Con motivo del acto de clausura del Festival Internacional de Poesía de Granada, tuve la oportunidad de asistir el pasado viernes, 9 de mayo, a la firma de ejemplares por parte de una de las más apasionadas defensoras del libro: Irene Vallejo.
Gracias a la invitación y compañía de una persona excepcional, Kika Sureda —socia, amiga, y formada entre libros y otras exquisitas tareas culturales dentro del vasto escaparate de la cultura—, a quien profeso un especial cariño por esa entrañable relación de “padre putativo” e “hija putativa” que mutuamente nos ofrecemos, pude disfrutar del encuentro e intercambiar unas breves palabras con mi estimada autora.

Como consecuencia de ese grato momento, hoy conservo dos ejemplares de El infinito en un junco. Ambos regalo de Kika, el primero lo leía cada día como postre tras el almuerzo y la cena. El segundo, desde el viernes, lleva la entrañable dedicatoria de Irene Vallejo: otro lujo para mi anaquel de obras imprescindibles.

La tarde no pude soñarla, pues nada me anticipó de cuanto me deparaba, Tras recibir el libro firmado, salimos del recinto —ubicado en el conjunto monumental de la Alhambra, concretamente en el Palacio de Carlos I (que yo, al menos, no considero V, sino I de España)—, para disfrutar de la luz en la terraza del Parador, entre refrescos y conversación disfrutando de la vista que ofrece el conjunto del Generalife.


Alimentados, nos preparamos para la entrevista que la directora del festival, Remedios Sánchez, realizó en el interior del citado palacio, a Irene Vallejo. Quisiera creer, que como yo los cientos de asistentes, favorecimos nuestros espíritus con las anécdotas en las respuestas ofrecidas por la autora; algunas de ellas jocosas. Respondiendo a como se inició en la lectura y el amor por los libros, Irene comentó que sus padres acostumbraban a leerla cada noche. Personalmente quede prendado de una de ellas. Refirió al escuchar a su padre las historias de la “Odisea”, que él era su autor, para más adelante comprobar la titularidad de Homero. Las anteriores y siguientes anécdotas, confirmaron la gran esencia como gran persona, autora y madre que dignifica Irene Vallejo; y como señalan los matemáticos, “el orden de los factores no altera el producto”.
Se alargaban las sensaciones de alegría y placer cultural, los bolsillos aparecían llenos de regalos envueltos en frases elegantes, tras escuchar con atención la dedicación y empeño en conseguir que miles y miles de lectores podamos tener en nuestras manos, un ejemplar de la gran obra creada por la inigualable Irene Vallejo, quien desde hace años representa el ejemplo de esfuerzo, tesón, amor por el libro e inquietud por su continuidad en nuestra esfera social y cultural.
Ainda mais, como dicen en a miña terra, un piano de cola sobre el escenario barruntaba algo más sublime, si cabe, que lo vivido minutos antes. Si amo la literatura, no lo hago menos a la música sinfónica y la ópera. Siempre tuve mis creadores e intérpretes preferidos. En lo referente a voces de la lírica siento un enorme placer escuchar a las grandes divas, como María Callas, Pilar Lorengar etcétera. Desde hace años sigo la trayectoria profesional de Ahinoa Arteta. Escuchar su maravillosa voz interpretando canciones de Federico García Lorca y otros, acompañada por el pianista Javier Carmena, fue todo un broche de oro para una tarde inolvidable, y para mi, un regalo escuchar en directo a la gran Ahinoa.
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Una jornada irrepetible, cargada de literatura, música y afecto. De las que quedan grabadas en la memoria por la suma de belleza y compañía gracias a Kika Sureda, Irene Vallejo y Ahinoa Arteta.
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