Amores inmortales – Máxima 7 y final de la serie

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INTRODUCCIÓN y 7 Final de “Amores Inmortales”

En su forma más pura y sutil, “Amores Inmortales” se despliega ante nosotros como un mapa de la energía primordial del amor, una fuerza que está muy por encima de lo que comúnmente comprendemos y creemos que es al amor. Al revelarse esta fuerza de la naturaleza ilumina la esencia misma de la existencia. Cada línea aquí traza una geografía secreta de esta potencia indomable, capaz de despertar destellos de sabiduría en quienes osan aventurarse en sus senderos. Así, cada máxima se convierte en una flama que rasga la penumbra, abriendo un espacio donde la conciencia se expande para comprender ese vínculo que refleja el cosmos en su totalidad. En cada palabra, el amor se alza en todos sus rostros, desplegando lugares y tiempos, miradas que penetran, experiencias donde el tiempo se convierte en eternidad.

Este conjunto de máximas. como hemos indicado desde el primer axioma, encierra firmamentos completos en su concisión, donde el sentido trasciende sus límites y abre un camino efímero en apariencia, pero insondable en profundidad. Invitando a quienes las leen a adentrarse en una energía que no solo toca el alma, sino que la eleva hacia alturas desconocidas, donde el amor se vuelve una consecuencia de lo divino.

Cada aforismo nos conducirá, cada vez que lo consultemos, a un acto de exploración que es, en sí mismo, un retorno a lo sempiterno. Quizás, al desentrañar el significado oculto en cada expresión, escuches la reverberación procedente de tus propias vivencias y palabras dichas; a lo mejor percibas en estas palabras una extensión de tu ser que, hasta ahora quizás había permanecido dormida. Porque el amor, en su naturaleza más elevada, no solo reluce, sino que revela en su claridad lo obscuro. Y este periplo te convida a recordar que el amor auténtico no necesita nada porque su hogar es lo intemporal. Esta es entonces, en este ciclo, la séptima máxima:

Hay amores inmortales que duran el instante de un cruce de miradas”

Este último aforismo de la serie ilumina el viaje amoroso en su máxima sutileza. Nos revela que, en ciertos encuentros, un amor inmortal puede florecer en un solo cruce de miradas, en una calle, en una reunión, entre el gentío. Este tipo de amor, donde unos ojos se enganchan a otros es tan leve como una exhalación, contiene sin embargo la fuerza de lo perpetuo, un impulso que, puede alterar la naturaleza de nuestra percepción de la realidad. Aquí el yo común se suspende, como si un soplo impalpable en dos corazones se uniese en un solo punto, y de ese sosiego naciera una conexión que, aunque fugitiva, perdurará en algún lugar para siempre jamás.

La intensidad de este amor fugaz radica en su pureza; no busca la duración, ni la posesión, sino el reconocimiento. Es un amor que, al brotar desde la esencia misma del ser, no necesita más que la existencia del otro para revelarse en toda su plenitud. Este tipo de amor no se define sino por el relámpago de infinitud que prende en el corazón, centro de las emociones superiores, un destello que ilumina rincones de nosotros mismos hasta entonces desconocidos. Es un recordatorio de que, en su forma más intensa, el amor es una fuerza que va más allá la duración física, porque su hogar es lo inmaterial, lo que se vive en un plano que no pertenece ni al tiempo ni al espacio, sino a la profundidad de la existencia.

En esos tres o cuatro segundos de comunión, los amantes se convierten en reflectores que muestran el esplendor que oculta el alma del otro. Este amor, tan instantáneo como una flecha de fuego, tan delicado como una caricia es, a su vez, una lección de desapego y de exaltación. Nos enseña a reconocer lo esencial sin necesidad de retenerlo con un desesperado apego, nos prepara en el ahora para saborear la conexión, sin exigirle permanencia.

Tal amor abre la puerta a lo sacrosanto, evoca que la grandeza de un momento no está en su duración, sino en la intensidad y la verdad que contiene un arcano sin palabras. Esa mirada mística y pasional deja una huella en el espíritu que persiste a costa de cualquier separación física, como si el alma hubiera tocado el rostro de lo eterno y no hiciera falta más.

