Amores Inmortales: Máxima 3

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El texto que tienes ante ti, titulado “Amores Inmortales”, dibuja una sutil cartografía de los espacios sagrados donde habita el amor, como un susurro eterno que recorre las fibras de la existencia. Cada máxima abre una abertura a esa esencia imperecedera que fluye en las profundidades de nuestra conciencia. Aquí, los discernimientos revelan, en destellos, diferentes aspectos de una sustancia inmutable que conecta lo momentáneo y lo sempiterno. Las frases se convierten en prototipos donde resplandece la sabiduría del amor, reflejando su misteriosa naturaleza en sus manifestaciones: la claridad de la mirada, la rendición sin límites, la confianza inviolable, el eco de lo universal y la eternidad contenida en una sola pulsación.

Estas máximas que serán siete nos invitan a una travesía que ramifica el simple hecho de amar; componen un compendio donde se establecen los límites de lo que creemos conocer. Tal vez alguna de estas frases ilumine algo en ti, alguna esencia que reconoces en tus experiencias, o quizá despierten ecos desconocidos en tu alma, revelando las capas invisibles que se trenzan detrás de cada sentimiento y conexión. Ojalá que contemples estas palabras como un espejo que refleje, una y otra vez, la presencia del amor inmortal en ti. Esta es pues la tercera máxima:

 

 “Los verdaderos enamorados confían tanto en el otro como en sí mismos. En su unión reconocen el reflejo de su propia verdad.”

En el amor verdadero, la confianza se despliega como el resplandor de una llama que ilumina igualmente a los dos amantes. Cuando dos almas llegan a este espacio sagrado, encuentran, en la esencia del otro, una devota consecuencia de su propia profundidad. Es en la confianza, como un río sereno que fluye sin desbordarse, donde la autenticidad encuentra su hogar. Este tipo de amor no se conforma con las sombras de la duda o los límites del temor y atraviesa esas barreras.

Si confiamos en el distinto con la misma certidumbre con la cada uno se entrega a sí mismo. los amantes reconocen algo que tiene que ser sacro: una esencia que existe allende sus individualidades. La entrega aquí no es la disolución de uno en el otro, pues nada se pierde, el reconocimiento es una verdad que trasciende sus propios límites. Esta verdad es el amor, una fuerza que no busca poseer, sino crear un espacio donde ambos puedan sentir y ser sentidos.

Al abrirse a la persona ajena desde esta honradez, cada adorador del amor se convierte en una luminaria la esencia del próximo. En ese reflejo, el “ego” se funde suavemente, y lo que queda es la unión de dos alientos que confían tanto en la verdad de su amor que sus individualidades se enlazan en una armonía perfecta. Este amor se vuelve entonces el próximo paso en el festejo evolutivo del contacto, un acto donde la autenticidad y la unidad coexisten.

Es en el amor donde la confianza se eleva y se convierte en un vínculo que no se puede desatar. Este lazo no surge del azar, sino del encuentro con lo más veraz. En ese espacio, el amante y el amado no se buscan para completarse, sino para reflejar en el otro la verdad que ya habita en su interior. Es como si, al mirarse en lo profundo de los ojos, descubrieran que el uno es la extensión del todo, y que sus almas son solo ramas del mismo árbol, también son las hojas, los frutos y las simientes que se extienden alegres bajo la luz.

La verdadera confianza en el amor nace cuando ambos comprenden que, al entregar su esencia, no pierden nada, sino que descubren un reflejo más nítido de lo que ya son. Esta relación se convierte en una alquimia, una meditación a dos, la realidad se amplifica y la aparente debilidad se transfigura en la fuerza de una unión indivisible. El amor alcanza su máxima verdad: el reconocimiento mutuo, el brillo compartido de dos luces que siempre serán una.

Que esta máxima sirva de pensamiento sobre el poder de confiar en el complementario como una extensión de ti mismo. Al alcanzar este estado de amor, los amantes verdaderos confían en el semejante con la misma certeza con la que se entregan a sí mismos. Reconocemos que el acuerdo indiscutible no es una posesión, sino una representación donde ambos se ofrecen libremente, seguros de que el amor que fluye entre ellos es inquebrantable. Permítete ver al ser adorado como un reflejo de la luz que llevas dentro, una presencia que te recuerda la eternidad.

Es aquí donde surge la confianza profunda, ese hilo invisible que teje la reciprocidad del afecto y sostiene el amor en su plenitud. Tras haber sentido la presencia ajena y renunciado a las oscuras sombras del ego, el amor se fortalece en la certeza compartida, elevándose al siguiente umbral de cercanía.

La simbiosis absoluta nace de esta evolución entre la confianza y la correspondencia. Cada mirada genuina se convierte en un espejo que agranda la verdad de ambos, una verdad que vibra en la unidad y se convierte en el sustento de lo sagrado que los une en un instante luminoso.

Rafael Casares 

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Investigador, Escritor y Experimentador de lo Trascendente. Se erige como un puente entre el mundo de los libros, la escritura y el arte con el reino de lo trascendente. Su enfoque combina la rigurosidad intelectual con una profunda sensibilidad espiritual. A través de sus escritos y enseñanzas, busca iluminar los rincones oscuros del entendimiento humano, llevando a sus lectores y seguidores a una comprensión más profunda de lo que significa ser parte de este universo misterioso. En el corazón de su búsqueda siempre ha habido un compromiso inquebrantable con la ternura y el respeto hacia todas las formas de vida y pensamiento. Rafael ve en cada ser y en cada fenómeno una oportunidad para aprender y crecer, una chispa de lo divino esperando ser comprendida.

1 COMENTARIO

  1. Espero que haya enamorados, aunque sean de manera platónica, que hayan sentido de la misma manera que es el amor: Dímelo aquí si te atreves.

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