Lourdes Ortiz (Madrid, 1943) ha sido, a lo largo de cinco décadas, una figura presente pero discretamente apartada de la primera línea del reconocimiento literario español. Escritora prolífica, lúcida, con una obra diversa que abarca novela, teatro, ensayo y periodismo, Ortiz representa uno de esos casos en los que la solidez no garantiza visibilidad. Mientras sus coetáneos —Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Juan Benet o incluso Carmen Martín Gaite— han sido objeto de continuas reediciones y lecturas críticas, la autora madrileña permanece en un espacio intermedio: ni desconocida, ni canonizada, ni redescubierta del todo. Esa ambigüedad tiene razones estructurales —el sesgo de género que sigue operando en la crítica—, pero también razones estéticas: Lourdes Ortiz ha escrito desde los márgenes, ha rechazado etiquetas fáciles y ha optado por tramas incómodas, personajes conflictivos y una tensión permanente entre lo íntimo y lo político. Su figura merece ser leída no como una nota al pie en la narrativa de la Transición, sino como una autora esencial para comprender los mecanismos de poder, memoria y lenguaje en la literatura española contemporánea.
Ortiz estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. Comenzó su actividad literaria en los años finales del franquismo, en una sociedad todavía dominada por los discursos autoritarios y patriarcales. Su primera novela, Luz de memoria (Taurus, 1976 descatalogada), publicada en el mismo año de la muerte de Franco, ya planteaba una narrativa en clave femenina, introspectiva, marcada por una búsqueda de sentido que se alejaba del realismo social y del experimentalismo formal dominante. La novela es una indagación en la identidad de una mujer que reconstruye su vida tras una ruptura, una suerte de monólogo lírico y reflexivo que encierra ya una apuesta política: colocar la subjetividad femenina en el centro del relato.
El tono íntimo de su debut daría paso a una exploración más incisiva del mundo contemporáneo en Picadura mortal (Planeta, 1979), quizá su novela más difundida y uno de los primeros intentos de introducir la crítica feminista en la narrativa española bajo la forma del thriller. El libro parte de un esquema de novela negra, con una periodista como protagonista, y se convierte en una poderosa denuncia de la violencia estructural contra las mujeres, del uso del cuerpo como mercancía, y de las complicidades entre poder económico y patriarcado. Fue reeditada por Reino de Cordelia en 2021, despertando un renovado interés, aunque todavía de forma marginal. La propia autora ha señalado en más de una ocasión que su propósito nunca ha sido la complacencia:
“No escribo para complacer. Escribo para molestar, para plantear preguntas” (El País Semanal, 1985).
Este principio atraviesa toda su obra, y es también una de las claves de su persistente incomodidad dentro del sistema literario.
En 1982, Lourdes Ortiz publica Urraca (Planeta), una novela histórica que hoy puede leerse como precursora de la relectura feminista del pasado. Frente a las narraciones tradicionales de corte épico o historicista, Ortiz propone una revisión crítica de la figura de Urraca I de León, reina en el siglo XII, retratada aquí no como simple personaje de crónica, sino como mujer en conflicto con su tiempo, su linaje y su cuerpo.
La novela desmonta estereotipos y aborda el poder femenino desde dentro: Urraca es retratada como gobernante capaz, madre ambivalente, mujer deseante. Su voz narrativa, marcada por la tensión entre obligación y voluntad, entre historia y mito, permite que el personaje escape de la idealización y se sitúe en una zona de ambigüedad ética y emocional.
“Yo quería dar voz a una figura silenciada por la historia oficial. Urraca fue reina, pero también fue mujer. En eso estaba el conflicto.”
— Entrevista en El Mundo, 1999
A pesar de su potencia discursiva y su notable calidad literaria, Urraca permanece hoy descatalogada, y no ha sido objeto de reediciones ni estudios académicos recientes. Su recuperación resulta especialmente pertinente en el actual contexto de recuperación de autoras y de relectura del canon histórico desde perspectivas críticas.
En paralelo a su trabajo narrativo, Ortiz desarrolló una intensa labor como dramaturga. En Fedra (1984),texto no publicado, estrenada por el Centro Dramático Nacional bajo la dirección de Ángel Facio, reescribe el mito griego desde una mirada contemporánea. La Fedra de Ortiz no es una figura trágica en el sentido clásico, sino una mujer que asume su deseo y su transgresión, y que paga por ello el precio del juicio social. El texto evita el melodrama y apuesta por una prosa afilada, tensa, que remueve estructuras simbólicas profundas. Carmen Elías interpretó el papel principal en una puesta en escena que recibió atención crítica, aunque no tuvo continuidad editorial ni relecturas posteriores.
