Los usurpadores, de Francisco Ayala

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La ficción como espejo de la historia y del exilio

En 1949, Francisco Ayala regresa a la literatura española con Los usurpadores, una obra capital tanto en su itinerario personal como en la narrativa española del siglo XX. Este volumen de relatos marca el renacimiento literario de un autor cuya voz se vio forzada al silencio por la Guerra Civil y el exilio. En él, Ayala ensaya una suerte de meditación narrativa sobre el poder, la historia y la condición humana, utilizando la ficción histórica como espacio de reflexión moral y política. En un momento en que la literatura española se debatía entre el testimonio inmediato de posguerra y el repliegue hacia formas más tradicionales, Ayala elige una vía distinta: la escritura como distancia crítica, como medio de indagar en las raíces del presente a través del pasado.

Francisco Ayala (1906-2009), miembro destacado de la Generación del 27, había publicado antes de la guerra obras como El boxeador y el ángel (1929) o Cazador en el alba (1930), que lo situaban entre los autores más innovadores de su tiempo. Su evolución desde un vanguardismo inicial hacia formas más racionales y estilizadas se vio interrumpida por la Guerra Civil. Tras el conflicto, Ayala emprendió un exilio prolongado que lo llevó a Argentina, Puerto Rico y Estados Unidos. Fue en este proceso de desarraigo donde comenzó a gestarse Los usurpadores, un libro escrito casi íntegramente entre 1939 y 1947, y publicado finalmente en Buenos Aires en 1949. El exilio no fue solo un hecho biográfico, sino una clave estética y ética que impregna toda la obra. Desde la distancia, Ayala desarrolla una mirada aguda y escéptica sobre la historia de España, transformando el pasado en un laboratorio de exploración de los mecanismos del poder. Los usurpadores es, en este sentido, una obra tanto de memoria como de diagnóstico, que pone en cuestión las formas históricas de la autoridad y de la violencia institucionalizada.

La idea vertebradora del libro queda condensada en una sentencia tan certera como perturbadora: «el poder ejercido por el hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación». Esta afirmación no es una hipótesis sociológica, sino una tesis literaria: cada uno de los relatos del volumen ejemplifica, desde una óptica singular, cómo la dominación, incluso en sus formas más sutiles o legítimas, comporta una violencia estructural. Los relatos de Los usurpadores se sitúan en diferentes momentos de la historia española, desde la Edad Media hasta el siglo XVIII, y sus protagonistas son figuras fácilmente reconocibles, aunque transformadas en personajes de ficción: Enrique II el Doliente, Carlos II el Hechizado, el inquisidor general Tomás de Torquemada… No se trata de una crónica ni de una reconstrucción documental: Ayala ficcionaliza estos personajes, los convierte en emblemas de una tipología humana, en encarnaciones del poder y sus distorsiones. Cada historia puede leerse como una parábola moral, donde lo histórico actúa como marco simbólico para cuestiones atemporales. La traición, la ambición, el miedo, la superstición o la mentira se presentan como mecanismos fundamentales en la perpetuación de cualquier sistema de poder. Ayala no juzga, pero muestra con precisión quirúrgica los engranajes de la opresión, dejando que el lector extraiga sus propias conclusiones.

Uno de los grandes logros de Los usurpadores reside en su estilo. Ayala elabora una prosa pulida, sobria y flexible, que huye tanto de la ampulosidad como del efectismo. La distancia narrativa y el tono contenido refuerzan el carácter reflexivo de los relatos. Lejos de un historicismo decorativo, la ambientación cumple una función estructural: el pasado no se evoca como una postal, sino como una forma de conocimiento. A menudo se ha destacado la ironía de Ayala, pero conviene matizar su naturaleza. No es una ironía corrosiva o despectiva, sino más bien una forma de lucidez moral. El narrador ayaliano, frecuentemente en tercera persona, observa los hechos desde una distancia prudente, que permite desmontar los discursos oficiales y penetrar en las motivaciones profundas de los personajes. Esta mirada irónica confiere a los relatos una dimensión filosófica que trasciende lo anecdótico o lo particular.

