¿Puede la experiencia judicial alimentar el arte de contar historias? ¿Hasta qué punto la literatura es también una forma de impartir justicia?¿Y puede una escritora de novela negra comprender mejor los matices humanos gracias a su trabajo en los tribunales?
En el caso de Graziella Moreno, estas preguntas no son meros ejercicios retóricos: son el motor mismo de una obra literaria que ha sabido tender puentes entre la justicia y la ficción.
De toga y tinta: la biografía de una escritora-jueza
Nacida en Barcelona en 1965, Graziella Moreno Graupera es licenciada en Derecho por la Universidad de Barcelona y desempeña funciones judiciales desde 1991, cuando ingresó en la Administración de Justicia. En 2002 accedió por oposición a la carrera judicial, siendo destinada a juzgados de lo penal y de primera instancia en diversos partidos judiciales catalanes. Actualmente es titular del Juzgado de Primera Instancia número 58 de Barcelona, especializado en materias de capacidad jurídica, un campo donde lo legal y lo humano confluyen de manera especialmente intensa.
Pero si en su faceta de jueza muestra un perfil riguroso y comprometido, en su vertiente literaria despliega una sensibilidad narrativa orientada al realismo crítico. Desde su debut novelístico en 2015 con Juegos de maldad, Moreno ha publicado de forma constante obras que combinan la estructura del thriller con una introspección psicológica poco frecuente en el género. Este enfoque ha sido posible gracias a la riqueza de sus vivencias en el entorno judicial, que le proporcionan no solo conocimiento técnico, sino una inusual capacidad de observación de los conflictos humanos más profundos.
Bibliografía esencial: entre el crimen y la empatía
Graziella Moreno ha publicado varias novelas, todas ellas centradas en la novela negra y el suspense judicial:
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Juegos de maldad (2015, Grijalbo): primera incursión en el género, protagonizada por la jueza Sofía Valle, un alter ego literario que permite a la autora trasladar el mundo de los tribunales a la ficción sin perder veracidad.
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El bosque de los inocentes (2016, Grijalbo): una indagación en la infancia herida y la culpa, situada entre el thriller psicológico y la novela de denuncia.
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Flor seca (2017, Alrevés): relato sobre la desaparición de una joven, que examina los límites de la investigación judicial y la dificultad para encontrar la verdad en contextos de violencia institucional.
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Invisibles (2019, Alrevés): novela coral centrada en las víctimas de los delitos y la invisibilización de sus sufrimientos.
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El salto de la araña (2020, Alrevés): ganadora del Premio Letras del Mediterráneo, supone una reflexión sobre el mal y sus orígenes, narrada desde el punto de vista del propio criminal.
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Los animales de ciudad no lloran (2022, Alianza Editorial): una de sus obras más introspectivas, centrada en el fracaso, la soledad y la burocracia afectiva del sistema judicial.
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Pudimos ser héroes (2023, Menoscuarto Ediciones): un homenaje a los que actúan con humanidad sin esperar recompensa, en el contexto de una sociedad que no siempre valora la compasión.
Además, ha participado en diversas antologías de relatos y colabora como columnista en medios como Crónica Global, donde reflexiona sobre la justicia, la literatura y la vida cotidiana desde una perspectiva híbrida que conjuga ética y estética.
La simbiosis entre jueza y narradora
El elemento diferencial en la obra de Graziella Moreno no reside únicamente en la calidad de su prosa ni en la originalidad de sus tramas, sino en la veracidad de los procedimientos y en la densidad ética de los personajes. A diferencia de otros autores de novela negra que recurren al arquetipo del detective atormentado o del asesino brillante, prefiere fijar su mirada en el tejido moral que envuelve a los protagonistas: abogados, fiscales, jueces, víctimas y agresores que no actúan en blanco y negro, sino en una compleja gama de grises.
Este planteamiento narrativo es inseparable de su experiencia en los tribunales. Al haber conocido directamente las contradicciones del sistema judicial, puede mostrar en sus libros cómo la ley no siempre alcanza a la justicia, y cómo las decisiones judiciales se toman a menudo en un contexto de presión emocional y recursos limitados. En lugar de idealizar la figura del juez, la humaniza; en lugar de recrearse en el crimen, explora sus causas y consecuencias sociales.
Su personaje Sofía Valle, presente en varias novelas, encarna esta ética narrativa. No es una heroína infalible, sino una profesional que carga con sus propias dudas, que sufre ante la revictimización de los débiles, que se cuestiona la eficacia del sistema al que sirve. En palabras de la propia autora: «La novela negra me permite hablar de todo aquello que veo a diario pero que no cabe en una sentencia.«
Realismo judicial y crítica social
Su compromiso con la veracidad no es solo estético, sino político. En Invisibles, por ejemplo, plantea la necesidad de cambiar el enfoque del sistema penal para que la víctima no quede relegada al margen del proceso. En El salto de la araña, el monólogo del agresor nos obliga a preguntarnos por el origen estructural de la violencia, más allá de la pura culpabilidad individual. En Los animales de ciudad no lloran, el fracaso del sistema de protección a menores se convierte en el hilo conductor de una historia que no necesita grandes giros argumentales para conmover.
En todos estos casos, la autora utiliza el andamiaje del género negro para ir más allá del entretenimiento, proponiendo una reflexión incómoda pero necesaria sobre cómo administramos la justicia en una sociedad que castiga sin comprender y absuelve sin reparar.
Este enfoque ha sido valorado tanto por la crítica como por los lectores, que encuentran en sus novelas una rara mezcla de tensión narrativa y profundidad moral. No pretende resolver los crímenes con fórmulas mágicas; quiere que el lector acompañe el proceso, que dude, que se enfrente a las ambigüedades y que entienda que la verdad judicial, como la literaria, es siempre parcial y frágil.
Una voz femenina en el género negro
En un campo tradicionalmente masculinizado como la novela negra, la voz de Graziella Moreno aporta una sensibilidad diferencial, que no se basa solo en el enfoque de género, sino en una forma distinta de mirar el conflicto. Sus protagonistas, hombres y mujeres, no son superhéroes ni víctimas perfectas, sino seres heridos que sobreviven como pueden a las fisuras del sistema y del alma.
Se ha declarado lectora de Patricia Highsmith, Fred Vargas y Dolores Redondo, autoras que también combinan el suspense con la psicología. Pero su marca personal va más allá de las influencias: su literatura, nutrida por la realidad judicial, le permite abordar temas como el maltrato, la exclusión social, la infancia rota o la corrupción institucional con una autenticidad difícilmente impostable desde fuera del sistema.
La obra de Graziella Moreno demuestra que la literatura puede ser una forma de justicia simbólica, un lugar donde quienes no son escuchados en la vida real encuentren una voz, aunque sea ficticia. Sus novelas no sustituyen a los juicios, pero permiten ampliar el campo de lo comprensible, abrir espacios de empatía y revisar nuestras certezas.
En un momento histórico donde la confianza en las instituciones se erosiona y donde los relatos simplistas ganan terreno, su narrativa se convierte en una resistencia ética. No por ofrecer soluciones, sino por complejizar las preguntas. No por proponer modelos, sino por mostrar fracturas.
Entre la frialdad del juzgado y la calidez del papel impreso, Graziella Moreno ha encontrado un territorio intermedio donde ejercer la compasión sin perder el rigor, y donde contar historias no es solo un acto estético, sino también un gesto de humanidad.
© Anxo do Rego. Junio 2025. Todos los derechos reservados.