Casa encantada en la calle Horno del Oro

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La magia del bajo Albaicín

El Albaicín, un barrio de Granada cargado de historia y leyendas, ha sido testigo de siglos de encuentros entre culturas. Sus estrechas calles y recovecos guardan secretos, y algunos lugares; como la casa de uno de los que se conoció en las escuelas secretas como Al Shamsi, seguramente uno de los últimos alquimistas de Al Ándalus del periodo nazarí; han adquirido una reputación que se extiende más allá de las simples anécdotas de ciencias arcanas, fantasmas o fenómenos inexplicables.

En este caso trataremos una de las múltiples calles paralelas que van desde la terrible calle del Carnero y el antiguo Maristán el avanzado hospital de enajenados del reino nazarí que hasta 1492 existió en Granada, hasta la paseada Acera del Darro donde rumoroso avanza el río hacia su encuentro con el Genil. En esta ocasión tratamos la angosta y empinada calle Horno del Oro.

Esta callejuela, la calle Horno de Oro ha sido varias veces el escenario de eventos inexplicables. Testimonios de luces en la noche, voces provenientes de habitaciones vacías y sombras que cruzan los umbrales sin dejar rastro. Algo muy común en casi todas las casas viejas, incluso en las rehabilitadas. Los residentes cuentan historias de puertas que se abren por sí solas y extraños olores a incienso o a inmundicia en habitaciones donde nadie ha encendido fuego, ni hay desperdicios. Todo esto podría concernir al legado de los habitantes originales de la casa.

Paula, una joven brillante y encantadora, siempre fue conocida por su perspicacia, esa habilidad innata para detectar cuando algo no cuadraba, aunque no pudiera explicarlo del todo. Además de sus ocupaciones como azafata de teatro, congresos y relaciones públicas, tenía una intuición afilada que, en más de una ocasión, la sacó de situaciones complejas. Pero ninguna advertencia previa la preparó para lo que experimentaría en la casa de su novio, situada en la misteriosa calle Horno de Oro.

Paula era una joven que, como cualquier otra, creía tener control sobre la realidad que la rodeaba, pero como veremos pronto iba a cambiar. A la atractiva chica le incomodaba y asombraba que su novio Luis rehuyera con insistencia invitarla a conocer su vetusta casa en la que vivía completamente solo, quedando siempre para verse fuera de ella, en otros lugares. Advertía que su actitud era bastante chocante para un muchacho normal de su edad evitar que se encontraran ambos a solas. Un “nosequé” inquietante, le advertía cada vez que pensaba en esa peregrina actitud que había más de lo que este le decía.

Todo comenzó cuando Luis, su novio, se mudó a esa vivienda atraído por el bajo precio del alquiler. Un lugar antiguo y sombrío que Luis evitaba mostrarle, siempre esquivando sus invitaciones a que lo visitara allí. Paula, intrigada por esa actitud inusual, insistió una y otra vez hasta que finalmente él cedió. Desde el primer momento que puso un pie en esa casa, Paula supo que algo no andaba bien. El aire era denso, pesado, cargado con una energía que parecía haberse asentado allí durante siglos.

Por fin, un día del año 1999, tras su perseverancia y argucias, consiguió que la invitara a verse en el piso. Paula ufana se dirigió a esta calle, las luces macilentas de los faroles instalados en las fachadas apenas alumbraban lo suficiente como para distinguir las sombras que parecían deslizarse en los rincones. Aceleró el paso, convencida de que era su imaginación. Pero sintió que algo no estaba bien. Aunque no quería parecer paranoica, las sensaciones que aquel lugar le provocaba eran innegables. El aire era denso, como si estuviera cargado de un desánimo sombrío, casi palpable.

La casa situada en la calle Horno de Oro, tenía tres plantas. Según Paula ––la casa era tan oscura y vieja que simplemente daba miedo mirarla–– Una vez dentro, su novio admitió con cierta tirantez y nerviosismo, los problemas inesperados que empezaron casi de inmediato. Como todos los jóvenes pensaban en divertirse y la azafata estaba tan alegre como de costumbre.

Al poco tiempo, tras conectar la televisión, observaron que fallaba sin razón aparente, emitía imágenes de color verde en todos los canales. Más adelante el dispositivo comenzó a emitir solo estática, los servicios de reparación no encontraron después ningún fallo técnico, en los cables, ni en la antena. Tampoco estaba estropeado el aparato.