De todos los relatos del volumen, El inquisidor es el único escrito más tarde, en 1950, y se integra en ediciones posteriores del libro. Su protagonista, un oscuro funcionario del Santo Oficio, representa el poder en su forma más interiorizada: el control de las conciencias, la administración del dogma, la manipulación de la culpa. Aquí, Ayala alcanza una de sus cumbres estilísticas y conceptuales: la narración se vuelve casi alegórica, y el inquisidor es tanto una figura histórica como un arquetipo del poder espiritual degradado. En este texto se perciben ecos de Kafka, pero también del teatro de Calderón o de la prosa de Gracián. La fusión de tradición barroca y análisis moderno es una constante en Los usurpadores, y contribuye a dotar al libro de una densidad única en la narrativa española del siglo XX. No en vano, Ayala fue también un destacado ensayista, y su formación en sociología se deja sentir en la estructura conceptual de estos relatos. 

Los usurpadores no solo marca el retorno de Ayala a la narrativa, sino que constituye uno de los hitos fundamentales de la literatura del exilio español. Frente a la urgencia testimonial de otros escritores transterrados, Ayala propone una obra meditativa, elaborada con calma, donde la experiencia del destierro se traduce en una escritura de la sospecha, del cuestionamiento profundo de las certezas históricas y morales. No hay aquí nostalgia ni idealización del pasado. Al contrario: los relatos desmontan los mitos nacionales, revelan la miseria moral de muchos de nuestros «grandes hombres» y sugieren que la historia de España está marcada por una reiterada lógica de la usurpación, del poder como ejercicio ilegítimo de la fuerza o del engaño. Desde este punto de vista, Los usurpadores dialoga no solo con el presente de su autor (el franquismo, la derrota republicana), sino también con la tradición crítica que atraviesa la literatura española, desde Quevedo hasta Galdós.

En el momento de su publicación, Los usurpadores recibió una acogida limitada, propia de las condiciones del exilio. No obstante, con el tiempo ha sido reconocido como una de las obras más lúcidas y elaboradas de la narrativa española contemporánea. Su influencia se percibe en autores posteriores que han recurrido a la historia como materia narrativa para explorar los dilemas del presente, desde Juan Benet hasta Javier Marías. Asimismo, el libro fue fundamental en la revalorización crítica de Ayala tras su retorno a España en los años setenta. En su conjunto, Los usurpadores se sitúa en la intersección entre la literatura, la filosofía política y la historia cultural, lo que explica su vigencia: en tiempos de revisión de los discursos del poder, estos relatos ofrecen una herramienta poderosa para pensar la relación entre ética y política, entre memoria y ficción.

Hoy, más de setenta años después de su publicación, Los usurpadores sigue siendo una lectura necesaria. No solo por la calidad de su prosa o la originalidad de su enfoque, sino porque plantea preguntas que siguen siendo centrales: ¿qué legitimidad tiene el poder? ¿Hasta qué punto la historia es un relato de violencias ocultas bajo formas legales? ¿Cómo contar el pasado sin repetir sus mitos? Francisco Ayala, con su mirada cosmopolita y su rigor estilístico, ofrece una respuesta singular a estas cuestiones. En una época marcada por el dogmatismo y la polarización, su obra reivindica el pensamiento matizado, la ironía inteligente y la responsabilidad moral del escritor. Los usurpadores, al rescatar figuras del pasado para pensar el presente, nos invita a mirar más allá de las apariencias y a desconfiar de toda forma de autoridad no sometida a crítica. Por eso, en nuestra sección de “Títulos rescatados”, esta obra ocupa un lugar central: porque sigue interpelando al lector con una intensidad que no ha perdido vigencia, y porque representa una de las cumbres de la narrativa moral y política del siglo XX en España.

Referencias:

Inspiración en personajes históricos 

  • Enrique II el Doliente (rey de Castilla y León, 1369–1379): Hermano y asesino de Pedro I el Cruel. Figura central del relato El hechizado por fuerza.

  • Carlos II el Hechizado (último de los Austrias, 1661–1700): Su figura inspira el cuento El hechizado.

  • El inquisidor: Aunque no nombra explícitamente a Tomás de Torquemada, se inspira claramente en la figura del inquisidor general y en el sistema de la Inquisición.

  • Referencias literarias: Kafka, Calderón, Gracián

    • En El inquisidor y otros relatos se percibe la influencia de Kafka, especialmente en el uso de lo alegórico y el análisis del poder burocrático.

    • La prosa reflexiva, irónica y sentenciosa remite a la tradición barroca española, en especial a Gracián y Calderón.

REDACCIÓN: Punto y Seguido

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