El anuncio de la selección oficial para la 78ª edición del Festival de Cannes, realizado el pasado 23 de abril de 2025, ha desencadenado una fuerte ola de críticas procedentes de diversos sectores de la industria cinematográfica y cultural a nivel internacional. El festival, uno de los más prestigiosos del mundo, ha sido acusado de falta de diversidad, tanto de género como de origen geográfico, en la composición de las películas elegidas para competir por la Palma de Oro.
De las 22 películas seleccionadas en la sección oficial, apenas cuatro están dirigidas por mujeres, una cifra que ha sido calificada de “insuficiente” y “decepcionante” por colectivos como Collectif 50/50, un movimiento que desde 2018 reclama la paridad en festivales de cine y otras instituciones culturales europeas. Portavoces del colectivo subrayaron en declaraciones a Le Monde que, pese al compromiso público adquirido por Cannes hace siete años mediante la firma del «Pacto de Paridad», los resultados siguen mostrando una tendencia preocupante a la perpetuación de dinámicas discriminatorias.
La cuestión de género no es la única que ha levantado polémica. Varios críticos y cineastas han señalado también la ausencia significativa de representantes del cine africano, asiático y latinoamericano en la selección principal. En particular, se ha destacado que mientras en ediciones anteriores se habían presentado obras como Atlantique (Mati Diop, Senegal) o Bacurau (Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, Brasil), este año la competición parece dominada por producciones europeas y norteamericanas de gran presupuesto, dejando escaso espacio a voces nuevas o a narrativas que escapen del ámbito occidental.
Thierry Frémaux, delegado general del festival, respondió a las críticas en una rueda de prensa celebrada en París: «La calidad artística es y debe seguir siendo el único criterio de selección en Cannes. No podemos, ni debemos, imponer cuotas que comprometan la libertad de nuestro comité de selección». Sin embargo, sus declaraciones no han conseguido apaciguar los ánimos. Varias figuras del cine independiente han replicado que la noción de “calidad” sigue anclada en patrones culturales eurocéntricos y que ignorar la diversidad es, en sí mismo, un sesgo.
Entre las películas seleccionadas, destacan nombres consagrados como Jacques Audiard, Paolo Sorrentino y Sofia Coppola, lo que ha reforzado la percepción de que Cannes apuesta más por grandes firmas consolidadas que por descubrir nuevos talentos, especialmente aquellos provenientes de contextos no tradicionales. En contraste, apenas figuran cineastas debutantes o propuestas arriesgadas provenientes de África, América Latina o el sudeste asiático.
La directora keniana Wanuri Kahiu, conocida por su película Rafiki, expresó su decepción en redes sociales, subrayando que «mientras no abramos realmente las puertas a las historias que emergen de todos los rincones del mundo, el cine seguirá hablando solo para una parte del planeta». En esa línea, también la cineasta española Carla Simón, ganadora del Oso de Oro en Berlín 2022, lamentó en una entrevista a El País que «la falta de diversidad limita la conversación cultural que necesitamos tener como sociedad global».
La polémica no ha tardado en expandirse más allá de las páginas culturales. Editoriales de diarios internacionales como The New York Times o The Guardian han planteado que esta crisis de representación en Cannes refleja un problema más amplio que afecta a las grandes instituciones culturales europeas: la tensión entre tradición y cambio en una sociedad crecientemente plural. ¿Puede un certamen como Cannes seguir legitimándose como referente universal si no abraza realmente la multiplicidad de voces?
Además, organizaciones de cineastas afrodescendientes y de países en vías de desarrollo han comenzado a promover un boicot simbólico al festival, animando a críticos, distribuidores y directores a visibilizar otras plataformas alternativas donde la diversidad sea una prioridad genuina.
En respuesta a la creciente presión, el comité organizador de Cannes anunció el 26 de abril que organizará una mesa redonda durante el festival, titulada “Diversidad y Futuro del Cine Mundial”, en la que participarán representantes de varias cinematografías periféricas. No obstante, numerosos analistas consideran que estas iniciativas llegan tarde y que el problema radica en estructuras mucho más profundas que no se resuelven con eventos paralelos.
El festival, previsto entre el 14 y el 25 de mayo, promete ser, además de un escaparate de grandes producciones, un espacio de debate sobre las nuevas demandas del mundo audiovisual contemporáneo. La pregunta ahora es si Cannes será capaz de adaptarse al siglo XXI o si quedará como un símbolo cada vez más anacrónico de un elitismo cultural que ya no representa al conjunto de la audiencia global.
Redacción