En Las murallas de Jericó (1993), Ortiz retoma los conflictos de pareja, la imposibilidad de la comunicación y la violencia soterrada del lenguaje. Su teatro no es una mera prolongación de sus novelas, sino un espacio específico donde el diálogo y el silencio adquieren una fuerza dramática singular. Más allá de su obra de ficción, Lourdes Ortiz ha sido durante décadas una figura activa en el debate cultural español. Fue colaboradora habitual en Diario 16, El País, El Mundo, El Independiente y otros medios, desde los que abordó temas como la memoria histórica, la ética del poder, el nacionalismo o los derechos de las mujeres. Su estilo periodístico, directo pero matizado, permitió tender puentes entre la literatura, la política y la reflexión moral.
Al mismo tiempo, su trabajo como profesora universitaria —fue directora del Máster de Escritura Creativa de la Universidad Autónoma de Madrid— contribuyó a formar nuevas generaciones de escritores y a consolidar la escritura como oficio y pensamiento. Esta doble condición, de creadora y mediadora, de escritora y profesora, le otorgó un lugar singular dentro del campo intelectual español.
En una conferencia en la Universidad de Salamanca, sintetizó su posición con una frase que bien podría leerse como declaración de principios:
“Ser escritora en España ha sido siempre una tarea de resistencia. No basta con escribir bien: hay que sobrevivir al silencio”.
A pesar de la solidez de su trayectoria, Lourdes Ortiz apenas aparece en los manuales de literatura española contemporánea. No figura en las principales antologías, ni en las historias de la novela de la Transición, ni en las reediciones sistemáticas de editoriales que han recuperado obras del último tercio del siglo XX. Esta omisión no es neutra: responde, al menos en parte, a un modelo de canon que privilegia obras y figuras fácilmente clasificables, que encajan en narrativas oficiales de cambio político, o que han sido institucionalmente promovidas. En el caso de Ortiz, su escritura ha oscilado siempre entre géneros —novela, teatro, ensayo, periodismo— y ha apostado por personajes y tramas incómodas, por estructuras narrativas no convencionales, por lecturas críticas del poder en todas sus formas. Esa hibridez, esa voluntad de no encajar, tiene un coste: la invisibilidad editorial.
A día de hoy, de sus principales obras, solo Picadura mortal está disponible en el mercado, gracias a la reedición mencionada. Urraca, Luz de memoria, En días como estos (Plaza & Janés, 1992), Fedra y Las murallas de Jericó se encuentran fuera de catálogo. Su presencia en bibliotecas públicas es escasa, y su estudio académico, residual. No existe edición crítica de ninguna de sus novelas, ni compilación de sus artículos, ni reedición de sus piezas teatrales. Es una autora pendiente de rescate.
Releer a Lourdes Ortiz es volver sobre una obra que interpela, que plantea conflictos irresueltos y que no ofrece certezas fáciles. Su escritura —a veces sobria, a veces hiriente, siempre lúcida— atraviesa el deseo, el poder, el cuerpo y la historia con una mirada que no ha perdido un ápice de actualidad. En tiempos de polarización, simplificación y consumo rápido, Ortiz propone complejidad, matices y dudas. No es una autora “rescatable” porque sea mujer o porque esté de moda el feminismo literario: lo es porque su obra ofrece respuestas literarias y éticas a preguntas que siguen abiertas. Incluirla en esta serie no es un gesto de caridad cultural ni una corrección política: es una invitación crítica a repensar quiénes construyen el relato literario de un país, y qué voces hemos aprendido —o nos han enseñado— a olvidar.
Bibliografía esencial
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Luz de memoria, Taurus, 1976.
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Picadura mortal, Planeta, 1979 / reed. Reino de Cordelia, 2021.
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Urraca, Planeta, 1982.
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En días como estos, Plaza & Janés, 1992.
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Fedra, CDN, 1984 (no editada comercialmente).
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Las murallas de Jericó, 1993 (no editada comercialmente).
Para saber más
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Barella Nogal, Julia. Escritoras españolas: historia y antología. UNED, 2003.
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Naval, María Ángeles. Narradoras españolas en la transición. Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2011.
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Clúa Ginés, Isabel. “Las reinas malditas: representaciones de poder femenino en la novela histórica española contemporánea”, RILCE, 2014.
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Hemeroteca El País, El Mundo, Primer Acto (1984).
Redacción por Punto y Seguido