Las primeras señales fueron sutiles, pero imposibles de ignorar. La televisión fallaba, los técnicos no pudieron dar una explicación coherente. Lo mismo ocurrió con el teléfono, que sonaba con interferencias y, al descolgar, nadie respondía. Todo parecía fuera de lugar. A pesar de las explicaciones técnicas de varios equipos de reparación siempre fueron vagas, insuficientes, además nunca pudieron ser reparados. Paula sabía que había algo más.

Una tarde, mientras colgaban la ropa en la terraza, la encontraron más tarde cuidadosamente estirada en el suelo, como si alguien, o algo, la hubiera colocado. No había viento, ni rastro de intrusos. ––Debe haber sido el perro–– bromeó Luis muy tenso, quien tenía una mascota, una mezcla de cocker y callejero albaicinero. Feo, con mal genio, y según le contaba, en demasiadas ocasiones saltaba, ladraba y correteaba sin sentido como huyendo de algo, tal vez era un tanto loco, pero Paula no estaba tan convencida. La lógica no encajaba: el perro no podía haber saltado un muro de dos metros para llegar a la ropa. Solo obtuvo un tenso silencio y un gesto de desagrado como respuesta que la hizo sentir engañada.

Otra noche, mientras se encontraban con unos amigos íntimos de Luis en la casa, de visita; tenían mucha confianza y andaban siempre con bromas puesto que se conocían desde la infancia, hacía más de veinte años. Al utilizar el baño uno de ellos, llamó alarmado a los demás a grandes voces quienes apelotonados en el dintel de la puerta pudieron ver incrédulos como la cadena de la cisterna del inodoro se movía sola sustentándose en el aire sin que nadie la tocara como por arte de magia.

Por cierto, un suceso de “levitación” parecido ocurrió en otro caso, en el del Museo Arqueológico. Por supuesto no había nadie en el cuarto de baño o al menos no había nadie visible, dijeron que el ambiente se enfrió como si una presencia anormal absorbiera el calor de sus cuerpos y los estuviera observando desde las sombras. Todos vieron el suceso y salieron del baño a toda prisa, y aunque Luis intentó racionalizar lo ocurrido con risas nerviosas, esa velada se acabó para ellos.

Era una constante que, a pesar de los sucesos y testimonios escuchados, Luis no admitía de ningún modo; hecho habitual en muchos testigos; que sucediera nada raro ni a Paula, ni a sus amigos, ni siquiera a sus padres. Era muy testarudo. Todo el mundo pensaba que en el interior del inmueble aguardaban secretos incomprensibles. Algunos sentían que algo temible estaba por venir.

La madre de Luis; si bien no vio, ni oyó, ni supo, cuantos fenómenos anómalos ocurrían casi a diario en la casa; pero con su intuición femenina, confesó a Paula su sospecha de que algo extraño sucedía donde vivía su hijo, que estaba preocupada por él y rezaba para que nada malo le ocurriera.

Una noche al llegar, Paula lo encontró muy alterado, aunque no quería decir nada como siempre. Fue “tirándole de la lengua” y finalmente logró obtener una explicación de lo sucedido. Supo que unas tres horas antes de que ella llegase y fueran a tender la ropa, como hemos relatado, y comprobaran quedó esparcida por el suelo, escuchó perfectamente un ruido proveniente; de la terraza encima de su techo; como si pesados hierros fueran arrastrados.

La confesó que supuso era el espíritu de su abuelo fallecido, quien le hacía esas manifestaciones por alguna causa que él no adivinaba, entendió que eran señales, a modo de avisos, para llamar su atención, aunque nunca le provocó el menor daño.

Llegado el tiempo de las confesiones Luis añadió que en una ocasión vio algo de modo claro y nítido que lo llenó de un pavoroso horror. Le refirió a Paula con todo detalle lo que más le aterraba mientras estaba solo en la casa. Ella supo sonsacarle como en el momento más inesperado mientras hacía tareas habituales en el hogar vio claramente a una mujer joven acurrucada en una esquina de la sala, pidiéndole ayuda con voz quebrada. Su aspecto era tan real que por un momento pensó que alguien había entrado en su casa. Era una mozuela acurrucada desde una esquina entre dos gruesos muros del interior de la casa.

Tuvo una sensación electrizante en la espina dorsal que le produjo frío. Intentaba racionalizar que la mujer no pudo haber entrado sin que él abriera la puerta de la calle. Para Luis era obvio que, por su insólita apariencia, su extraña postura, sus raídas vestimentas y la quebrada voz en el silencio de la noche, aquella joven mujer morena, no parecía ser de este mundo. Luis quedó paralizado por el terror, no pudo abrir la boca ni moverse para correr, pero al no ser respondida a sus requerimientos, la mujer, sin mediar más palabras, se desvaneció en el aire, dejando solo el eco del miedo. Paula sabía que Luis no mentía; su relato era demasiado detallado, demasiado genuino.

