Diecisiete de febrero

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El 14 de febrero siempre me ha parecido un día irónico. Durante años lo he observado con la indiferencia de quien sabe que su destino no se ata a calendarios ni a celebraciones ajenas. Sin embargo, cuando febrero asoma con su gélida sonrisa, un resquicio de memoria me devuelve a aquellos días en los que el amor tenía nombre propio, y era el suyo.

No nos casamos. Ni siquiera llegamos a rozar con los dedos la idea de un hogar compartido. Éramos jóvenes, y como tales, nos creíamos eternos. Cada tarde de café y conversaciones infinitas construía un universo en el que ella era la única estrella. Pero las circunstancias —esas malditas que aparecen cuando menos se las espera— nos separaron antes de que entendiéramos que habíamos nacido para estar juntos.

Aún la recuerdo con la precisión de un poeta enamorado. Su cabello castaño cayendo con descuido sobre sus hombros, la risa que iluminaba incluso las habitaciones más sombrías, su voz tan especial cargada de matices en los momentos de ternura. No fui valiente, no lo suficiente al menos. Dejé que el miedo al rechazo, a la vida misma, se interpusiera entre nosotros. Y cuando finalmente quise dar el paso, el tiempo había dictado su sentencia. La había perdido.

Desde entonces, el amor se convirtió en un refugio inalcanzable. Me rodeé de historias prestadas, de romances ajenos que intenté hacer míos a través de las letras. Escribí sobre amores imposibles, sobre pasiones que desafiaban la lógica, sobre encuentros fortuitos que conducían a destinos inevitables. Pero cada palabra era un eco de lo que nunca viví con ella. Mi único amor, el amor que nunca fue.

Esta historia es para ella, para nosotros, para la posibilidad que nunca existió.

Éramos dos desconocidos en una librería de barrio. La tarde de invierno se derramaba sobre las calles y en el aire flotaba la impaciencia de quienes buscan un refugio en las páginas de un libro. Yo recorría los estantes con la tranquilidad de quien no espera nada, hasta que su risa quebró el murmullo del lugar. Me giré y allí estaba: el mismo brillo en los ojos, la misma elegancia natural con la que siempre la imaginé.

—No puede ser —murmuré, sin saber si era un pensamiento o una súplica.

Ella también me vio. Su sonrisa no era de sorpresa, sino de reconocimiento. Como si el tiempo no hubiera pasado, como si nuestras almas hubieran esperado pacientemente este reencuentro.

Nos sentamos en un café, como solíamos hacer años atrás. Hablamos sin prisas, como si quisiéramos recuperar cada minuto perdido. Sus manos, que nunca había olvidado, jugueteaban con la servilleta mientras yo me esforzaba por no dejar escapar el momento. Le conté de mis libros, de mis intentos fallidos, de mi eterna búsqueda de una historia que valiera la pena ser contada. Ella me habló de su vida, de los caminos que la llevaron lejos de mí, de la nostalgia que de vez en cuando la invadía sin razón aparente.

—Siempre me pregunté qué habría pasado si hubiéramos sido valientes —dijo, con una tristeza apenas perceptible.

No respondí. No era necesario. La respuesta estaba en nuestros ojos, en nuestras voces que se quebraban en cada silencio prolongado. Éramos los mismos, pero el mundo ya no nos pertenecía.

La tarde se extinguió y con ella nuestra despedida. No hubo promesas, ni arrepentimientos. Solo la certeza de que, aunque la vida nos separó, el amor nunca dejó de existir.

Cuando salí del café, supe que la historia que había buscado toda mi vida ya la había encontrado. Y aunque solo existiera en estas páginas, era suficiente. Porque en este día de los enamorados, al fin podía decirlo: Sonia, siempre te he amado.

Daniel S. Lardon

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Narrador. Fundador, director y editor de la extinta editorial PG Ediciones. Actualmente asesora y colabora en las editoriales: Editorial Skytale y Aldo Ediciones, del Grupo Editorial Regina Exlibris. Director y redactor del diario cultural Hojas Sueltas. Fundador en 2014 de una de las primeras revistas digitales del género negro y policial «Solo Novela Negra». Participa en numerosas instituciones culturales. Su narrativa se sustenta principalmente en la novela policíaca con dieciséis títulos del comisario del CNP, Roberto H.C. como protagonista, aunque realiza incursiones en otros géneros literarios, tales como la ficción histórica, ciencia ficción, suspense y sentimentales. Mantiene su creatividad literaria con novelas, relatos, artículos, reseñas literarias y ensayos.

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