En la aldea de Nima – Capítulo 5 de «El otro nombre»

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Guarda silencio y espera a que desaparezcan, sin embargo, cuando se dispone a salir del escondite, advierte que otros dos hombres con idénticas vestiduras, se acercan sin hablar. Llevan en uno de sus brazos el extraño venablo y con el otro sujetan a Nima. Ella camina a trompicones. El colgante ha desaparecido, no lo lleva colgado de su cuello, también la ropa que cubría su cuerpo, camina desnuda. La boca va cubierta con algo que la impide gritar. Espera a que sobrepasen su posición, mientras, calcula el tiempo que ha transcurrido desde que los otros dos hombres desaparecieron. Cuando tiene sus espaldas a la vista, baja hasta el camino sin hacer ruido, pone una flecha en el arco y dispara. Con idéntica destreza y velocidad lanza una segunda. Instantes después y sin hacer ruido, corre hasta donde ha quedado Nima. No puede gritar y mira asustada los cuerpos inertes de aquellos dos hombres.

            Kenie la toma en sus brazos, retira la tela que cubre su boca y sin hablar, le pide guarde silencio. Toma los dos tubos negros y la mano de Nima y corren hasta desaparecer en la espesura del bosque. Solo cuando calcula que han caminado suficiente, se esconden cerca de la cueva y en voz baja pregunta.

¿Qué ha ocurrido, Nima?

Bajé al arroyo a bañarme y cuatro guardianes me encontraron. No me dio tiempo a gritar, solo dijeron, esta es la que se nos escapó, la culpable de la masacre ¿Qué significa masacre?

No lo sé Nima. Ahora vamos a la cueva, rescatemos los utensilios y encaminémonos a tu aldea, sin parar, sin baños, ni hogueras.

Claro, lo que tú digas. He pasado mucho miedo.

Te has portado como una cría desobediente.

Lo sé, perdóname.

Vamos.

Espera, debo recoger tu colgante y mi ropa.

Hazlo, pero rápido.

            Bajan hasta donde Nima escondió su ropa, se la pone y cuelga de nuevo el amuleto. Luego caminan hasta la cueva, recogen mantas, odres de agua y leche y salen en dirección contraria a la que llevaban los guardianes de los dioses. El resto del día mantienen silencio. Solo lo rompe él para preguntar por su estado. La obediencia no parece ser una de sus mejores virtudes, de eso ha dado muestras, posiblemente las mismas que la hicieron rebelarse y huir de aquellos guardianes —piensa Kenie— sin embargo, está satisfecho de su carácter rebelde, de no ser por él, no la habría conocido. No obstante, debe hablar con ella muy seriamente. Está claro que no calcula debidamente el riesgo, la vida de una persona no puede depender de la suerte, como en las ocasiones vividas, sin contar las que probablemente pudo tener con anterioridad.

            De vez en cuando se paran, beben y reponen fuerzas. La última noche duermen sobre las ramas de un gran roble, abrazados y atados a tras más gruesa para evitar caerse. Al despertar sus músculos están entumecidos por la postura mantenida durante toda la noche. Le cuesta soltarse de Nima, quien al abrir los ojos le mira con cariño.

No volveré a desobedecer tus recomendaciones. Te lo prometo Kenie

No quiero que lo prometas, solo que pienses un momento cuanto haces y el riesgo que corres poniendo tu vida en peligro y la mía también. No puedes esperar a que la suerte vaya siempre de cara, alguna vez te dará la espalda y entonces yo no sabría qué hacer si faltaras.

Es cierto y lo siento mucho. Te pido perdón.

Lo tienes. Ahora pon cuidado al bajar.

            Antes que los rayos del sol caigan perpendiculares, Nima advierte lo cerca que se encuentran de su aldea. No obstante, siente una extraña sensación en su corazón. El acostumbrado humo de las hogueras y el jolgorio de los niños con sus juegos, no se oyen. Lo comenta con Kenie y él la atrae hacia él con fuerza y determinación.

Ha debido ocurrir algo, deberíamos esperar a que anochezca para entrar en la aldea. Por favor Nima, haz cuanto te pida.

Lo haré, no te preocupes esta vez.

Ahora busquemos un lugar donde poder ocultarnos.

Ven, conozco algunos cercanos.

            Se alejan de la aldea, Nima avanza en primer lugar hasta encontrar la cueva donde jugaba de niña. La entrada está oculta tras una roca, si bien una pequeña rendija permite el paso de un solo cuerpo para desembocar en una amplia gruta.

Aquí jugaba con mis amigas de la aldea cuando era niña. Mira, aun lo hacen otros niños. Ves, ahí hay muñecos, ropa y ¡espera! —señala asustada.

            Kenie avanza hasta donde le señala. Ve acurrucado el cuerpo famélico de una niña, temblorosa y asustada, con los ojos hundidos.

Déjame Kenie, si te ve se asustará más, es posible que me reconozca.

Tienes razón.

            Nima habla en voz alta y sosegada.

Soy Nima, no temas.

            La niña no se inmuta, solo levanta la mirada e intenta sonreír, aunque no puede. Se acerca y la rodea con sus brazos. La acaricia mientras tiembla y comienza a llorar. Mira a Nima y la abraza con fuerza extendiendo sus brazos alrededor del cuello. Kenie le ayuda a sentarse y cubre de inmediato a ambas con una de las mantas. No pueden hacer fuego, por lo que pasa uno de los odres con agua y se lo ofrece a la niña, Kina. Bebe con ansia. Más tarde saca una torta, se la ofrece y la niña la come con avidez. Al acabar se queda dormida. Nima no puede sacar una de sus manos, la niña se mantiene aferrada a ella con fuerza. Solo al cabo de un buen rato puede levantarse e ir al encuentro de Kenie que espera en pie junto a la salida de la cueva.

