El lector no siempre sabe qué ha fallado, pero lo percibe. Lee un párrafo y frunce el ceño. Avanza unas líneas más y pierde el hilo. No es que haya una falta de ortografía, ni una incorrección gramatical flagrante. Es otra cosa, algo más sutil: un tropiezo invisible. Una fricción leve, pero persistente, entre las palabras y el sentido. Un estilo que no fluye, aunque no chirríe.
Quien escribe con frecuencia sabe de qué hablamos. Lo ha experimentado —en carne propia o ajena— en esos textos que “funcionan regular”, que parecen correctos pero no logran sostener el tono, ni captar del todo la atención. Son los errores que no se ven, pero se notan.
Aquí repasamos algunos de esos tropiezos discretos que conviene detectar y corregir. Porque si el estilo no es ornamento, como decíamos en otro artículo, los errores tampoco son solo faltas ortográficas: son interrupciones de la claridad, del ritmo y de la credibilidad.
La palabra repetida… sin necesidad
Una repetición puede ser un recurso estilístico. También puede ser una negligencia. La diferencia está en la intención. Cuando repetimos una palabra por comodidad, por no buscar una alternativa o por descuido, generamos una sensación de torpeza que el lector percibe, aunque no siempre sepa por qué.
Pensemos en frases como:
La solución fue una solución rápida, pero no la mejor solución.
Aquí el problema no es gramatical, sino rítmico y estilístico. Lázaro Carreter llamaba a esto el “eco indeseado”: una forma de sonsonete que deteriora la frase.
La solución no siempre pasa por buscar un sinónimo. A veces basta con reestructurar:
La medida fue rápida, pero no necesariamente la mejor.
La repetición funcional (por énfasis o contraste) es legítima. La involuntaria, no.
El adjetivo automático
Hay adjetivos que acompañan a los sustantivos como si fueran su sombra: profunda tristeza, intensa emoción, larga espera, difícil decisión. No es que estén mal, pero son fórmulas tan gastadas que ya no dicen nada.
Marina Mayoral, alerta contra los “adjetivos comodín”, que el escritor coloca por inercia. El resultado es una prosa plana, previsible, sin relieve.
Conviene preguntarse siempre: ¿este adjetivo aporta algo? ¿Precisa, matiza o ilumina? ¿O es solo una palabra de relleno?
Llovía una intensa lluvia sobre el pueblo desierto.
¿Hace falta decir que la lluvia era intensa? ¿No lo sugiere ya el contexto? A veces, eliminar es mejorar.
La puntuación que no ayuda
La puntuación es una herramienta de ritmo y sentido. Una coma mal puesta puede no ser un error técnico, pero sí un tropiezo. Lo mismo ocurre con las oraciones larguísimas sin pausa, o con la costumbre de separar ideas que deberían estar unidas.
Pongamos un ejemplo:
El autor, presentó su libro en Madrid, donde habló de su trayectoria, y también de su nuevo proyecto.
Aquí las comas entorpecen el flujo y rompen la estructura lógica. La puntuación debería acompañar la respiración de la frase, no interrumpirla.
El autor presentó su libro en Madrid, donde habló de su trayectoria y también de su nuevo proyecto.
Sánchez Ferlosio consideraba la puntuación como parte del estilo, no como una simple norma. Y tenía razón: puntuar bien es pensar con signos.
Las frases “muertas”: ni son incorrectas ni dicen nada
Hay frases que sobreviven a fuerza de repetirse. No suenan mal, pero están vacías. Son frases que podrían aparecer en cualquier texto sin alterar nada. Como un mueble más en una casa que no habitamos.
Ejemplos: “Hay que poner en valor…”, “en la actualidad…”, “la sociedad en la que vivimos”, “no deja a nadie indiferente”, “más allá de…”.
Clara Obligado, en sus talleres de escritura, las llama estructuras oxidadas: fragmentos de lenguaje que ya no significan, solo ocupan espacio. El lector pasa por ellas sin detenerse. Porque ya las ha leído mil veces.
El trabajo del escritor es reemplazar lo automático por lo preciso. Lo previsible por lo exacto.
El encabalgamiento mental
A veces, por querer sonar más “literarios”, se fuerza una estructura que, en realidad, solo complica. Frases que se abren y no se cierran, subordinadas que no encuentran su verbo, paréntesis que se multiplican… El resultado: un laberinto.
Ejemplo:
La cuestión de fondo, que en última instancia remite a una visión histórica y filosófica de las transformaciones sociales, no es sencilla de abordar, y menos aún de explicar, si no se considera el contexto más amplio del que proviene dicha cuestión.
¿Es incorrecta? No. ¿Se entiende? A duras penas.
Hay una línea fina entre la complejidad legítima y el enredo. Como decía Juan Benet, escribir bien es encontrar una estructura que acompañe al pensamiento, no que lo desfigure.
La ambigüedad involuntaria
No toda ambigüedad es un error, pero muchas lo son. El lector agradece la sutileza, no la confusión. Frases como:
La crítica a los autores jóvenes fue acogida con entusiasmo.
¿Quién recibió con entusiasmo? ¿La crítica o los autores jóvenes?
A menudo, la ambigüedad surge por colocar mal los complementos o por descuidar el referente de los pronombres. Basta una revisión atenta para detectar estos fallos que, de nuevo, no son visibles… pero sí se notan.
El tono que no cuadra
No todo es una cuestión lingüística. Hay textos que fallan por tono: un exceso de grandilocuencia, una ironía fuera de lugar, una solemnidad innecesaria.
El tono es lo que sostiene la relación entre escritor y lector. Y cuando el tono no cuadra, el lector se siente fuera de lugar. Lo nota, aunque no pueda explicarlo.
La corrección de estilo, en muchos casos, es una corrección de tono.
El arte de revisar lo que parece correcto
La mayoría de los textos que leemos hoy en día no están mal escritos: simplemente, podrían estar mejor. Y esa es la tarea más difícil del escritor profesional: no corregir lo incorrecto, sino depurar lo aceptable hasta que sea preciso, vivo y necesario.
Corregir lo invisible requiere una sensibilidad especial, que se educa con lectura atenta, con práctica y con humildad. Es la diferencia entre una prosa que cumple… y una que perdura.
Esos errores que “nadie ve” son, muchas veces, los que separan un texto eficaz de un texto admirable.
Lista de control: 7 tropiezos que tu texto puede tener
Errores que nadie ve, pero se notan
- Repeticiones innecesarias
¿Has usado la misma palabra más de una vez en un párrafo… sin querer hacerlo? - Adjetivos automáticos
¿Tus adjetivos aportan información real o son fórmulas desgastadas (profunda tristeza, larga espera)? - Puntuación que entorpece
¿Las comas y puntos ayudan al ritmo del texto… o lo rompen? - Frases vacías
¿Utilizas expresiones sin contenido real como “poner en valor” o “sociedad en la que vivimos”? - Frases demasiado enrevesadas
¿Hay estructuras que oscurecen en vez de aclarar lo que quieres decir? - Ambigüedades no deseadas
¿Está siempre claro quién hace qué en tus frases? - Tono desajustado
¿El tono del texto acompaña el contenido… o lo contradice sin querer?
Redacción


