Se materializó su mayor miedo. Perder un hijo. Daniel maldijo el día que conoció a Gabriela. El día que se enamoró. El día que ella le comunicó su embarazo. Estaba lleno de rabia. Rabia hacia el mundo. Hacia Dios. Hacia el destino. Nunca tuvo que crear una familia. No quería sentir ese dolor. Pero era inevitable sufrir. Estaba sintiendo en sus carnes la misma desesperación que observó en aquella mujer años atrás, enterrando a su hijo.
Habían pasado solo tres día desde el entierro de Iván. No soportaba el pésame de la gente. Era acentuar más el dolor. Ahora su pequeño Iván estaba dentro de ese agujero frío. Sin vida. Sin risas ni juegos. Su hijo era su tesoro y ese coche se lo arrebató.
Los padres de Daniel estaban destrozados. El nieto era su mundo.
Gabriela no dejaba de llorar. Se sentía tan culpable. Era terrible. Ella que siempre fue la primera en criticar los despistes de otras madres. No se serenaba. Daniel la abrazó con todas sus fuerzas La amaba. Cómo pudo maldecir el día que la conoció. No quería perderla.
—Tendremos otro hijo, Gala.
—Pero no será Iván. No será mi Iván —dijo rompiendo a llorar.
Era de noche. El matrimonio estaba en el salón, rodeados de fotos de su hijo cubriéndolas de lágrimas.
—Perdóname hijo mío. —dijo llorando desesperada con tormento infinito, besando aquellas fotos. En todas el pequeño Iván sonreía.
—Basta, Gala. No te tortures mas.
—Antes de romper aguas, soñé con un extraño mago. Me vaticinó la temprana muerte de nuestro hijo.
—Por favor, Gala.
—Me dijo que podría concederme el deseo de que volviera a la vida. Solo debía de llamarlo en mis sueños y pedirle el deseo. —continuó explicando con ansiedad.
—Cariño. Nada va a devolver a nuestro pequeño Iván a la vida. Ni siquiera ese mago del que hablas. Solo podemos mitigar el dolor buscando tener otro hijo y dándole todo el cariño que quisimos entregar a Iván —respondió Daniel con tono sereno. Estaba preocupado por su mujer.
—Era un mago con chistera con cinta roja. Sacó de su sombrero unas tijeras horribles. Me asusté.
Daniel sintió un nudo en su estómago. Se puso pálido. La pesadilla del pasado golpeó con fuerza sus recuerdos y con ella también las imágenes de aquellas fotos.
«Mis tijeras te abrazarán Dani. Te abrazarán y mientras chillarás!»
Intentó quitar de su cabeza esa idea macabra, que entrara en razón.
—Gala. Te ruego que no pidas ni siquiera en sueños algo imposible. Hay que aceptar las cosas como llegan. Ahora nuestro hijo descansa en paz.
—Solo sé que quiero que vuelva. ¡Quiero que vuelva! Que vuelva mi pobre niño. —decía llorando en un ovillo, en sus brazos—, sé que llora en ese agujero oscuro. Sabes que no le gusta dormir a oscuras. Le da mucho miedo.
Gala estaba sumida en un profundo dolor. Daniel estaba angustiado de verla así. La acercó en brazos a la cama para que pudiera dormir.
—Descansa, por favor. Verás que más adelante tendremos más hijos y volverás a sonreír. —intentaba calmarla.
Gabriela caminaba por su calle en la noche oscura. La farola parpadeaba. Sabía que ese mago del infierno se escondía en la oscuridad de sus sueños..
—¡Sé que te escondes alimaña! ¡Quiero que vuelva mi hijo! Que lo liberes esta misma noche de los brazos de la muerte, que lo apartan de mí —gritó Gala en sollozos, inmensamente perdida y desesperada. No le daba ya miedo nada. Ni su propia muerte.
Solo quería recuperar a su pequeño. Abrazarlo fuerte y que volviera a decirle con su dulce voz esa palabra que tanto echaba en falta: mami. Lo necesitaba como respirar.
Escuchó una voz hueca y aterradora detrás. Muy cerca.
—¡Lo que pides conlleva un alto precio mujer!
—¡Nada me importa! —exclamó segura la angustiada madre.
—Han pasado tres días desde que murió tu hijo. No llegará tan fresco.
Gala tragó saliva. ¡Qué no haría una madre por su hijo!
—¡Dime el precio alimaña! ¡No tengo miedo!
El ser corrompido dictó sentencia.
Piel de Harina la observaba con fiereza, sonriendo maliciosamente. Tendió su mano abierta manchada de sangre, para cerrar el acuerdo.
Gala empezó a llorar. Su deseo enfermizo por estrechar otra vez a su hijo, nublaba su razón. Le estrechó la mano evitando mirarlo a los ojos.
© Verónica Vázquez. Todos los derechos reservados