Me decanto por un acto de absoluta sinceridad si afirmo que el libro que probablemente más y mejor me ha marcado como lector y eterno aspirante a escritor no es otro que Las Pirañas de Miguel Sánchez Ostiz. Estoy hablando de un clásico la literatura contemporánea en castellano. Hablo no tanto de la gran y acerada crónica de los ochenta en la que se sitúa la novela, sino más bien del retrato más descarnado y a la vez divertido de la España contemporánea. Una novela en la que cada que emprendo una nueva lectura siempre descubre algo nuevo, algo que en las anteriores se me había pasado por alto, en lo que no había reparado frente a tantas otras cosas.
Lo que sí recuerdo fue lo que supuso para mí cuando leí Las Pirañas por primera vez, yo diría que hasta por pura casualidad, siendo un chaval de veinte y muy pocos. Un revulsivo, sí, otro término trillado con ganas; pero, así fue ni más ni menos. Por fin una escritura brava y sobre todo sin complejos, con sus gotas justas de vitriolo y también de ternura, a diferencia de casi todo lo que había leído anteriormente, siquiera ya sólo en su ambición de abarcar todo un mundo que, como siempre que se trata de la condición humana, va de lo más local a lo universal. Escritura osada y hasta celinesca, tanto en su recurso a lo coloquial como a lo más formal, libre de los convencionalismos de esa otra literatura española de la época por lo general tan pomposa con sus pujos academicistas o vanguardias donde la estética era y es sinónimo de no contar nada.
Tal fue la impresión que me produjo aquella primera lectura que desde entonces sigo siendo un fiel seguidor de todo lo que publica Miguel Sánchez-Ostiz. ¿Por qué? Porque en su escritura hay un aliento, una forma de ver el mundo, y sobre todo de ponerlo sobre el papel, que me resulta tan cercana como revulsiva.
Txema Arinas