La mañana llegó rápida y casi sin darse cuenta del paso de las horas, ya estaban pulsando el timbre de Raúl por la tarde. Abrió su madre. Tenía un aspecto serio. Les hizo pasar dentro. Vestía un chándal rosa con una coleta descuidada. Era una mujer con cabellos canosos y las arrugas de expresión habían invadido su rostro hacía años.
—Raúl está en su habitación. A ver si le inyectáis sangre en las venas. Alegría de vivir. Yo ya lo he intentado todo, pero está claro que en vuestras edades hacéis más caso a vuestros amigos que a los padres..
Los dos amigos se miraron entre ellos, incómodos.
—Quédese tranquila. Por eso hemos venido —respondió Javier.
—A ver si lo convencéis para que salga de casa y que le de el aire. Solo sale al instituto. Ya no lo veo contento de salir los fines de semana. ¿Qué os ha pasado,os enfadasteis? —interrogó la madre.
—Nos hemos distanciado un poco, nada más. Pero venimos para arreglar las cosas con Raúl. Le echamos de menos. —dijo Fran con sinceridad.
—Sí. Me alegra escuchar eso. ¿Lleva también los malditos pañuelos al instituto? Porque en casa nunca se los quita. Estoy cansada de reñir con él.
Fran se adelantó a Javier y mintió a la pobre mujer para que no se preocupara en exceso.
—Tranquila. En las clases no los lleva puestos. Pero no se preocupe, hoy hablaremos con él y le preguntaremos qué le pasa. Con nosotros se sincerará. Siempre nos contaba todo. Volverá a ser el Raúl de siempre en unos días, ya verá- dijo Fran con tono amable y dulce.
La madre de Raúl sonrió sin ganas. En verdad estaba muy cansada de reñir con su hijo. Miró hacia arriba, a la primera planta donde estaban las habitaciones y bajó luego la voz al hablar.
—Yo temo que esté metido en “cosas” que no debe estar metido-dijo con voz quebrada. O bebe o se droga. Ese no es mi Raúl. Actúa como un lunático. No para de mirar a la farola de la calle. Esa mirada perdida. No quiere ir al médico. Me estoy desesperando-dijo con las manos tapándose la cara.
—Por favor, escúcheme —contestó Fran con el corazón encogido al verla en ese estado de sufrimiento— su hijo está bien. Solo que no duerme bien y la muerte de Gus le ha afectado aún más. No se preocupe por favor, hablaremos con él. Volverá a recuperar a su hijo.
Javier y Fran abrazaron a esa madre. Algo tenían que hacer para ayudar a esa pobre mujer.
Subieron las escaleras hacia la primera planta, donde estaban los dormitorios, con paso lento , dejando a la madre en la sala de estar sentada ante la televisión con la mirada vacía. La habitación de Raúl estaba al fondo del pasillo. Un cartel estaba colgado en su blanca puerta «No pasar».
Se escucharon unos ruidos y poco después la puerta se abrió despacio. Raúl estaba ante su ventana pensativo. Recordaba a un alma en pena.
—Pero, ¿es que tienes frío? ¿Necesitas sumergirte entre tanto pañuelo? Vamos a estrenar casi el verano. —Preguntó Javier acercándose a Raúl.
—Tengo frío en el alma y los huesos. Tengo frío en las entrañas- decía mirando a la ventana perdido en sus pensamientos. Observaba la farola que iluminaba toda la calle.- tengo frío en mis sueños. En mis malditos sueños.
Fran se unió a sus amigos.
—No puedo más —dijo Raúl—. Solo mencionarlo o recordar su maldita piel me aterra. El miedo frío que me invade esas terribles tijeras, viejas y ensangrentadas, siempre abiertas hacia mi cuello cada vez que me ha atrapado el sueño. ¡Buscan cerrarse del todo hasta llevarse mi cabeza! Y esa maldita chistera. Esconde cadáveres dentro. Es la puerta al mismo infierno. Recuerda a las fauces de una anaconda. No es un simple sombrero. Piel de Harina ha intentado muchas veces arrancar mi cabeza, y se que no va a parar hasta conseguirlo, como si fuera un trofeo. En una de las veces que soñé con él, me atreví a preguntarle. Tuve que hacerlo. Me dijo, con esa voz hueca, que congela el pulso, que cuando ha comido, otorga el oscuro deseo de resucitar a un ser querido, pero que el precio es caro. Una vida por otra, me dijo.
