Una voz para los que no la tienen – (Ana Cachinero)

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Era un día soleado en el que todo parecía ir bien, pero para Juan la injusticia era algo que no podía ignorar. Desde pequeño había visto cómo los más ricos y poderosos abusaban de los más pobres y vulnerables, y hoy no iba a ser diferente.

Juan, periodista internacional, estaba convencido de que las diferencias entre ricos y pobres seguían marcando una brecha abierta, difícil de erradicar. La desigualdad era demasiado grande entre quienes lo tienen todo y quienes apenas tienen nada.

Mientras revisaba varios periódicos digitales —titulares y reportajes de interés— descubrió que los pobres rara vez eran reconocidos como víctimas de injusticia. No aparecían en listas de personas a quienes se les debía reparar el daño histórico. En cambio, se les veía como beneficiarios pasivos, dependientes directos de los grandes capitales. Como si lo poco que tuvieran debieran agradecérselo a los ricos que les “ofrecían” trabajo.

Reflexionaba que la pobreza era, en sí misma, una forma de violencia. No se trataba solo de calidad de vida, sino de justicia. La exclusión social le parecía profundamente injusta y, si se hablaba de miseria, la injusticia se agravaba aún más.

Con estas ideas en mente, decidió investigar para escribir un amplio reportaje sobre la injusticia social.

Una mañana fresca, Juan Espejo salió bien abrigado, con su mochila a la espalda, en busca de historias que dieran forma a su artículo, el cual —presumía— ocuparía titulares en la portada del prestigioso diario Ricos y Pobres, ubicado en el barrio más concurrido de su ciudad.

Deambulando por una de las callejas céntricas, se topó con personas sin hogar: algunas pedían limosna, otras dormían en rincones o estaban sentadas en bancos, perdidas entre sus pensamientos.

Movido por la impresión, se detuvo a hablar con una mujer que se preparaba para cruzar la calzada. Quería conocer su historia, saber cómo había llegado a aquella situación de desamparo.

—Señora, tiene mal aspecto. ¿Puedo ayudarla en algo?

—No, gracias. Adiós.

—Espere, ¿podemos hablar? Soy periodista y estoy trabajando en un reportaje sobre personas sin hogar.

—Ah, entiendo, ¿Qué quiere saber?

—Su historia.

Juan sacó una grabadora de su mochila y comenzó a grabar.

—Me llamo Olivia. Vivo en una tienda de campaña, en las afueras. Mi excompañero me maltrató y la vida también. Lucho con mi autoestima, intento sanar mis heridas y batallo sola como puedo.

—¿Ha pedido ayuda a los servicios sociales? —preguntó Juan.

—No.

—Si quiere, puedo acompañarla al ayuntamiento. Las autoridades deberían atenderla. Sería bueno que la ayudaran. Vamos, no tenga miedo.

—No, no. No se preocupe. Gracias, buen hombre. ¡Adiós! —Y la mujer se alejó con rapidez.

Juan apagó la grabadora y siguió su camino. Al cruzar una bocacalle, caminaba pensativo por la acera.

Tras hablar con Olivia, comenzó a sentir una profunda empatía por las personas sin hogar. Decidió hacer algo más que simplemente escribir un artículo.

Se unió a un grupo de voluntarios que trabajaban en un refugio y empezó a colaborar en lo que podía.

Cuanto más se implicaba, más se daba cuenta de que existían muchas maneras de ayudar. Así, adoptó el compromiso de dedicar más tiempo y energías a esa causa como voluntario.

Recorrió con entusiasmo los barrios periféricos de la ciudad, acompañado por otros jóvenes. En sus largos paseos, escuchaban las historias de quienes trataban de ayudar, aunque a veces sin éxito.

Conocieron a muchas personas, cada una con su propia historia.

Daniel, por ejemplo, era un joven inmigrante que dormía en un banco de una pista de baloncesto. Leía la Biblia cada noche y guardaba sus cosas bajo el banco. Solo hablaba de Dios. O Javier, que vivía en una vieja caravana y pasaba horas caminando o pedaleando por caminos a las afueras.

—Te lo encuentras donde menos te lo esperas. Le cuesta hacer sus trámites. Aunque aún tiene derecho, no cobra su pensión —explicó Marisa, una de las voluntarias, revisando sus notas.

—En su familia, varios murieron en accidentes de tráfico —añadió Héctor, otro de los compañeros de Juan.

Comprendió que la pobreza no era un problema individual, sino un fenómeno sistémico que afectaba a muchas personas. Decidido a profundizar, habló con expertos sociales y económicos, buscando entender las raíces del problema. Reunió todo lo necesario para escribir su reportaje.

Una noche despejada, bajo la luz de las estrellas y una lámpara fluorescente en su escritorio desordenado, Juan escribió con entusiasmo su artículo. A toda página. Lo tituló: “Personas sin hogar necesitan tu mano amiga”. Se imprimió al instante y se distribuyó por todos los quioscos de la ciudad. ¡Fue todo un éxito de ventas!

El artículo tuvo un gran impacto social. Movilizó a muchas personas, que se sumaron a la causa. Gracias a su difusión, se recaudaron fondos para construir más refugios y se impulsaron programas de empleo y formación, ayudando así a que muchas personas salieran de la pobreza y la exclusión social.

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Ana Cachinero, escritora invidente, nació en Andújar (Jaén) el 16 de febrero de 1962. Hija de un militar y de una ama de casa dedicada a sus labores. Es la mayor de dos hermanas. Cursó estudios primarios, la antigua EGB, bachillerato y carrera universitaria, diplomándose en Magisterio en la especialidad de humanidades. Ana, una autora incansable en el oficio de escribir, inició sus primeros pasos en la lectura de tebeos, cuentos y libros de grandes escritores hasta que un día, animada y tras descubrir su pasión por la escritura, cae en sus manos un importante material literario para iniciarse en el arte de escribir. En 2002 publicó su primer libro de relatos infantiles-juveniles titulado “Las aventuras de Carol”, siguió otra publicación en 2017 con la obra “Aventuras salvajes”, con buena acogida en los medios de comunicación, y dos obras más en 2021 en formato digital, “En los ojos de un niño” y "Rous Rose”. Y en 2023, un libro de poesías titulado "A través de mi espacio".

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