Esa revelación fue la gota que colmó el vaso. Aunque Paula intentó mantenerse fuerte, supo que aquella casa era más de lo que podía manejar. Aunque se amaban y eran felices, también existían problemas y concluyeron separarse. Las razones que más contribuyeron fueron sin duda las experiencias en la casa de la calle Horno del Oro.

Cuando Paula finalmente se separó del edificio, jamás volvió a poner un pie en esa casa. Sabía que lo que lo visto y oído no era fruto de su imaginación. Los recuerdos de esos días oscuros quedaron grabados en su mente, un misterio que la ciencia ni la razón podían resolver, sobre todo la aparición de la figura de la mujer que le relató su novio. Pensó, que si Luis siempre fue reticente de hablarle sobre los extraños sucesos, finalmente confesó que no revelar cuanto estaba pasando fue por prudencia, para que nadie se asustara tanto como lo estaba él.

Paula buscó consuelo en su familia, pero ellos no la creyeron. Intentaron normalizar su experiencia, atribuyéndolo al cansancio, a su estresante trabajo o a los efectos de las noches tan frías, pero Paula sabía que algo mucho más siniestro la había estado rondando y ese miedo no podía soportarlo.

Al día siguiente, Paula decidió investigar algo sobre la historia de la casa cercana, la de Horno de Oro, y descubrió que una familia llevó siglos arrastrando una leyenda oscura. Se decía que la casa estaba de alguna manera “viva” que era verdaderamente un misterio en sí misma.

No volvió a hablar del tema con nadie, salvo para con un gesto serio contarme la historia. Expuso que, por muy económico que fuera el lugar, el “mal rollo” que se vivía era demasiado. El verdadero precio de esa casa no se pagaba con dinero, sino con la cordura.

Paula nunca volvió a caminar de la misma manera por las calles aledañas a la del Horno del Oro. Al final, Paula comprendió que algunas cosas escapan a toda explicación racional. El temor psicológico a lo desconocido, a lo invisible, la seguía, se mantuvo presente. Aunque hay que decir que por suerte fue recuperando, para regocijo de todos, su luminosa sonrisa.

© Rafael Casares. Todos los derechos reservados.


Esta historia forma parte del libro “Casas Encantadas, Enigmas y Lugares de Poder en Granada” recogidas de informaciones, declaraciones y manifestaciones recopiladas por el escritor e investigador Rafael Casares, durante el proceso de quince años de investigación, realizadas por decenas de personas que tuvieron las experiencias relatadas o escuchadas de quienes las vivieron.

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Investigador, Escritor y Experimentador de lo Trascendente. Se erige como un puente entre el mundo de los libros, la escritura y el arte con el reino de lo trascendente. Su enfoque combina la rigurosidad intelectual con una profunda sensibilidad espiritual. A través de sus escritos y enseñanzas, busca iluminar los rincones oscuros del entendimiento humano, llevando a sus lectores y seguidores a una comprensión más profunda de lo que significa ser parte de este universo misterioso. En el corazón de su búsqueda siempre ha habido un compromiso inquebrantable con la ternura y el respeto hacia todas las formas de vida y pensamiento. Rafael ve en cada ser y en cada fenómeno una oportunidad para aprender y crecer, una chispa de lo divino esperando ser comprendida.

1 COMENTARIO

  1. Existe en esta calle descrita en el caso que acabas de leer un rincón que oculta una historia milenaria. Una calle donde los susurros del pasado aún resuenan y el aire se tiñe con el legado de lo que alguna vez fue el corazón palpitante de un conocimiento secreto. Nos encontramos con algo que ha permanecido oculto a los al mundo moderno. Muy pronto, revelaremos la verdad sobre una figura legendaria, un alquimista cuyos conocimientos trascienden el tiempo y cuya influencia se extiende hasta nuestros días.

    ¿Te atreves a descubrirlo?

    (En la segunda entrega revelaremos la historia de un lugar que marcará la diferencia entre el mito y la realidad. La Calle Horno del Oro… Un espacio donde la alquimia y la espagiria han dejado su huella. Prepárate para el encuentro con Yabir Abu Omar Al Garnati, descendiente directo del último alquimista andalusí, Al Shansi).

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