Daniel se detuvo antes de acercarse a aquella tumba. Un joven muy delgado comía pegado a la lápida. Lo observó unos minutos. El joven pasaba de las risas al llanto. Tomó una foto desde lejos y esperó hasta que ese joven abandonara el lugar.
Ya no había nadie acompañando aquel nicho. Se acercó con prudencia y sacó otra instantánea. Se hallaba temeroso y abandonó con prisas aquel camposanto. No quería permanecer ahí un segundo más cerca de esa tumba.
Daniel hizo una pausa en el bar donde solía comer, cuando visitaba ese cementerio. Ya sentado, observó la foto. La posibilidad que fuera un defecto de la cámara, se esfumó.
El joven camarero le sirvió en ese momento el plato de carne con patatas que solía pedir Daniel. Se conocían de estudiar juntos en el colegio. Luego regresó a la cocina a por más platos, pensando con desagrado, en el pasatiempo tétrico que atraía a su antiguo compañero de clase.
Daniel observaba la imagen, temeroso. Su rostro estaba pálido. Siguió con su dedo índice, muy lentamente, esa mancha negra con la forma definida de unas tijeras que se abrían justo en el cuello de aquel joven.
— Verónica Vázquez —