« Plateada luz de la noche
En los brazos de mi amor me hallo.
Nuestro lecho es la tumba,
Mil te quieros que no callo»
La madre de Fran llevaba un tiempo soñando con su amado todas las noches. Siempre lo veía con esa chupa de cuero y esas gafas de aviador que la enamoraron cuando era joven e intentaba seducirla. Le pusieron a su hijo su mismo nombre, Fran. Muchos años atrás, cuando consiguió que fuera su novia, ella enfermó gravemente por una neumonía y su chico estuvo con ella estrechándole su mano al lado de su cama, sin separarse ni un minuto. Carla le dio el sí poco tiempo después. Solo la muerte los separó.
Últimamente, lo veía en sueños con los brazos abiertos llamándola a lo lejos en la noche, frente al cementerio donde fue enterrado, pero ella no sentía miedo. Todo lo contrario. Deseaba que la estrechara en sus brazos. Esta noche deseaba soñar con ese ansiado abrazo. Su hijo aún tardaría en llegar a casa.
Se cepilló sus cabellos lentamente y se perfumó. Pintó sus labios de rojo. Para ella era una especie de cita. Una cita con su marido fallecido. Carla se acomodó en la cama. Una infusión relajante se enfriaba en su mesita. Se quedó dormida pronto, con el silencio sepulcral que envolvía su hogar.
Apareció ante la puerta del cementerio que estaba cerrada. A lo lejos creía ver a su marido llamándola.
—Quiero abrazarte —dijo a lo lejos el hombre con chupa de cuero y gafas de aviador. Una chistera negra temblaba en su cabeza.
—¡Y yo. !Te echo tanto de menos amor mío! !Acércate cariño!—dijo Carla emocionada. Era noche cerrada y no veía con claridad los rasgos de su amado. Pensaba que su marido abandonaba la tumba en sus sueños para visitarla.
—¿Deseas que te conceda un deseo?—preguntó aquel hombre.
Se quitó el sombrero, la chupa y las gafas de aviador. Carla se asustó mucho. La magia se esfumó de repente.
—¿Quién eres tú? —preguntó espantada al ver con claridad a aquel personaje extraño.
El mago hizo una reverencia exagerada con su chistera. Sus cabellos rojos sangre serpenteaban embravecidas. La observaba con infinita maldad contenida.
Carla se apartó de ese temible ser, agarrándose a los barrotes de la puerta del cementerio aterrada y desesperada. Llamaba angustiada a su marido. Observó horrorizada miles de almas observándola pegadas a sus lápidas. Se lamentaban. Lloraban por ella..
—¡Fran! ¡Fran! ¡Cariño! ¡Ven! !Tengo miedo! —chilló asustada Carla.
La bestia que estaba a sus espaldas, le habló con esa voz que helaba la sangre. Con voz hueca.
—Nunca vino. Eres una estúpida mujer. Pero podría concederte el deseo de que regresara de la muerte esta noche si me lo pidieras. —dijo sibilinamente.
Carla dejó de chillar apartándose de los barrotes del cementerio y se enfrentó al mago del terror con esa piel extraña.
—Si es cierto lo que dice, quiero verlo ahora. Quiero tener a mi marido conmigo! —gritó desesperada, muerta de miedo.
—Tendrá un precio, mujer —dijo sonriendo como un demonio, Piel de Harina
—¿Qué precio? —preguntó la mujer desconfiada. Pero estaba desesperada por volver a ver a su marido esa noche. Aceptaría cualquier condición.
—Una vida por otra, pero en su caso, mujer, diré una noche por otra vida. Su marido lleva pudriéndose en su tumba dos años. Mi querida Carla, comprobará que es muy fácil hacer tratos conmigo. Puede elegir libremente. Alguien que odie. Alguien que desearía estuviera muerto. Y no me diga que nunca ha deseado la muerte a nadie. Sabría si miente. Diga su nombre cuando le estreche la mano y esa vida que me desvele será mía para siempre. Pero no quiero dudas, piénselo bien, mujer. Una vez que me quedo una vida, no regresa jamás, de donde me la llevo.
Carla titubeó.
—Su marido la espera esta noche, —respondió la taimada alimaña tendiendo ya la mano abierta.
Carla se despojó ya de cualquier duda y remordimiento. Le estrechó la mano decidida, sin poder evitar sentir repulsión hacia el tacto de aquella mano.
—Mi vecina Elena. Siempre ha estado metiéndose en lo que nadie la llama. —dijo sin ser consciente de lo que acababa de hacer. En el fondo pensaba que era un sueño y que nada pasaría a la odiosa vecina.
Cerraron el trato. Piel de Harina reía frotándose sus manos enharinadas.
—Disfruta esta noche de tu marido. Pero con el primer rayo de sol él volverá con los muertos. No debe salir del cementerio. Fuera, sería solo un cadáver con gusanos.
Las puertas del cementerio se abrieron de par en par. Carla divisó a lo lejos a su marido, su Fran. Estaba mirándola con esa sonrisa tan suya. La estaba esperando con el mismo traje con el que lo enterró. Se internó sin dudar en el camposanto. Sin mirar atrás. Ya sin miedo alguno.
Carla despertó con los primeros rayos de sol con una sonrisa en sus labios. Se sentía mejor que nunca. Reparó en su mano derecha. Estaba manchada de harina y sangre. Se quedó pálida. Confirmaba que no fue solo un sueño
Se levantó con prisas y mantuvo su mano bajo el grifo unos minutos vaciando el bote de jabón líquido. Se miró en el espejo. Sus mejillas estaban ruborizadas. Se veía guapa. Pasó toda la noche con su marido. Seguía besando igual y le hizo el amor con pasión, encima de su tumba bajo la brillante luna. Olía a tierra húmeda. A vida.
Por fin, se despidieron el uno del otro. Se juraron otra vez amor eterno. Él la esperaba en la muerte.
Su vecina Diana que vivía encima de ella la llamó por teléfono. Eran muy amigas.
—¿Ya lo sabes? —preguntó su vecina.
—No. ¿Qué? —dijo casi sin prestar atención. Aún se sentía en los brazos de su marido, haciéndole el amor con pasión enfermiza. Carla se acariciaba su melena suelta. Se sentía sexy y joven otra vez. Hicieron el amor rodeado de muertos, que los observaban con ojos vacíos. Llegó al orgasmo infinidad de veces esa noche, despojándose de cualquier miedo o prejuicio. ¡Deseaba volver a pactar con ese diablo otra vez!
—Nuestra vecina Elena apareció muerta esta mañana. Escuché que murió por apnea del sueño. Dejó de respirar durmiendo.
Carla se quedó en shock.
«Una noche por otra vida». Las palabras resonaron en su cabeza.
Carla colgó la llamada. Se sintió sucia de repente. Suplicó no volver a encontrarse a ese mago extraño en sus sueños. Una noche de felicidad a costa de la vida de una persona. Empezó a sentirse mal, con el estómago revuelto.
—Dios mío. ¡Qué he hecho! ¡Qué he hecho! —se decía angustiada con profundo remordimiento.
Vomitó hasta sentirse vacía. Pero los besos y caricias de su marido seguían rondando en sus recuerdos. Carla se serenó. Se enfrentó al espejo contemplándose en él. Sus labios dibujaron una tímida sonrisa.
«Volvería a hacerlo».
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