¿Te ha dicho que ha sucedido?

No. Parece tener mucho miedo.

Entonces saldré en cuanto caiga el sol, trataré de llegar a la aldea y averiguar lo sucedido. Tal vez se ha perdido y están buscándola. Por favor no te muevas de aquí.

Tranquilo, no saldré.

Tampoco hagas fuego.

De acuerdo.

            Nima se acerca a la niña y la mira con ternura. Su pequeño cuerpo se mece acompasado con la respiración, sin embargo, al meterse entre las mantas, ve en la espalda de la criatura una marca similar a la que llevan ella y Kenie. Es un sol con nueve rayos y doble colina redonda.

¿Qué edad puede tener Kina?

Ocho muntus más o menos.

Es extraño, solo tiene una marca como la tuya —señala Kenie.

Claro, todos tenemos la marca, pero antes de llegar a los 18 muntus, los visitadores de los dioses hacen una visita, nos miran desnudas y al marcharse, el Chaman nos aplica con un objeto extraño una segunda marca.

¿Cómo sabe el Chaman a quien debe poner esa segunda señal?

El objeto habla, dice nuestro nombre.

Ya.

            Nima se recuesta sobre la manta e inmediatamente la niña la abraza con fuerza. Las cubre y se dispone a salir hacia la aldea. Abandona los tubos oscuros cobrados a los guardianes, toma su arco, flechas y venablo quedando al amparo de la noche. Antes se acerca a los labios de Nima y creyéndola dormida, la besa, ella le abraza.

Escucha Kenie, mi padre se llama Numak, debes preguntar por el o que te lleven a su presencia.

Gracias.

Ten mucho cuidado y no te enfrentes a los guardianes.

Si puedo lo evitaré.

            No hay mucha luz para caminar por aquellos lugares desconocidos, no puede descuidarse. A lo lejos oye los gruñidos propios de un lobo. Durante el camino va pensando, analizando la similitud de las marcas pese a ser miembros de aldeas diferentes y separadas por la distancia. También analiza los motivos o razones de los dioses para provocar el alejamiento de los jóvenes de su tribu y de la que ahora va a conocer.

            Tras subir una fuerte pendiente, descansa un momento para tomar resuello. Al sentarse sobre un tronco caído, ve junto al río, un grupo de cabañas similares a las de su aldea. Observa que no hay fuego nocturno, tampoco Mosere alguno haciendo guardia, ni perro que ladre advirtiendo su presencia. Aguarda unos instantes y escudriña el perímetro que le rodea. Solo encuentra silencio y oscuridad. Por fin se decide a bajar, lo hace con cuidado. Avanza aferrado a su espada con la mano derecha junto a la hilera de cabañas. Evita provocar sombra con la poca luz que la luna ofrece de vez en cuando.

            De repente alguien corre la cortina de una de las chozas. Se refugia en uno de los laterales y espera confiando en que la figura del hombre que ve no sea la de un guardián de los dioses. Oye el sonido de unos pasos avanzar que se dirigen indefectiblemente hasta donde se encuentra. Toma la espada con más fuerza y espera el momento de enfrentarse al desconocido. Pero no ocurre lo previsto. El hombre camina con la mirada fija en el suelo, sin arma alguna entre sus manos. En dos ocasiones ve levantar su cara y mirar al cielo exclamando con voz quebrada unas palabras que no llega a descifrar, posiblemente por la distancia que les separa. No obstante, cuando el hombre llega a su altura, escucha.

¡Oh dioses de mi aldea!  ¿Por qué solo a mí? Os llevasteis a mi hija Nima, después a mi esposa Natal y ahora a mis amigos y sus familias. Solo soy un anciano, por favor llevarme con todos ellos, dejar que yo Numak, me reúna con ellos.

            Al oír mencionar aquel nombre, Kenie sale de entre las sombras con la espada en la mano. Se pone frente al anciano, quien deja de caminar nada más verle.

Por fin los dioses me han escuchado y te han enviado para quitarme la vida. Mejor, aquí tienes mi pecho, inserta en él esa espada cuanto antes y dejaré de sufrir.

No anciano Numak, no vengo a quitarte la vida ni soy enviado de los dioses.

Entonces ¿Quién eres?

Soy Kenie de la tribu Partal, a una luna de esta aldea y vengo desde allí con tu hija Nima.

¿Está viva? ¿Dónde está?

Escondida en un lugar seguro junto a una niña llamada Kira de esta aldea.

Gracias Kenie y bienvenido seas. Ven, pasemos a mi cabaña y me cuentas. Haremos fuego para calentarnos.

Claro anciano, también yo deseo conocer algunas cosas.

¿Eres guerrero?

Algo parecido.

Entonces ¿fuiste tú quien mató a los dos guardianes de los dioses?

Supongo que sí. Se llevaban de nuevo a tu hija. Yo la amo y no tuve más remedio que hacerlo.

Bien hecho Kenie, son asesinos.

Por favor, cuéntame lo ocurrido anciano Numak.

Si no te importa, antes me gustaría conocer como encontraste a Nima.

Salí de mi aldea a cazar con un grupo de Mosere y al regresar oí un ruido, averigüe de dónde venía, era tu hija herida por los guardianes de los dioses. Se había escapado y la hirieron en su huida. La cuidé, curé y llevé a mi aldea para recuperarse. Luego quiso regresar para verte y pedirte autorización para casarnos. Iniciamos el camino de vuelta y a medio camino desobedeció mis advertencias mientras yo salí a cazar, se fue a un arroyo a bañarse. Allí la capturaron de nuevo y la encontré retenida por dos guardianes. Dijeron algo que ninguno comprendimos, algo relativo a una masacre, pero desconocemos esa palabra.

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