Hoy, en pleno silencio de mi apartamento, el teléfono rompió la monotonía con su timbre agudo. La primera reacción fue de incredulidad, porque ya no suena tan seguido. La segunda, de duda, porque últimamente cualquier número desconocido suele ser un vendedor insistente o el banco. Pero contesté, y al otro lado me encontré con la voz de una editora. «¿Daniel S. Lardon?» —dijo, como si estuviera asegurándose de hablar con un ser real y no con un espíritu desencantado. Confirmé con un «sí» que salió más como un susurro, y enseguida lo escuché: «Hemos leído su manuscrito».
Un instante de esperanza me recorrió la columna, como si todas las horas frente al teclado al fin encontraran su recompensa. Pero no tardó en llegar la famosa conjunción que siempre lo estropea: «pero». Ya sé cómo termina la frase: «No se ajusta a nuestra línea», «el mercado está difícil», «tal vez en otro momento». Esta vez añadieron que la novela era «arriesgada», como si innovar fuera un crimen literario. Al colgar, el vacío volvió, aunque con un matiz diferente. ¿Por qué sigo insistiendo? No lo sé. Tal vez por esa chispa que se enciende cada vez que escucho: «Hemos leído su manuscrito».
Daniel S. Lardon
© Anxo do Rego