El erotismo trascendente que se insinúa en este ideal de amor se basa en un acoplamiento sutil que no depende de la proximidad física, sino de la alineación profunda de las esencias primordiales. Es una unión que va más allá del cuerpo y el penetrante deseo se convierte en una forma de comunión espiritual, una representación incorpórea donde ambos seres comparten la formidable sacudida de lo infinito.

Es un amor que, sin poseer nada salvo la fugaz consciencia se convierte en una comunión profunda. En este sentido, el amor fugaz que dura un momento es, en realidad, una expansión del ser, un viaje hacia lo absoluto donde, en un abrir y cerrar de ojos, el tiempo se disuelve sin marcas y lo eterno se desnuda de un modo consumado.

Para quien vive un amor de esta naturaleza, la comprensión del propio ser se expande, y con ella, el conocimiento de la interconexión con el cosmos. Este tipo de amor del que escribimos nos despierta el reconocimiento de que todos somos fragmentos de una verdad única, que ese amor es el lenguaje secreto que nos une más allá de lo físico, más allá del espacio y del tiempo. Cada encuentro, cada cruce de miradas, se convierte en una puerta que nos acerca a esa realidad invisible donde el amor es la ley fundamental.

Así, este último aforismo nos muestra definitivamente que, aunque esa pasión pueda parecer momentánea, su impacto puede ser eterno, porque vive en el espíritu, donde el tiempo es ya otra cosa. Esta es una celebración que rememora al amor verdadero, sin forma fija, controlable, manifestándose en una expresión que surja directamente desde la psique. Algo como esto puede ser tan breve como un suspiro, pero su fuerza reside en su capacidad de repercutir en el ánimo subconsciente, dejando una marca que no puede borrarse, un fragmento de eternidad en la memoria del corazón.

Al cerrar este conjunto de máximas, se nos invita a comprender a todos los que deseamos un amor superior y verdadero podemos vivir esa experiencia si así se decide, una ávida enseñanza que cuando llega no puede ser contenida, una fuerza que traspasa todas las fronteras, y cuya verdadera esencia es la unión con lo sublime.

Esta ternura empática, cargada de promesas que se incumplirán, nos muestra por añadidura que lo que perdura no es lo que consideramos una propiedad personal, sino la conexión que toca lo más íntimo. Quien ha conocido este amor lleva en su ser un fulgor continuo de vida que lo alumbrará en el camino de la existencia misma.

Rafael Casares

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Investigador, Escritor y Experimentador de lo Trascendente. Se erige como un puente entre el mundo de los libros, la escritura y el arte con el reino de lo trascendente. Su enfoque combina la rigurosidad intelectual con una profunda sensibilidad espiritual. A través de sus escritos y enseñanzas, busca iluminar los rincones oscuros del entendimiento humano, llevando a sus lectores y seguidores a una comprensión más profunda de lo que significa ser parte de este universo misterioso. En el corazón de su búsqueda siempre ha habido un compromiso inquebrantable con la ternura y el respeto hacia todas las formas de vida y pensamiento. Rafael ve en cada ser y en cada fenómeno una oportunidad para aprender y crecer, una chispa de lo divino esperando ser comprendida.

2 COMENTARIOS

  1. Está Máxima 7. Me ha sorprendido, en el reconocimiento de la importancia de esss esas miradas fugaces, íntimas de dos personas que dejan huella en tu alma.
    Que creo que muchos hemos vivido y en tu elegante forma de exponerlo. Me has hecho revivirlo. Me ha encantado y he disfrutado muchísimo con su lectura.
    Gracias Rafael Casares adelante me tienes enganchada a estás Máximas sobre el amor

  2. Querida Oro,

    Que bueno que el leer que mi escrito ha podido transportarte a esos momentos de conexión profunda . La séptima máxima busca precisamente eso: celebrar la magia de esas miradas que trascienden el tiempo y el espacio. Me parece maravilloso que hayas encontrado en ella un eco de tus propias experiencias. Y claro uno se pregunta como han sido? Es fascinante la intensidad y la belleza de esos amores fugaces. Son como estrellas fugaces que iluminan nuestro camino y nos dejan una huella imborrable. Gracias por compartir tu sentir.

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