Los olivos milagrosos de Granada. Un prodigio vegetal

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San Miguel, rey de los globos
y de los números nones,
en el primor berberisco
de gritos y miradores.

San Miguel —Federico García Lorca—

En la Granada que suele dormir, bajo un manto de luceros vigilantes, sus leyendas y tradiciones míticas, cual sueños profundos, yacen dormidas, sin despertar a nadie. Porque esta Granada, aunque entumecida por su propia historia, no puede negar que lleva en su aliento la llama ancestral de sus leyendas. Esos son sus tesoros ocultos que aguardan un corazón que las pueda amar sin complejos.

Esta Granada acostumbra a ser un lugar de cruce, entre las realidades, donde la historia se confunde con los mitos, así crecen olivos que hacen sollozar de emoción a los fieles por sus milagros. En realidad, no son simples árboles son arcas de memoria vegetal. Testigos de cuando los misterios convivían entre los hombres y los santos plantaban prodigios para los pueblos al igual que los campesinos sembraban trigo. Estas arcas son los guardianes de un misterio ancestral.

Bajo su sombra se refugian leyendas que hablan de maravillas, santos y alquimia, acoplando lo divino con lo terrenal.

En las laderas del Sacromonte, el monte sacro de Granada, un olivo asentó su leyenda. Los textos árabes del siglo XI ya hablaban de él: «Un árbol que en un día cumple el ciclo de un año». Las rugosas raíces del olivo perdido trepan aún entre los recuerdos que habitan en las grutas como sierpes sagradas. Los mozárabes, los cristianos que aún vivan en el imperio musulmán, lo veneraban en secreto, y cuando los muslimes quisieron talarlo, una y otra vez, conseguía renacer de sus raíces. No era extraño que en el área de la ermita el día de la festividad de San Miguel, se celebraba la feria de las frutas.

Como resonancias que viajan a través de los siglos, las últimas informaciones de particular interés, acompañadas de dos dibujos originales que datan de 1764, nos invitan a un viaje en el tiempo, acercándonos con delicadeza a la silueta perdida de la antigua torre de “al-Zaitun” Azeytuno, o del Olivo. Esta no surgió de la nada, sino que sus cimientos se asentaron sobre la memoria de una iglesia visigoda, de la que aún perduraba el susurro de una fuente y la presencia majestuosa del célebre olivo, testigo mudo de incontables primaveras.

Más tarde, en 1673, sobre aquel mismo suelo sagrado se alzó la iglesia de San Miguel Alto, marcando una nueva etapa en la historia del cerro. Los dibujos de antaño nos permiten evocar el ambiente de este lugar elevado, que en tiempos remotos fue conocido con un nombre sombrío, «Cerro de los Diablos», antes de ser bañado por una luz más celestial y renombrado como Monte de los Ángeles. Allí, vigilante y estratégica, se erguía una torre fortificada, un brazo de piedra dependiente de la autoridad militar de la Alhambra: la famosa Torre del Azeytuno. Su destino, sin embargo, quedó sellado por la decisión de un obispo, que ordenó su demolición en 1671.

Hoy, al alzar la mirada hacia la cima, podemos contemplar la artística corona de la reconstruida ermita de San Miguel Alto, un símbolo de la persistencia y la renovación.

Pero no debemos olvidar que, como tantos otros montes altos de cada localidad, bendecidos por el Sol en la época romana, este también rindió tributo a una divinidad pagana, estando dedicado, por su cercanía al cielo, a un resplandeciente Apolo.

Así, el Cerro del Azeytuno se revela como un documento de la historia, donde capas de creencias y construcciones se superponen, narrando el devenir de una tierra marcada por la fe, la guerra y la eterna danza del tiempo.

En Fonelas, cerca de la antigua Acci, Guadix, la tierra árida aún recuerda la pisada de San Torcuato, uno de los siete varones apostólicos. Cuentan que plantó un olivo con semillas traídas de tierras lejanas —quizá proveniente de los huertos del monte de los olivos, donde Jesús de Nazaret padeció y sudó sangre— Este árbol, rebelde a las estaciones, florecía, fructificaba y daba aceite en un solo día.

Se creía que el jugo de este fruto tenía la capacidad de curar tanto las enfermedades físicas, “ceguera del cuerpo», como los males espirituales o psicológicos, “ceguera del alma». Por eso, la gente viajaba y venían en peregrinación desde lejos.

Cuando las aceitunas comenzaban a crecer y brillaban bajo la luz como si fueran perlas negras. Si se permitía que maduraran y se oscurecieran, se obtenía un aceite de una calidad excepcional. El alquimista Yabir lo habría considerado tan valioso como el resultado de una segunda extracción de la legendaria piedra filosofal, la cual se decía que podía crear una lámpara eterna, pues este aceite era tan puro y duradero que un candil que alimentaría su llama siempre daría luz, nunca se apagaría.