Fran lo miraba con una mirada extraña..
—Nunca hagas tratos con un demonio! Por mucho que eches en falta a tu padre Fran. —exclamó Raúl a su amigo, entendiendo sus intenciones.
Fran bajó la mirada avergonzado.
—Y ahora puedo entender, amigos míos, cuántas muertes ha habido últimamente. Mirad las noticias y la prensa. Todas las vidas que se lleva al cerrar el macabro trato, ya no despiertan jamás del sueño. Hace unos días conocí la noticia que ha habido un repunte alarmante de muertes por Apnea del sueño en la población. Las vidas que se lleva, las arrastra con él a las profundidades de los infiernos para sufrir horrores y calamidades eternas.
Raúl hizo una pausa al hablar para humedecerse los labios con unos sorbos de agua. Fran y Javier estaban en silencio absoluto, observándolo.
Raúl continuó
—¿Sabéis lo que hace con esas cabezas que decapita cuando tiene Piel de Harina hambre? -dijo llorando nervioso y sombrío sin apartar la vista de aquella farola . Volvía a temblar.
Fran y Javier se miraron entre ellos.
—Sé muy bien lo que hace. Lo vi con detalle en uno de mis sueños! Estaba devorando toda la carne y los fluidos hasta dejar una brillante calavera. Lo único que desechó fueron los cabellos. Las cabezas para él son su alimento y la sangre su bebida. Para él, el resto del cuerpo es sucio. No lo toca. Pero las cabezas son un manjar. Soñé verme sobre calaveras, en aquel averno putrefacto. Comprendí que estaba en la misma despensa de alimentos del infierno. La cabeza que devoró era de una mujer. Fue horrible! Escuchaba esos sonidos al comer. No podía despertar! Lo vi todo con detalle. Es lo que él quería. Para ser consciente del destino que me espera.
Fran apoyó una mano en su hombro.
—Amigo mío. Si hemos venido es para decirte que no eres el único que sueñas con él.
Raúl dejó de mirar por la ventana para observar ahora la gran cicatriz en la mano de Fran.
—¿Cómo te hiciste eso?-preguntó Raúl
—Ya sabes cómo. —Respondió Fran mirándole a los ojos.
El pálido amigo adoptó una cara de preocupación y angustia
—Gustavo nos contó horas antes de morir, que soñó con ese personaje cuando era niño. Lo supo al verlo representado en mi dibujo. Dibujé el personaje que me describiste de tus pesadillas. -comentó Fran.
—Fran. Ahora también va a por ti. ¡Lo siento de verdad! Reza porque no vaya todas las noches. Yo se muy bien lo que es pasar miedo sin descanso —dijo un Raúl oscuro— lo que él llama abrazos, es una decapitación. Abrazarte con sus tijeras, pero solo puede hacer daño en los sueños profundos. Sus amigas están vivas.
—No puedo creer tantas cosas descabelladas. —Dijo Javier escondiendo su miedo—. Lo siento. Quiero irme. Simplemente no puedo escucharos hablar como lunáticos.
Javier se marchó alterado sin mirar atrás. Sin despedirse. Estaba realmente aterrado.
—Que piense lo que quiera Javi. No se lo deseo a nadie experimentar esas pesadillas. Se que me espera y que una estaca con mi nombre descansa en esa despensa —dijo Raúl atemorizado al pronunciar esas últimas palabras—. Ya creo que estoy allí. Llevo meses durmiendo solo media hora. O muero en los brazos de esas tijeras o por falta de sueño. Si no pongo las alarmas ya no despertaré. Piel de Harina me espera. Creo que es la misma pesadilla en sí. Creo que todo reside en esas tijeras…,¡sus putas tijeras de muerte!
—Quien sabe —dijo ensimismado Fran metiendo la mano de la cicatriz en el bolsillo.
—Solo puede matarnos en su mundo, y su mundo son los sueños. Está claro que el único que no ha soñado con él es Javier, pero intuyo que lo hará pronto —explicó Raúl.
