El Carmen de la Victoria

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En la médula del Bajo Albaicín, enclavado en la serpenteante Cuesta del Chapiz, se erige el misterioso Carmen de la Victoria, antaño parte del monasterio homónimo. Este lugar, marcado por la historia y el enigma, fue testigo de la desamortización que, como un viento implacable, lo dividió y vendió en pedazos a notables de la ciudad. Para la década de 1770, el monasterio yacía en ruinas, un vestigio de tiempos más devotos. Detrás del Carmen, en el antiguo cementerio monástico, se descubrieron restos humanos durante la construcción de una cueva flamenca, profanando sin reparo las tumbas de los monjes. Y así, con cada nueva edificación que surgía en la zona, la tierra seguía revelando su oscuro pasado, devolviendo al presente los huesos de aquellos que la habitaban.

Una cabeza flotando en el aire

Entre los susurros de los muros y los ecos del pasado, emerge la figura de Fermín, un niño de ocho años que encontró en el Carmen de la Victoria su hogar, junto con su familia, los guardeses. Era 1971 en una noche de verano, mientras dormía junto a sus padres, una visión lo despertó: una cabeza calva y gris, carente de rasgos, flotaba en el aire como un globo, frente a él sin un aparente cuerpo que la sostuviera. El niño, más asombrado que asustado, contempló aquel fenómeno por unos segundos, antes de que se desvaneciera en la oscuridad. Aunque en ese momento no dijo nada a su madre, al día siguiente le confió la experiencia. Ella, en un intento de racionalizar lo inexplicable, sugirió que tal vez su padre había querido gastar una broma colocándose una horrible máscara, pero Fermín, seguro de la naturaleza poco dada a las bromas de su progenitor, nunca creyó esa explicación.

Visitantes de época algo traviesos

El misterio persistía en el Carmen, y un año después, en 1972, cuando Fermín contaba con nueve años, la mansión volvió a manifestar su lado más inquietante. Una noche, al despertar con la luz de la mesilla encendida —una seguridad contra sus terrores nocturnos—, vio en el umbral de su habitación a tres hombres ataviados con frac y sombrero, con barbas meticulosamente arregladas, como si hubiesen salido de un cuadro del siglo XIX. No sintió miedo, sino una extraña conexión, casi telepática aseguró, con esos hombres, quienes discutían entre ellos si debían apagar la luz o no. Aunque Fermín intentó resistir, uno de ellos finalmente pulsó el interruptor, sumiéndolo en la oscuridad. Al contarle a su hermana lo sucedido, ella le dijo que había sido ella quien apagó la luz, pero Fermín, convencido de lo que había visto, pensó que no era convincente esa racionalización de su hermana a la que en ningún momento vio junto a aquellas personas.

Golpeando la puerta

Los fenómenos extraños eran casi un ritual nocturno en el Carmen de la Victoria. Fermín y sus hermanos crecieron en una casa donde los sonidos inexplicables, la desaparición y reaparición de objetos, y la sensación de presencias invisibles se volvieron parte de la rutina. Una noche tras otra, Fermín y su madre cerraban la puerta con llave y dejaban al gran mastín de la familia suelto en el jardín. Pero apenas pasaban quince minutos después de cerrar el portón cuando un golpe seco, una detonación como un cañonazo, resonaba en la puerta, como si alguien intentara derribarla con un embate desde la calle, el perro se volvía loco de tanto ladrar. Sin falta, salían apresuradamente a comprobar lo sucedido, encontrando la calle desierta y la puerta intacta, sin rastro de intrusos o de alguna piedra grande por los alrededores. Los que conozcan la ubicación de este edificio recordarán que la calle es una descomunal cuesta bastante larga y sin lugares donde esconderse.

La Dama Blanca de la buganvilla

No todas las apariciones en el Carmen de la Victoria eran aterradoras. Algunas eran todo lo contrario, una esencia melancólica de otros mundos. Una noche, bajo la fragancia dulce y envolvente de la glicinia del jardín, Fermín experimentó una visión que, lejos de infundirle miedo, lo dejó embelesado. En la quietud de la madrugada, mientras la brisa acariciaba las flores nocturnas, el joven desvelado buscando el frescor de la alborada levantó la vista al cielo en busca del último lucero. Fue entonces cuando vio lo que otros testimonios le había descrito antes: una figura femenina, etérea, de piel como niebla plateada, refulgente cabellera, y ojos dispersos, distraídos. La silenciosa figura flotaba suavemente entre los jardines por encima del empedrado. Su vestimenta parecía tejerse con la luz lunar que todavía brillaba con sus postreros resplandores, como si caminara sobre las aguas efímeras de la Tierra. Fermín quedó maravillado, con su ánimo desnudo ante aquella presencia inmutable y cándida.

La figura de la dama blanca se deslizaba sin prisa, persiguiendo quizás los ecos de una historia olvidada. De repente, como si el aire la hubiese disipado, desapareció del patio, dejando a Fermín con el corazón palpitante y el alma impregnada de una extraña melancolía. ¿Se puede añorar el amor de un alma?, se preguntó con melancolía. ¿Era acaso un sueño, o un vestigio de lo inmaterial que habita en el Carmen?

Tiempo después, acudió a una médium a la que consideró fiable, para que fuese al Carmen e intentase hallar el origen de los fenómenos. La médium, paseó por todos esos mágicos lugares, y después de tener ciertas percepciones le aseguró que en el caserón deambulaba el espíritu de una chica muy joven, seguramente adolescente que parecía buscar ansiosamente el diario donde había recogido cada noche sus más íntimos sentimientos y no quería que nadie los volviera a leer. Fermín, buen conocedor de la historia del Carmen de la Victoria, relacionó a esta dama blanca, con una chica que murió en el caserón a causa de la tuberculosis tal vez en los años treinta del siglo XX.

