Buscando los orígenes de la literatura de naturaleza

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El libro Diario rural, de la escritora Susan Fenimore Cooper (Scarsdale, 1813- Cooperstown, 1894), fue escrito en el siglo XIX, siendo publicado anónimamente por primera vez en 1850, firmado de forma impersonal por “una dama”. Este diario significa un punto de partida, pues sienta las bases, el embrión y origen de la llamada “literatura de naturaleza”. Un libro que, a pesar de haber sido el germen de tal escritura, era desconocido hasta hace poco y su autora ha ido pasando desapercibida y silenciada (como tantos otros casos de mujeres invisibilizadas). De hecho, siempre se ha considerado a Henry David Thoreau (1818-1862) como el padre de dicha literatura a través de su obra Walden, publicada en 1854, es decir, cuatro años más tarde que Diario rural. Según apunta María Sánchez en el prólogo de Diario rural, Thoreau leyó el libro de Susan Fenimore pues hizo comentarios sobre el mismo en alguna publicación, comentarios que no tuvieron transcendencia. Así, cabría preguntarse si Diario rural inspiró a Thoreau. Ambas publicaciones, tanto Walden como Diario rural, son dos alegatos en defensa del medio natural y describen el entorno con una mirada de pertenencia al mismo, dos obras imprescindibles.

Respecto a la autora, Susan Augusta Fenimore fue una naturalista y escritora estadounidense que creció en un ambiente culto, viajó a Europa, dominaba varias lenguas, estudió zoología y botánica, así como historia o arte. Su padre, James Fenimore Cooper, se encargó de su educación y fue una pieza clave en su vida, era escritor y autor de, entre otras obras, El último mohicano. A él dedicó Diario rural. Además de escritora, Susan colaboró en la fundación de un hospital, instituciones benéficas y orfanatos. Vivió en el medio rural en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, una zona que sufrió prontas transformaciones debido a las sucesivas colonizaciones. En este contexto, nuestra autora hace un escrutinio casi a diario de lo que le rodea, sale al campo, camina, pasea, observa, se impregna de las cuatro estaciones, de la flora y la fauna, del paisanaje humano, de los cambios que se estaban produciendo. Y toma nota de todo ello de forma tan precisa que Charles Darwin quedó encantado cuando leyó Diario rural y así lo expresó en una carta dirigida al naturalista Asa Gray, reflejando la profunda impresión que le causaron los textos y preguntándose quién sería esa mujer tan brillante.

A mí personalmente, leer este libro me ha resultado un largo paseo por las cuatro estaciones de América del Norte. Un paseo en el que he aprendido los cromatismos de los tiempos de la naturaleza, sus sabores y sonidos, los cultivos, las cosechas, la majestuosidad de las montañas, los ríos, el agua… Un paseo que me ha hecho interesarme por la flora y fauna de aquella región del mundo y aprenderla. Un paseo por paisajes con mucha impronta humana, lleno de reflexiones filosóficas y aportaciones desde el campo de la literatura. Al respecto, muy relevante me ha resultado el recorrido que hace la autora por las imágenes poéticas que sugiere el otoño en la poesía del viejo y nuevo continente, rescatando algunos versos sobre dicha estación de una variedad grande de autores (William Shakespeare, William Collins, Jacques Delille, Friedrich Schiller, John Keats, entre otros), acompañados de reflexiones literarias que denotan un bagaje amplio de lecturas y un vasto conocimiento poético.

Es de destacar el estilo contemplativo con el que está escrito, la lentitud de los biorritmos que se respetan para ser anotados, la no idealización del medio natural (aunque sí su defensa), las cosas pequeñas, los detalles, la transformación de lo vivo, los ciclos biológicos, la aves migradoras y sus rutas, la implantación de especies que venían de Europa, la transformación de las hojas según las estaciones, la destrucción del modo de vida de los indígenas por la llegada de colonos, la deforestación que todo ello supuso… El libro está atravesado por reflexiones sin tintes trascendentalistas, así como por una conciencia ecológica bien manifiesta en la defensa de los bosques de Otsego (Estado de Nueva York). Toda esa multitud de hechos están presentes en este diario que, sin ser un libro científico, cuida la precisión de lo descrito y te lleva por la naturaleza salvaje de forma plácida, con un lenguaje de tintes poéticos.

Es de agradecer que la editorial Pepitas de Calabaza haya editado en español Diario rural, que se presenta en dos volúmenes: Diario rural otoño-invierno y Diario rural primavera-verano. Tiene un prólogo magnífico de María Sánchez y unos dibujos en la portada de la propia autora, así como otra serie de dibujos de flora y fauna nombradas en el libro que Susan Fenimore Cooper nos brinda a modo de regalo en las páginas finales, que nada tienen que envidiar a las ilustraciones de las mejores guías de campo. La traducción al español es de Esther Cruz.

También es de agradecer el homenaje que el Real Jardín Botánico le brindó a la autora dentro de su ciclo “El jardín escrito”. Allí se presentó en el año 2019 el primer volumen: Diario rural. Primavera-verano.

Diario rural no fue lo único que escribió. Colaboró con artículos en diversas publicaciones, y también escribió otros libros de temática social y feminista. Abogó por la conservación del medio natural y la conciencia ecologista colectiva y podemos decir que fue la precursora del concepto de sostenibilidad.

Sirvan estas palabras para sumarnos al rescate y a la visibilidad de una naturalista y escritora que marcó un punto de inflexión y fue la semilla de lo que ahora conocemos como «Nature writing» o LITERATURA DE NATURALEZA.

© Lola Callejón Acién

https://www.lolacallejonacien.es/

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