—Por mucho que diga Javier que no existe no va a desaparecer. —dijo Fran— solo que rece para que no empiece a soñar con él. Solo verlo le turbaría. La vida es muy real hasta que experimentas estas cosas. Y luego ya no hay marcha atrás.
—Entiendes por qué no puedo entregarme al sueño ? Por favor amigo! Me entregaría ya! Dormiría horas enteras! Pero la última vez que fui valiente casi no lo cuento. —dijo Raúl acariciando su cuello a través de todos sus pañuelos.
—Raúl. —dijo Fran con preocupación. No soportaba ver a su amigo en ese estado— Por favor, por qué no te despojas de esos pañuelos. Enséñame el cuello.
—¡No! —exclamó Raúl apartándose bruscamente—. No enseñaré jamás mi cuello. No puedo verlo ni yo.
Se tapó la cara desesperado.
Luego un silencio sepulcral reinó toda la habitación.
—Tu madre está muy preocupada por ti, Raúl —dijo Fran en tono de reproche
—Lo sé. Pero nada puedo hacer. No lo creería.
—La vi muy afectada. Debes tranquilizarla. No soporta verte siempre con esos pañuelos y tu estado como de loco.
—Fran. No le cuento nada, porque sé que acabaría también soñando con Piel de Harina. Quiero dejar a mi familia al margen de todo esto. Intuyo que aparece cuando eres consciente de su existencia —dijo alterado.
—Puede ser. Yo empecé a verlo cuando me hablaste de él —respondió pensativo—¿Raúl, dormirás algo esta noche? —preguntó Fran preocupado por su frágil salud.
—Intentaré dormir una hora. Con varias alarmas bien cerca —dijo Raúl
—Yo cuando escuché su voz llamándome en aquel sueño, me resultó familiar. Como si ya hubiera soñado con esa voz más veces.
—Puede ser. Quizás ya te estaba rondando en tus otros sueños hasta que decidió atacarte. Estoy tan cansado que ya he pensado rendirme y sentir el filo de sus tijeras ensangrentadas y corrompidas en mi cuello-dijo con angustia Raúl
—No digas eso! —exclamó Fran enfadado.
—Fran. Antes de que te vayas. Te quiero dar algo. Me ayudó mucho. Me salvó esta pequeña libreta marrón de caer en la locura- dijo Raúl con fatiga acentuada.
-No puedo aceptarlo —respondió Fran incómodo observando aquella libreta.
—Debes amigo mío. Puede que te sirva. Encontré información de esas tijeras. En una de las pesadillas reparé que su gran tornillo tenía grabadas unas letras. Lo único que te pido que no lo abras mientras yo siga respirando. Y no tardaré mucho en dejar de hacerlo.
—¡jJoder, Raúl! Basta ¿vale? No voy a aceptar tu diario y no quiero escuchar que te vas a morir —dijo asustado.
—¡Escúchame! No creo ya que me quede mucho tiempo-exclamó desesperado Raúl.
Fran se agobió. Estaba asustado de verdad.
—Raúl debo irme. Simplemente no puedo escucharte hablar así —respondió con voz quebrada. Necesitaba respirar. Era muy joven para vivir entre tanta muerte.
Se marchó sin mirar atrás. Hablar con Raúl se volvió angustioso. Le dejó mal cuerpo. Su estado físico y mental era lamentable. Cuando se serenara volvería a hablar con él pero ahora Fran no podía enfrentarlo. No era tan fuerte y tan valiente como pensaba de sí mismo. Se sintió frágil y asustadizo. Piel de Harina le aterraba más de lo que él creía. Se lo imaginó devorando su cabeza poco a poco clavado en una estaca..
Fran distaba mucho de ese joven que solo pensaba en lucirse con sus gafas de aviador y su chaqueta de cuero. Ya nada tenía que ver con el Fran con aire duro de meses atrás. Cómo puede cambiar la vida de una persona y su forma de ser, de ver la vida, en tan poco tiempo. Quería volver a ser el de antes. Quería volver a ver a su padre y a Gus. No quería acostumbrarse a vivir sin ellos. No. No quería más muertes a su alrededor.
©Verónica Vázquez