Él pensaba que era el espectro de la hija del médico Víctor Escribano, antiguo dueño del Carmen, se acordó entonces de lo que su madre le contó que la preciosa buganvilla del jardín fue plantada por esa chica, es la única planta que se ha conservado en buen estado y resiste todas las inclemencias del tiempo. Las plantadas después en ese lugar no han prosperado, por más cuidado que se le han dado.

Fermín jamás pudo olvidar aquella visión. Impresionado con ese amor sobrenatural me inspiró a escribir estos versos, en los que se intenta prender la esencia de aquel encuentro fantasmal:

Poema a la Dama Blanca de la Victoria

En el silencio el aire paseaba la emanación de las flores nocturnas.
El chico insomne buscó la hora del temblor del último lucero.
Ante sus ojos un prodigio, la maravilla asombra, su ánimo queda desnudo.
Sin puertas que la enclaustren, recorre sigilosa los jardines,
el espectro de una niña que murió en lugar sagrado.

Luce la piel como niebla plateada, labios granados, ojos dispersos,
larga cabellera áurea, manos albas, con leves pies a flor de agua.
Caminando por la Tierra efímera; cándida, inmutable y sosegada,
Bella heredera de la eternidad, fluctuaba en el manto de las ondas difusas
aparecía errante, persiguiendo los secretos de una historia olvidada.

Unos fascinantes pasos y del patio se desvanece la dama,
La vislumbre de la seducción es un halago, no admite reniego.
El joven ha perdido la blanca vista de su admirada hada.
El corazón encantado no entiende de tiempo.
¿Se puede añorar el amor de un alma? Pregunte si es cierto. 

Cara y cruz de los jardines del Carmen

El Carmen de la Victoria, con su historia cargada de tragedia y transformación, pasó de manos en manos: desde un general de la Guardia Civil hasta el médico granadino Víctor Escribano, quien vivió allí la dolorosa pérdida de sus dos hijos. En los años 30, la viuda vendió el Carmen, que se convirtió en residencia hispano-marroquí, y posteriormente en un Colegio Mayor, hasta que en 1945 pasó a ser propiedad de la Universidad de Granada, como Residencia de Invitados.

Sin embargo, no todas las partes de la casa exudan inquietud. Fermín, quien ha pasado horas explorando todos los rincones del Carmen albaicinero, encuentra en sus jardines un remanso de paz, donde los ecos del pasado parecen aquietarse. En esos parajes, se podría imaginar a un poeta como Ibn Zamrak susurrando versos: «Jardín soy yo que la belleza adorna: sabrás mi ser si mi hermosura miras». Sin embargo, no todo es sosiego; sigue habiendo rincones y recovecos que incitan los escalofríos, como el arco del patio, donde Fermín siente una mirada invisible que lo impulsa a huir siempre que pasa a su vera.

© Rafael Casares. Todos los derechos reservados.


Esta historia forma parte del libro «Casas Encantadas, Enigmas y Lugares de Poder en Granada» recogidas de informaciones, declaraciones y manifestaciones recopiladas por el escritor e investigador Rafael Casares, durante el proceso de quince años de investigación, realizadas por decenas de personas que tuvieron las experiencias relatadas o escuchadas de quienes las vivieron.

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Investigador, Escritor y Experimentador de lo Trascendente. Se erige como un puente entre el mundo de los libros, la escritura y el arte con el reino de lo trascendente. Su enfoque combina la rigurosidad intelectual con una profunda sensibilidad espiritual. A través de sus escritos y enseñanzas, busca iluminar los rincones oscuros del entendimiento humano, llevando a sus lectores y seguidores a una comprensión más profunda de lo que significa ser parte de este universo misterioso. En el corazón de su búsqueda siempre ha habido un compromiso inquebrantable con la ternura y el respeto hacia todas las formas de vida y pensamiento. Rafael ve en cada ser y en cada fenómeno una oportunidad para aprender y crecer, una chispa de lo divino esperando ser comprendida.

3 COMENTARIOS

  1. En esta cotidianidad donde se ha perdido la sensibilidad y las tradiciones, estas investigaciones que me llevaron gran parte de la vida, junto con a la redacción de cada testimonio, para hacer una obra descrita por algunos como histórica. Es un gran gozo para mí compartir estos momentos de intercambios de emociones y de mundos fuera del mundo y no parar de hacerlo mientras me queden fuerzas de conocer y analizar otros casos interesantes, los enigmas nunca finalizan. Puede quizá que por esta razón algún día escriba otro volumen de los misterios y enigmas de la gran ciudad mágica de Granada. si los lectores me hacen el honor de contarme sus historias familiares y personales. Me despido de ustedes con un abrazo cósmico: Rafael Casares.

  2. Enhorabuena Rafael he disfrutado muchísimo con la lectura de este texto. Envolviéndome en la aventura de su historia. Exquisita la forma que le has dado con narrativa y poesía.
    Mucha elegancia en las palabras que engarzas de forma armoniosa dando placer a la lectura .
    Gracias por tu labor de investigación que llevas.recopilando desde hace tiempo y acercarnos a el mundo histórico de Granada .
    gracias sigue así .

  3. Gracias por tu disfrute querida Oro que mejor recompensa puedo tener después de tanto trabajo durante décadas intentando de manera rigurosa transmitir lo que los testigos nos han contado, en muchas ocasiones fueron sucesos extraños que al final lograron cambiarles completamente la vida. Un abrazo cósmico

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