El milagro se replicó en tantos ecos como esquejes los siete santos varones plantaron por estas tierras:

En la Lorca murciana, donde mozárabes exiliados de Guadix llevaron la devoción de sus antepasados, sembrando la semilla de lo que después sería el culto a Santiago. Se encontraba también un Cerro del Aceituno, donde un olivo milagroso marcaba el camino a los conversos secretos hacia Santiago de Compostela. Los cronistas andalusíes como al-Udri del siglo XI que relata a su vez a otro cronista anterior: Ahman Umar escribe: “Uno de los hechos maravillosos es un olivo que se encuentra en una iglesia de los alrededores de Lorca, próximo a la ciudad y junto a un castillo que hay allí conocido por Mirabbyt” Este topónimo según al-Idrisi significa meramente un “muro viejo”.

Durante la oración de la tarde del día que precedía la primera noche del mes de mayo, florecía el olivo, siendo todavía la noche antes de que amaneciera. Os frutos habían cuajado. A la mañana siguiente, toda la oliva había ennegrecido, había madurado su fruto y alcanzado su punto de sazón.

La leyenda aparece por primera vez en el martirologio mozárabe de Abdón en el año 859.

Miguel Hagerty, estudioso de los Libros Plúmbeos, descubrió su vinculación con la montaña de Sagra ¿sagrada?: allí, un olivo brotó junto a los restos de un apóstol que podría ser el mismo Torcuato o uno de los siete varones. Su ritual era un reloj de prodigios:

Así era el día que ocurría para algunos cerca de la noche de San Juan, aunque antes coincidía con la muerte de San Torcuato. De nuevo al alba Florecía. Al mediodía: Las flores se convertían en aceitunas verdes. Al ocaso: El fruto maduraba, y su salutífero aceite —recogido en preciosas lámparas de cerámica granadina— sanaba enfermedades que los médicos de aquél entonces declaraban incurables.

Hasta el Papa en Roma supo de él. Envió un legado hasta la corte de Medina Azahara, a solicitar autorización del califa para llevar aquel hasta tierras cristianas y darle cristiana sepultura al cuerpo del santo. Como también se intentó cortar por los gobernantes varias veces y enseguida retoñaba el árbol de nuevo. Desde Roma tras comprobar el milagro, se mandó construir una ermita. Hoy, sus piedras guardan el rumor de aquellas poderosas raíces que aglutinaban milagros en forma de preciosas olivas.

En Fonelas a pocas leguas, en la misma región de Acci, era conocido otro olivo que estaba enraizado en el atrio de un templo romano florecía y fructificaba cada víspera de la festividad de San Torcuato. Su oleo alimentando las lámparas de los primeros cristianos, y como remedio sanaba sus enfermedades, una costumbre que perduró incluso durante el tiempo de dominación musulmana, aunque entonces el día de celebración del fenómeno se trasladó a la ancestral noche de San Juan. Este árbol de Fonelas se inclinaba sobre el pozo donde los peregrinos lavaban sus dolorosas heridas. En Puebla, las ancianas aún untan a los niños con aceite «para que las santas las guarden».

En Puebla de Don Fadrique, donde un árbol sagrado similar creció sobre la tumba de dos santas, mártires cuyos nombres se mezclan con las gotas de aceite que caían de uno de estos árboles con un substancioso rocío sobre sus tumbas.

La tradición oral en Puebla de Don Fadrique se refiere al brutal martirio de Nunilón y Alodía. Dos hermanas cristianas en tierra musulmana, descubiertas haciendo la señal de la cruz. Su tío, un cacique, las ató a caballos desbocados que las arrastraron hasta la muerte. Donde cayeron, bajo un olivo milagroso, un ermitaño encendió un candelero con su aceite: “El aceite no se gastaba nunca” —contaban los viejos—. El árbol destilaba gotas doradas que llenaban el cuenco colocado bajo su grueso tronco, como si “llorara” por ellas».

La devoción a las santas fue suficiente para eclipsar la mucho más antigua historia de la oliva milagrosa, estaba más en consonancia con la reconquista cristiana, pero no lo borró del todo. En la Sierra de Sagra, los pastores que aun recordaban al árbol prometen que, en la noche de San Juan, las ramas del árbol viejo aún brillan con un fulgor mirífico.

El olivo regalo de Atenea a los hombres une tierra y cielo. Sus raíces bucean en el inframundo penibético, mientras sus ramas acarician el cielo su aceite intermedio —como el óleo de la unción— consagra lo divino. Los mozárabes usaron estos árboles para preservar su fe bajo el islam, era una resistencia cultural. Estas biblias vivientes no podían ser quemadas sin regenerarse. Uno se pregunta si fue un fenómeno natural hoy desconocido, de alguna especie, que fue exagerada por muchas personas, su viveza de crecimiento: ¿Acaso hubo una variedad de olivo de crecimiento ultrarrápido, hoy extinta? ¿O fue el microclima de Granada, esa tierra de Sol y frío el que aceleraba los ciclos? Si hoy se descubrieran estos esquejes y se pudieran multiplicar sería un asombroso acontecimiento mundial que podría acabar con parte de las penalidades alimenticias de la población.

