Serpientes en el paraíso – Alicia Giménez Bartlett | 05

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Serpientes en el paraíso, Petra Delicado en su momento más introspectivo

La novela negra española no ha sido siempre terreno abonado para el protagonismo femenino. Tampoco ha gozado durante décadas de una tradición tan consolidada como la francesa o la anglosajona. Pero a finales del siglo XX, Alicia Giménez Bartlett irrumpió para cambiar las reglas del juego con una fórmula tan sólida como personal: una inspectora de policía con formación jurídica, carácter mordaz y vida emocional compleja. Petra Delicado no solo trajo aire nuevo al género, sino que se ha mantenido como una de las voces narrativas más consistentes del panorama negro en castellano. En Serpientes en el paraíso (2002), quinta entrega de la saga, asistimos quizá al episodio más introspectivo y sombrío de su evolución.

El punto de partida de la novela es tan clásico como engañoso: un cadáver aparece flotando en la piscina de una urbanización residencial. La víctima, un joven socio de un bufete de abogados de prestigio, encarna —en apariencia— el éxito profesional, la pulcritud moral y la buena vida. El escenario —una de esas urbanizaciones tranquilas, de césped cuidado y fachadas homogéneas— se antoja, en primera instancia, como un paraíso moderno. Sin embargo, como bien sugiere el título, las serpientes no tardan en asomar entre los setos. La autora convierte la calma aparente de este microcosmos urbano en un espacio de sospecha, hipocresía y violencia latente.

Giménez Bartlett tiene una habilidad reconocible para convertir entornos cotidianos en lugares inquietantes. Aquí, lo doméstico se convierte en un teatro de máscaras. Cada entrevista, cada testimonio recogido por Petra y su inseparable Fermín Garzón abre nuevas fisuras en la superficie de una comunidad que solo parece cohesionada por el silencio y la apariencia.

La urbanización no es solo el escenario del crimen: es un personaje más, con sus propios códigos, represiones y discursos de poder. La autora sabe leer el lenguaje de las élites con ironía afilada y apuntes sociales precisos, sin necesidad de recurrir a moralinas.

A estas alturas de la serie, Petra Delicado ya ha consolidado su figura como policía con más agallas que método, más intuición que procedimiento. En Serpientes en el paraíso, sin embargo, su carácter se matiza, e incluso se desestabiliza. La violencia del crimen al que se enfrenta, y el tipo de relaciones humanas que descubre durante la investigación, la fuerzan a un cuestionamiento más profundo. La inspectora ya no se limita a interrogar a los sospechosos: también se interroga a sí misma.

En este sentido, la novela introduce un grado mayor de introspección que entregas anteriores como Ritos de muerte (1996) o Día de perros (1997). No es tanto que la trama abandone el tono irónico y ágil que caracteriza a la saga, sino que el humor cede espacio a una reflexión más amarga sobre las ambigüedades morales del presente.

Garzón, por su parte, sigue siendo el necesario contrapunto de Petra. Su humanidad desbordante, su lealtad y su visión práctica del mundo permiten a la inspectora mantener cierto equilibrio. Pero incluso él se muestra más vulnerable aquí, quizás afectado por el desencanto general que atraviesa la novela. En el juego de espejos entre ambos —siempre teñido de respeto, afecto y sarcasmo— se produce buena parte de la riqueza narrativa de la obra.

Uno de los rasgos más destacables del estilo de Alicia Giménez Bartlett es su capacidad para dosificar la tensión sin grandilocuencias. La autora no necesita persecuciones espectaculares ni escenas de violencia explícita. Lo suyo es una precisión casi quirúrgica en el diálogo, en los detalles que se filtran por las rendijas de lo aparentemente banal.

Serpientes en el paraíso no es una novela de ritmo vertiginoso, pero tampoco se recrea en la lentitud. Es una historia que avanza con la cadencia del pensamiento crítico, de la deducción pausada. En este sentido, la escritura se pliega con naturalidad a las necesidades del caso: avanza cuando toca avanzar, se detiene cuando hay que mirar dos veces un gesto o una palabra.

Hay en el estilo de Giménez Bartlett una resistencia al efectismo que se agradece especialmente en este volumen, donde lo esencial es precisamente esa tensión constante entre lo visible y lo oculto. La novela sugiere más de lo que muestra, y en ese equilibrio encuentra su mayor virtud.

Desde su primera aparición, Petra Delicado ha ido evolucionando al ritmo de los cambios sociales, especialmente en lo que respecta al papel de la mujer. No es casual que, en entrevistas posteriores, Giménez Bartlett haya señalado su intención de crear un personaje que no tuviera que renunciar a su inteligencia ni a su feminidad para poder actuar en un entorno tradicionalmente masculino. En Serpientes en el paraíso, ese conflicto se vuelve más sutil, menos ideológico y más humano.

La novela capta bien el momento social de principios de los 2000: las nuevas formas de familia, el culto al éxito, la creciente desconfianza hacia las instituciones, y sobre todo, la fragilidad de los vínculos personales en un entorno saturado de apariencia. En ese sentido, la autora se adelanta a muchas de las líneas de tensión que caracterizarán la novela negra contemporánea en la década siguiente.

Desde Hojas Sueltas, consideramos Serpientes en el paraíso una de las entregas más logradas —y menos ruidosas— de la serie Petra Delicado. Lejos de las soluciones rápidas o de los recursos narrativos más espectaculares, Giménez Bartlett opta por una trama envenenada de realismo, donde la sospecha se filtra incluso en los detalles más anodinos.

La novela representa un punto de madurez en la saga: Petra no solo resuelve un caso, sino que se enfrenta a las fisuras éticas de su tiempo con una lucidez que duele. Aquí no hay redención, ni héroes impolutos. Pero hay una mirada lúcida, una escritura contenida, y sobre todo, una voluntad de entender al ser humano en sus contradicciones más íntimas.

Lo que en otras manos podría haber sido una crítica moralizante a las élites se convierte, gracias al talento de la autora, en una exploración silenciosa pero firme de los mecanismos del autoengaño y la necesidad de pertenecer. En ese terreno ambiguo, la novela negra muestra su mejor cara.

Serpientes en el paraíso no es solo un episodio más en las pesquisas de Petra Delicado. Es una pieza clave para entender su evolución como personaje y como herramienta crítica de la novela negra española. Giménez Bartlett firma aquí una historia contenida, inteligente y amarga, que renuncia al artificio sin perder un ápice de tensión narrativa. En su aparente moderación, radica su fuerza.

Una novela que, a más de veinte años de su publicación, sigue interrogando al lector con preguntas incómodas sobre la verdad, la amistad y el precio de las apariencias.

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REDACCIÓN

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