Platón era un gran enemigo de concebir la escritura como una metodología para atesorar la memoria: consideraba que escribir las cosas era el primer paso para olvidarlas. Precisamente por esta razón creía que era necesario expulsar a los poetas de la ciudad ideal. Jorge Luis Borges, en cambio, milenios más tarde, escribió en un verso del poema «Everness» que solo existe una cosa: el olvido. «El tiempo es la sustancia de que estoy hecho», escribía en otro texto, y «el tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río», sentenciaba. El olvido, pues, era para él algo inevitable, el motor de lo que acaba siempre por ocurrir. ¿Por qué entonces negarlo? ¿Por qué intentar evitarlo? Memoria y olvido no son sino dos caras de una misma realidad.
Y para explorar esta dualidad no hay nadie mejor que Georges Perec y Lugares, obra en la que su prosa se mueve entre los recuerdos vividos en espacios concretos. La idea original de Perec con este ejercicio era la de escribir una suerte de autobiografía a partir de doce lugares parisinos con los que tenía algún tipo de vinculación personal. Los describiría por duplicado pero de maneras distintas: por un lado, como los recuerda; por otro, como los ve en la actualidad, haciendo un retrato minucioso y objetivo. Durante doce años visitaría esos lugares e iría construyendo el monumental proyecto que, a través de las perspectivas del escenario urbano, ofrecería también la mirada del autor: he aquí la autobiografía. Sin embargo, el proyecto quedó inacabado con su muerte, y los vacíos, el final abierto, ocupan ahora el lugar de esos recuerdos que nunca llegaron a ser.
Pero antes de la muerte, llegó el olvido. ¿Cómo puede ser que el tiempo nos borre a todos con tanta rapidez los recuerdos que guardamos de los sitios? Es otoño de 1974 y Perec ya casi no guarda imágenes de esa Place de la Contrescarpe que, en otro momento, fue importante y significativa. Confiesa: «No tengo demasiados recuerdos de la Place de la Contrescarpe y los que tengo son casi todos de copas o comidas con amigos». El autor se enfrenta al olvido propio, que llega inevitable, sin avisar, incluso cuando el recuerdo está anotado y registrado por él mismo. Con una mezcla de ironía y angustia, uno se pregunta: ¿de qué sirve escribirlo todo si igual vamos a olvidar?
Perec desarrolló toda su obra a través de constricciones, juegos y retos: escribir fue, para él, como para otros miembros del OuLiPo (del que forma parte su traductor, Pablo Martín Sánchez), una tensión con las reglas, las estructuras y las restricciones. Ahora es imposible preguntarse, al leer el vacío en el que se convierte la Plaza de la Contrescarpe, si existe alguna metodología infalible contra el olvido. O bien si el retrato minucioso que hizo Perec en Lugares fue, precisamente, la forma más brillante de ahondar en el verso de Borges, convertido en verdad universal: «Sólo una cosa hay. Es el olvido».
Sobre el autor:
Georges Perec nació en París en 1936 y falleció en Ivry-sur-Seine en 1982. Sociólogo de formación, colaborador de numerosas revistas literarias, obtuvo el premio Renaudot con su primera novela, Las cosas. Personalidad ecléctica, fue ensayista, documentalista en neurofisiología, dramaturgo, guionista de cine, poeta, experto en acrósticos, crucigramas, lipogramas y anagramas, traductor y, last but not least, miembro fundamental del OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle), fundado por Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais. Su obra monumental La vida instrucciones de uso ganó el premio Médicis en 1978. En Anagrama se han publicado Las cosas, El secuestro, La vida instrucciones de uso, El gabinete de un aficionado, Nací, El Condotiero y Lugares.
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