Reflexiones ante el uso indebido de extranjerismos y la erosión del castellano en los medios de comunicación
Introducción
«Postear», «influencer», «streaming», «follower», «breaking news». Lo preocupante no es que estas palabras existan —todas las lenguas conviven con préstamos léxicos—, sino que hayan colonizado la sintaxis y el pensamiento de los medios de comunicación en español con una naturalidad pasmosa, sin distancia ni criterio.
Recientemente, en Hojas Sueltas, se recogía un ejemplo elocuente publicado por FUNDÉU:
En los medios de comunicación se ha extendido la fórmula inglesa place to be en los siguientes casos: «Estos locales prometen convertirse en los place to be de la temporada», «Los alrededores de San Francisco constituyen el place to be para todo emprendedor que tenga una empresa disruptiva» o «Este japonés con alma latina se ha convertido en el nuevo place to be de Madrid». La expresión place to be se usa especialmente en informaciones relacionadas con el ocio, la gastronomía o el estilo de vida, donde a menudo se quiere señalar que un local, restaurante o espacio está de moda. Con ese sentido, pueden emplearse alternativas como lugar de moda o en boga.
El problema no es lingüístico en esencia, sino cultural. La forma en que hablamos refleja la forma en que pensamos, y cuando los medios normalizan expresiones extranjeras sin traducirlas, sin adaptarlas ni justificar su uso, lo que se debilita no es el idioma en sí, sino nuestra relación con él.
La penetración mediática del anglicismo
Hoy en día, cualquier tertulia radiofónica presume de feedback, cualquier reportero emite en streaming, cualquier titular incluye un ranking, y cualquier reportaje se vende como trending topic. La adopción sistemática de extranjerismos no adaptados ha dejado de ser un recurso puntual para convertirse en una seña de estilo, lo cual revela no modernidad, sino inseguridad.
“El problema no es que entren extranjerismos, sino que lo hagan sin necesidad, habiendo ya palabras en español que significan lo mismo.”
— Pilar García Mouton, entrevista en RTVE.es, 2019.
Pilar García Mouton (Madrid, 5 de marzo de 1953) es filóloga profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, especialista en dialectología y geografía lingüística y, desde 2015, miembro correspondiente de la RAE. Hija del filólogo Valentín García Yebra, de cuyo legado es responsable, se doctoró en Filología Románica en la Universidad Complutense de Madrid, de la cual fue profesora también durante un tiempo. Fue alumna de Manuel Alvar, con quien trabajó para el Atlas Lingüístico de Castilla y León y también hizo encuestas en varios países para el Atlas Lingüístico de Hispanoamérica. Ha sido autora y coordinadora de varios proyectos de geografía lingüística: por ejemplo, el Atlas lingüístico (y etnográfico) de Castilla – La Mancha (ALECMan), con Francisco Moreno o la coordinación de la publicación del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica. Realiza actividades de divulgación lingüística, como el espacio Palabras moribundas, en el programa No es un día cualquiera de Radio Nacional de España desde 2007.
Es sintomático que este fenómeno se acentúe más en programas de entretenimiento y prensa generalista, donde el estilo debe ser ágil, cercano y —supuestamente— moderno. El castellano es percibido como un idioma demasiado “lento” para la velocidad del titular, demasiado “pesado” para la economía del hashtag. No es cierto. Lo que ocurre es que muchos profesionales del lenguaje no han sido formados para defenderlo, o simplemente han dejado de hacerlo por inercia, por miedo a sonar anticuados.
Leemos y vemos diversos ejemplos sobre late night :
El late night en España, ese gran desaparecido (SPINOF)
Sección “Late night” en (El País) Jimmy Kimmel volverá a verse en todo Estados Unidos: las emisoras locales levantan su boicot.
Late Xou con Marc Giró (RTVE)
‘Late Xperience’, el primer ‘late night’ que mezcla cultura, música, gastronomía y deporte, ya disponible en Movistar Plus+ (La Vanguardia)
El castellano frente a la inercia digital
Las plataformas digitales, con sus lógicas anglófonas de interfaz, han instaurado un nuevo paradigma de comunicación en el que el idioma tiende a reducirse, fragmentarse o diluirse en modismos ajenos. Pero conviene recordar que el lenguaje no es solo un instrumento funcional, sino también una memoria colectiva.
