El perdón es una decisión interior, que nos enseña profundamente la grandeza, o identificación, con nuestro ego; si me quiero quedar estancada en el dolor, o si decido tomar responsabilidad, y dar un paso adelante.
Quizás no lo habíamos observado antes, pero la capacidad para perdonar, es un acto heroico de amor propio; porque al no perdonar, me quedo atrapada en el conflicto, y no puedo dejar atrás a la persona, o las circunstancias que ocurrieron. Y, ojo, esto no quiere decir, que me hermane con la persona que me causó tal dolor, “simplemente”, que yo suelto mi parte de la cuerda, acepto lo que nos tocó vivir, y tomo la decisión de avanzar.
Y para poder soltarlo, me tengo que desentificar de mi ego, que va a querer que siga aquí, dolorida, haciéndolo más grande, estancándome cada día más, creyendo que esto que me pasó, me da algún tipo de dignidad.
Perdonar conlleva dejar atrás el pasado, para seguir caminando en mi vida.
Perdonar es desarrollar mi adulta interior.
Perdonar es dejar de nutrir el dolor.
Desde esta mirada, es un cambio radical de la perspectiva, ya que hago este acto para mí, para mi bienestar y paz interior y, también, para dejar atrás el rol de víctima de algo o alguien, lo que alimenta mi propio poder interno.
Y, si me atrevo a ir un paso más allá, y desarrollar mi empatía, podré ver que esto que tanto me hirió, me muestra tu propia herida interna, que te lleva a actuar desde tu propio lugar de dolor o inseguridad, así que, si no crecemos internamente, no nos podemos ver con claridad.
Y, créeme, la vida se vive mejor, cuando desarrollamos una mirada adulta, que nos permite seguir avanzando con más ligereza, en la que los desafíos son oportunidades para avanzar, en lugar de vivencias que nos limitan.
© María del Mar García [Alma y Tierra]