Hoy, cuando Granada se llena de turistas que atareados por no perderse nada de esta región no tienen tiempo para al misterio. Ignoran completamente estas historias porque no son comerciales, las historias de los olivos milagrosos siguen ahí, aunque sea en forma mítica y legendaria, continúan en el inconsciente colectivo

La leyenda asegura que este prodigio no fue único. Los siete varones apostólicos posiblemente sembraron esquejes prodigiosos por toda la región, creando una red de árboles sagrados que marcaban lugares de culto y resistencia espiritual.

Hemos comprobado como en la Lorca murciana, un olivo iluminaba el camino hacia Santiago para los conversos secretos. En Fonelas, un retoño del árbol original se inclinaba hacia el pozo donde los peregrinos lavaban sus heridas. En el Sacromonte, las raíces del olivo perdido trepan entre las cuevas de ensueño. En Puebla, las ancianas aún untan a los niños con aceite «para que las santas las guarden».

Estos árboles no son reliquias: son puertas abiertas a las tradiciones de nuestros antepasados. Quien se siente al atardecer bajo las ramas de unas de estas extraordinarias olivas, quizá oiga en estado de duermevela el susurro del sabio Torcuato, el llanto de las mártires, o el crujido de las aceitunas madurando a cámara rápida y con el susurro de las Raíces Sagradas.

Agradecimientos:

Miguel José Hagerty “Los libros plúmbeos del sacromonte” Editorial Comares
Documentos y noticias sobre la antigua ermita de San Miguel de Granada y su entorno*
Esther Galera Mendoza y José Policarpo Cruz Cabrera
Profesores titulares de Historia del Arte. Universidad de Granada
Mitos en la Lorca andalusí. Salvador Fontenla Ballesta. Doctor en la complutense de Madrid.
Sebastián Gaspariño García: (2007) Historias del al-Andalus según las crónicas medievales. Lorca.
Idris (1989: Los caminos de Al-Andalus en el siglo XII. Estudio, edición, traducción y anotaciones Jassim Abdid Mizal. Madrid
https://historiasdelaltiplano.wordpress.com/2017/06/04/huescar-la-leyenda-de-las-santas-por-silvestre-moreno-bonache/

—Rafael Casares—

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Investigador, Escritor y Experimentador de lo Trascendente. Se erige como un puente entre el mundo de los libros, la escritura y el arte con el reino de lo trascendente. Su enfoque combina la rigurosidad intelectual con una profunda sensibilidad espiritual. A través de sus escritos y enseñanzas, busca iluminar los rincones oscuros del entendimiento humano, llevando a sus lectores y seguidores a una comprensión más profunda de lo que significa ser parte de este universo misterioso. En el corazón de su búsqueda siempre ha habido un compromiso inquebrantable con la ternura y el respeto hacia todas las formas de vida y pensamiento. Rafael ve en cada ser y en cada fenómeno una oportunidad para aprender y crecer, una chispa de lo divino esperando ser comprendida. BLOG: https://hojassueltas.es/?page_id=15968

7 COMENTARIOS

  1. La sabiduría de los olivos nos dejan perplejos, y esos pequeños arboles interactúan con nuestros ser conservando la esencia de las almas. Hoy día su fruto es el oro líquido de España. Y gracias a Rafael Casares, se desgrana la valiosa historia con su poderío narrativo. Hay que visitar esos lugares mágicos.

  2. Pienso que estos árboles como comenta el querido amigo Miguel Ángel del majestuoso árbol Garoe, de la isla de la Gomera que llenaba de un agua purísima varios barriles diariamente, algunos decían que su semilla fue traída por las olas del mar de otra isla muy cercana, pero no siempre visible, que ciertos lugareños y marineros llamaban San Borondon nombre de un monje celta que dicen cruzó estas aguas en busca de tierras mágicas como las tierras jinas o las tierras puras de Bhuda y añade Miguel ángel «mis antepasados Normandos llamaban a esta isla la Non Trabada». Quien sabe si esto de lo que hablamos y otros elementos ahora desconocidos podrían ser rudimentos de una tecnología genética anterior de otra civilización que pudo llevar a cabo hazañas extraordinarias para hacer de la vida humana sobre la Tierra un lugar más habitable. ¿Quién pudiera repetir estas maravillas hoy en día para el provecho de la humanidad? Muchas gracias Mario Acuña.

  3. Relato tan encantador y mágico. Sensibilidad de almas q trascienden al máximo. Sentir el poder de la naturaleza. Escuchar los susurros y experimentar cada senacion. Increíble y espléndido .

  4. Experimentar cada sensación que describe el escritor . Eso es mágico y sanador. En estos tiempos es muy difícil leer y desconectarse de esta rutina caótica que nos está haciendo pedazos el ama. Espero siga compartiendo sus poesía . Porque eso ller a Rafael casares .

  5. Si solo pudiésemos conocer un 5% de toda la sabiduría de este árbol tan maravilloso, nos quedaríamos asombrados con la cantidad de leyendas y secretos que esconden nuestras tierras.
    Un relato maravilloso!👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻

  6. El texto envuelve al lector en una atmósfera mística, donde los olivos cobran voz y alma, recordándonos que la historia también crece en la tierra.
    Que debemos esforzarnos por descubrir lo maravilloso de la naturaleza!

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