Quizás las limitaciones técnicas tengan parte de culpa. Hasta 2017, un tuit no podía superar los 140 caracteres. Aunque esa cifra se duplicó posteriormente, la tendencia a abreviar sigue presente. Hoy prima el mensaje corto, inmediato y emocional, muchas veces sin espacio ni tiempo para la complejidad.
Algunos de los acrónimos más utilizados durante 2025 confirman esa deriva:
- LOL (laughing out loud): reírse a carcajadas.
- ASAP (as soon as possible): tan pronto como sea posible.
- FYI (for your information): para tu información.
- G2G (got to go): tengo que irme.
- MSG: mensaje.
- TTYL (talk to you later): hablamos luego.
- OMI (in my opinion): en mi opinión.
Una jerga telegráfica y funcional, ideal para responder sin pensar demasiado, y que encajaría mal —o directamente sería absurda— en boca de cualquier narrador que se precie. Imaginar a Ana Ozores escribiendo TTYL a don Álvaro Mesía, (Fortunata y Jacinta) o a Juan de Mairena (personaje creado por Antonio Machado) dictando aforismos por MSG, resulta no solo grotesco, sino revelador: cuando el lenguaje pierde gramática y aliento, pierde también mundo.
Se dirá que son códigos útiles, que ahorran tiempo. Cierto. Pero también ahorran matiz, ironía, profundidad. Y nada de eso le ha sobrado jamás al pensamiento, ni a la literatura, ni a la conversación real.
En este contexto, el uso indiscriminado de extranjerismos no solo empobrece el idioma, sino que debilita el pensamiento crítico, al adoptar etiquetas prestadas que sustituyen al análisis. Llamar fake news a una noticia falsa, por ejemplo, no es lo mismo que desenmascarar una mentira informativa: lo primero suena ligero; lo segundo, compromete.
¿Y la Real Academia?
No es intención de este artículo enmendar la plana a la Real Academia Española, institución que cumple —con mayor o menor acierto— su función reguladora. Pero tampoco debe aceptarse sin matices la doctrina del uso, esa idea de que “si lo dice la gente, será que está bien dicho”.
En los últimos años, la rapidez con la que algunos términos se incorporan al Diccionario parece responder más a las urgencias del entorno digital y mediático que al asentamiento real en el habla. La RAE, que durante décadas se mostró prudente hasta la exasperación, ha acelerado sus procesos con el riesgo de dejarse arrastrar por la moda o la presión social, antes que por el criterio lingüístico.
Ejemplos recientes de incorporaciones al diccionario que reflejan esta presión:
- Teletrabajar: definido como “trabajar en régimen de teletrabajo”. Parece obvio, pero marca una evolución morfológica forzada.
- Barista: persona experta en la preparación de café u otras bebidas.
- Tabulé: plato de la cocina de Oriente Medio, con ingredientes “exóticos” asumidos como propios.
¿Enriquece esto realmente el idioma? No siempre. A menudo responde más a modas que a necesidades. Como señala Pilar García Mouton:
“Los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad en la forma en que la gente usa el idioma. Se asume que todo lo que se dice ahí está bien dicho, y eso no siempre es así.”
— FundéuRAE, 2017.
El rigor lingüístico no es elitismo: es respeto. Y el hecho de que ciertas expresiones foráneas se cuelen en el diccionario no las convierte en necesarias ni mejores. El castellano dispone de recursos más que suficientes para expresar las complejidades del presente sin disfrazarse de otro idioma.
Conclusión
El idioma es una forma de habitar el mundo. Cuando lo tratamos como si no importara —cuando lo reducimos a un conjunto de hashtags, reels, likes o stories—, no es que evolucione: es que pierde algo esencial de su carácter. No se trata de cerrar puertas, sino de defender el umbral. La riqueza del español (castellano) no está reñida con la modernidad, pero exige una actitud crítica, consciente y activa. Y en ese esfuerzo, los medios tienen una responsabilidad indelegable.
“El habla de los medios está influyendo en la de los ciudadanos, y a veces más de lo que sería deseable.”
— Fernando Lázaro Carreter, El dardo en la palabra.
© Anxo do Rego



