Gala despertó de madrugada. Daniel dormía a su lado abrazándola. ¡Cuánto lo amaba! Besó su frente con ternura. Apartó su brazo protector con sumo cuidado para no despertarlo. En el pasillo reparó en su mano manchada de sangre y harina. Confirmaba que el pacto con esa alimaña era real. Confirmaba que su amado hijo regresó de la muerte.
Gala se detuvo frente a la habitación cerrada de su pequeño Iván. Tragó saliva. Aun quedaban unas horas para que amaneciera.
Abrió la puerta. Se internó en aquella habitación en penumbra. El hedor a podrido y tierra húmeda golpearon en su nariz. Escuchó una voz hueca, maligna e infantil a sus espaldas.
—Mami. Allí tenía mucho frío. No me hagas volver.
Gala soltó un grito aterrador. Eso no era su hijo. Eso era un cuerpo hinchado con ampollas bajo la piel. Un cuerpo putrefacto. La pobre mujer retrocedió aterrada.
—Tengo hambre mami.
Gala soltó otro grito aterrador antes de caer desmallada en el suelo.
El pequeño Iván tenía un hambre voraz. Llevaba tres días sin comer. Olfateó el cuerpo tendido en el suelo y acercó su pequeña boca al brazo de Gabriela. Lo agarró con sus pequeñas y sucias manos, invadida de ampollas. Comenzó a devorarlo con ganas enfermizas. Como un lobo hambriento. Desgarrando.
Gala recuperó la consciencia en el peor momento.
FIN.
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