Fran caminaba solo por la calle, empapándose de los rayos de sol, sin ninguna prisa. Saboreando el paseo y el aire fresco en su cara. Escondió la mano en el bolsillo. Se detuvo frente al piso de su amigo Javier. Muchas cosas tenían que decirse. Observó que no había nadie por la calle. Era extraño en plena hora punta con un día tan soleado. Pulsó el timbre silbando una melodía que no recordaba donde la escuchó.
Se estrecharon en un fuerte abrazo al verse.
—Pasa dentro, Pizza. Hay mucho que hablar.
—Lo mismo pienso yo Barbilla negra- respondió Fran más animado al verle.
—Hay pizza margarita en el congelador. Supongo que te quedarás a comer verdad? —preguntó inquisitivo Javier—. Mis padres pasarán fuera todo el día y no quiero comer solo.
—¡No sería yo si el Gran Pizza rechazara una pizza! ¡Claro que sí!—respondió animándolo.
Chocaron los cinco con la mano de la cicatriz. Fran mostró una mueca de dolor. Aún le dolía. Javier le miró en silencio con preocupación.
—¿No fue cortando el pan verdad? —preguntó mirando la mano de Fran. Intuía que su amigo Fran escondía algo.
Su amigo respondió con un silencio. No quería verbalizarlo.
Más tarde, estaban ya sentados en el cómodo sillón del salón, mientras las pizzas se enfriaban un poco en los platos. Javier sacó unas cervezas frías. La tele estaba encendida al fondo, sin volumen.
—Qué ocurre Fran. Dime. Cómo te heriste la mano así.—preguntó Javier con preocupación y curiosidad
—Tenemos que hablar con Raúl. Debemos hacerlo hoy mismo —respondió sumido en nervios.
—No me has respondido amigo —respondió con aparente tranquilidad. Muy despacio— ¿Cómo te heriste así la mano? —insistió.
—No me lo hice yo —dijo Fran sin mirarle a los ojos. Sus manos temblaban. Ya no era ese joven duro con chaqueta de cuero. Era un chico asustado en que la situación se le estaba escapando de las manos. Salía de su control—. Piel de Harina con el que ha soñado muchas veces Raúl, existe.
Guardaron silencio unos minutos hasta que Fran continuó.
—Ese ser que asusta a Raúl, estaba también en mis pesadillas la otra noche— dijo inquieto.
El móvil de Fran empezó a sonar a todo volumen encima de la mesa, provocando que los dos jóvenes ensimismados en sus pensamientos se asustaran.
Era Raúl
—Joder Raúl. Cuánto tiempo. Pensaba llamarte o ir a verte. Es imposible comunicarse ya contigo.
Javier escuchaba con mucha atención la conversación.
—Lo tengo aquí. Si no te quiso coger el teléfono sus razones tendrá. Entre muchas, que no asistieras al entierro de Gus. No te vimos.
Javier se quedó sorprendido. Le complació enterarse. Raúl asistió al entierro de su amigo. Se encontraba allí. El joven dibujó una sonrisa en su rostro.
Fran colgó despidiéndose de Raúl.
—Qué quería. —preguntó Javier con cierto rencor aún.
—Dice que no le coges el teléfono. Que te ha llamado muchas veces. Observa mi cicatriz. Si no llego a despertar, con el dolor intenso que me infligió el corte con sus malditas tijeras de hierro, me hubiera decapitado con ellas.
Se dejó sentir el silencio. Javier jamás reconocería el sentimiento de terror que llevaba ya un tiempo invadiendo su alma. Se obcecó en negar las evidencias. No podía creer toda esa locura.
—Fran, por lo menos no te vuelvas un lunático como Raúl — respondió Javier serio.
Fran cambió el tono. Ahora era oscuro e intenso sin dejar de mirar a Javier.
—Raúl no es un lunático. Si supieras el miedo infinito que yo sentí al ver a ese tipo extraño en mis sueños. Estaba en mi casa y lo tenía frente a mí. Y esa piel enharinada, esas manchas de sangre en sus manos. Resulta insoportable para mí recordarlo. Si te mata en el sueño, dudo que despiertes. No conviene dormir profundamente.
—Fran. ¡¿Entonces qué vas a hacer?! ¡¿Dejar de dormir como Raúl, y volverte loco como él?! Soñaste solo una vez. Dudo que vuelvas a verlo otra vez. Yo no he soñado nunca con esa cosa.
—Mañana haremos una visita a Raúl por la tarde. Está claro que en el instituto es imposible. Se cierra en banda y baja la cabeza.—dijo Fran.
Javier apretó los labios y confesó con los ojos turbios, que visitó la tumba de Gustavo con unas hamburguesas. Fran lo tranquilizó con buenas palabras. Comprendió lo que hacía. Era una forma de reconocer que Gustavo seguía en sus vidas.
—Después de visitar mañana a Raúl, te acompañaré también con unas hamburguesas a visitarlo al cementerio —dijo Fran dándole una palmada en el hombro con una sonrisa sincera— sigue siendo nuestro Gus.
—Menudos dos locos somos —-dijo Javier con una sonrisa. Estaba ya más tranquilo. Le vino bien llorar. Pero no quería que se convirtiera en una costumbre. Para él solo los débiles lloraban.
Se despidieron cuando ya anochecía. Juraron repetir más veces una tarde de pizzas y cervezas. Mañana quedarían con Raúl en su casa y por fin verían en el estado en que se encontraba su amigo física y mentalmente porque en el instituto era totalmente inaccesible, encerrado en su mundo y sus bufandas cubriéndole casi la mitad del rostro.
© Verónica Vázquez – Todos los derechos reservados.