada, y por hacerlo desde la perspectiva femenina.

«Ese equilibrio entre lo real y lo imaginado permite que el lector se implique emocionalmente sin dejar de percibir la dimensión histórica del relato.»

El gran acierto de la autora fue elegir una forma de narrar que conjugase el rigor documental con la libertad de la ficción. Chacón se documentó minuciosamente, entrevistó a supervivientes, visitó archivos, pero nunca perdió de vista que estaba escribiendo una novela. Ese equilibrio entre lo real y lo imaginado permite que el lector se implique emocionalmente sin dejar de percibir la dimensión histórica del relato.

Dulce Chacón falleció prematuramente en diciembre de 2003, a los 49 años, víctima de un cáncer fulminante. Su muerte truncó una carrera literaria que, sin duda, habría seguido explorando el cruce entre memoria y literatura. Su último libro, recibido con entusiasmo por la crítica y el público, quedó como testamento literario y ético.

«No se trata solo de su valentía temática, sino de su capacidad para emocionar sin manipular.»

Desde entonces, La voz dormida no ha dejado de reeditarse y de ser leída, recomendada, discutida. En 2011 fue adaptada al cine por Benito Zambrano, con una versión que, aunque ajustada a las necesidades del lenguaje fílmico, logró mantener la esencia de la novela: la dignidad de las mujeres presas, su capacidad de resistir sin renunciar a la ternura.

La figura de Chacón ha sido reivindicada como una de las voces más significativas del compromiso literario de comienzos del siglo XXI. No se trata solo de su valentía temática, sino de su capacidad para emocionar sin manipular, para hacer política desde la empatía y el detalle.

Volver hoy a La voz dormida no es un ejercicio de arqueología literaria, sino una forma de releer nuestro presente. Las cuestiones que plantea —la represión, la violencia de Estado, el lugar de las mujeres en la historia, la transmisión de la memoria— siguen siendo plenamente vigentes. En un contexto en el que el negacionismo avanza y se relativiza el sufrimiento causado por la dictadura, este tipo de libros resultan imprescindibles.

«No pretende suplantar la labor del historiador, pero sí aportar una verdad emocional que, a menudo, escapa a los documentos.»

Además, la novela permite trazar puentes con otras formas de narrar la posguerra desde una perspectiva femenina. Puede leerse en diálogo con Las trece rosas, de Jesús Ferrero, que ficcionaliza el destino de las jóvenes militantes socialistas fusiladas en 1939, o con Mujeres en las cárceles franquistas, de Tomasa Cuevas, una obra clave del testimonio directo. Pero también puede situarse en la estela de narradoras actuales que están revisando críticamente la historia desde el punto de vista de las mujeres: desde Cristina Fallarás hasta Almudena Grandes, con quien Chacón compartía no solo afinidades ideológicas, sino también una concepción común del poder de la literatura como herramienta de conciencia.

La voz dormida no busca despertar el odio, ni reabrir heridas, como algunos han sugerido. Muy al contrario, su intención es ofrecer consuelo, verdad y dignidad a quienes fueron privados de todo eso. Es una novela sobre la memoria, pero también sobre la ternura, el amor, la maternidad, la amistad en condiciones extremas.

«Volver a La voz dormida es volver a escuchar aquello que quisieron silenciar.»

No es una novela perfecta —quizá algunos personajes podrían estar más desarrollados, y en ciertos pasajes la trama avanza de forma previsible—, pero es, sin duda, una novela necesaria. Su valor no está solo en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta: con respeto, con compasión, con una voluntad ética que se trasluce en cada página.

En tiempos de saturación mediática, de discursos simplistas y ruido ideológico, la literatura de Dulce Chacón nos recuerda que hay otras formas de contar la historia: más lentas, más hondas, más humanas. Volver a La voz dormida es volver a escuchar aquello que quisieron silenciar, es leer con los oídos abiertos al susurro de quienes, durante demasiado tiempo, fueron obligadas a callar.

REDACCIÓN.- Punto y Seguido

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