Segunda crónica de «Unas navidades en París»
La mañana se ha presentado fría, lluviosa y gris, inicialmente, si bien la tarde nos ha brindado un atardecer majestuoso.
Tras un almuerzo de cinco estrellas, confeccionado por unas manos exquisitas, nos hemos regocijado con un maravilloso Bordeaux Rosé que nos esperaba a la mejor temperatura. Un breve descanso y dispuestos a caminar y disfrutar de la noche.
En París anochece a las 17:15, lo podéis comprobar más adelante. Los primeros pasos por la Avenue Montaigne, un lugar encantador para quienes disfrutan de las marcas más deslumbrantes, con los establecimientos de: Dior, Versace, Ives Sant Laurent, Loewe, etc. En realidad, personalmente no es que no me gusten esas marcas, pero mi poder adquisitivo se inclina inequívocamente, por las otras, las de segundo o tercer orden, y cuyos precios, desde luego, no son tan desorbitados. Detecto un sutil placer al disfrutar de los escaparates y sus presentaciones navideñas.
Salimos despacio al encuentro del Pont D’Alma que atravesamos hasta el Quai Jacques Chirac. Escondida entre hojas otoñales y ramas de los árboles, comienza a destacar la figura de la Tour Eiffel. Majestuosamente iluminada. Hipnotizados, aparecemos a sus pies que, perimetrada con una valla de cristal a una importante distancia, nos impide mirar toda su altura desde los cuatro pedestales que la soportan. En uno de sus frentes, el Pont D’lena, nos congregamos junto a un amplio número de curiosos a la espera de los minutos, a partir de las seis de la tarde-noche, cuando comienza un “parpadear”, el de unas singulares luces blancas durante diez minutos aproximadamente. Fotos de rigor.
La noche llama, con su rigidez cotidiana, y nos encaminamos por los jardines del Trocadero. Advertimos una nueva visión del icono por excelencia de Paris. La gran terraza que preside el conjunto, y sus dos museos de guardaespaldas, está repleto de vendedores ambulantes. Torres de plástico iluminadas, parpadeantes, azules, doradas, en fin, de múltiples colores, aguardan en el suelo sobre una manta de plástico evitando la humedad de la mañana lluviosa. Otros muestran las posibles fotos ofrecidas con la Tour Eiffel de fondo, mientras, dos artilugios lanzados, similares a los cohetes conocidos, surcan la noche del fastuoso monumento.
Es hora de volver al descanso. Al metro como medio rápido, aunque a esas horas la mayoría está de regreso de su jornada de trabajo. Apenas podemos entrar en uno de los vagones oruga. Optamos por salir a la superficie y localizar un bus, como viaje más tranquilo y divertido. Atravesar la ciudad permite ver de nuevo los árboles iluminados, las terrazas de los restaurantes, bajo cuyos toldos los parisinos y turistas, llenan las sillas de paja y madera, singulares y reconocibles en cualquier punto de París.
Hemos llegado, unos pasos más y ya estamos en casa, Una cena frugal y unos minutos descansando para soñar otra vez, en vivo y en directo la primera jornada en Paris, origen de estas crónicas.
En muy poco tiempo, más.
© Anxo do Rego