El día después – Capítulo 16 de «El balón rojo»

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Se contemplaron largos minutos sin decirse nada. La joven confirmó que la belleza de su compañero, resultaba casi un pecado. Se perdió en sus ojos oscuros. Estaban ya tan cerca el uno del otro que podían tocarse con sus narices. Eran casi de la misma estatura. Pero en ese momento no había ningún atisbo de amor. Solo un deseo carnal enfermizo por parte de los dos.

Daniel perdió el control y se abandonó impulsivamente a la reacción de su cuerpo. La abrazó besándola con verdadera pasión, saboreando todos los rincones de su boca. Se preguntaba cómo pudo aguantar diez años sin caer en esa tentación. Esos carnosos labios le volvían loco. Sería solo esa noche. Una noche no conlleva problemas ni relaciones, ni promesas, ni bodas. Eran dos adultos dando rienda a sus pasiones.

Estuvieron toda la noche saboreándose, practicando sexo sin descanso. Acabaron exhaustos al amanecer. Los dos miraban al techo respirando profundamente. Agotados. Ya no se tocaban. No hablaban. Solo respiraban profundamente.

Daniel se vistió y se fue sin un adiós. Sin un ¿te veré el lunes en el trabajo? No. No quería hablar. Solo quería marcharse y entender qué le estaba pasando con esa mujer. ¿era solo sexo? O había algo más profundo.

Caminaba despacio por la calle, respirando intensamente. Eran las siete de la mañana. Pasó toda la noche sin dormir saboreando a Gala. Lucía un rostro sano envidiable. Un insomnio reparador. Inyectado en vida. Deseaba mucho más. Se confesó así mismo que la necesitaba como una droga. Por eso deseaba que volviera a la asesoría. Necesitaba tenerla cerca. Sonó su móvil en el bolsillo. Deseaba fervientemente que fuera ella. Volvería otra vez para hacerle esta vez el amor. Más lento y más profundo.

Era Gabriela.

—No te despediste —dijo la joven.

—Entonces hay que arreglarlo Gala.

Se escuchó un profundo silencio.

—Te espero ahora —respondió con un hilo de voz la enamorada joven.

—Antes te llevaré el desayuno —dijo Daniel henchido de vitalidad

—Bien. Te espero Dani —verbalizó con voz cargada de emoción.

Pasaron todo el fin de semana juntos sin salir de casa de Gabriela, haciendo el amor día y noche. Daniel no se acordaba ya de cementerios, ni fotografías. No echaba de menos su soledad. Su espacio. Gala había colocado su vida patas arriba. Sentía una vitalidad que nunca había experimentado. Se despidieron con un profundo beso el domingo de madrugada. Se verían el lunes en la asesoría.

Daniel no caminaba. Flotaba. Se reconoció así mismo que reparó en Gabriela desde el primer día que la vio aparecer por la oficina, algo nerviosa y tímida pero a él pertenecer a alguien le asustaba.

«No quiero compromisos con nadie» pensó Daniel llegando a su hogar. Tenía una lucha interior. Gabriela instantes atrás, iba ganando la partida. Ahora era su soledad, y su afición por los cementerios los que estaban ganando el pulso. Eran las cinco de la madrugada y no quería dormir. Decidió darse una ducha, desayunar y hacer limpieza por encima. A las siete estaría ya en la oficina.

Hablaría luego con Gabriela. Le diría que fue un fin de semana intenso y placentero pero no quería nada serio. Tenía otros planes y ella no estaba en ellos. Le diría. Sí. Le diría muy en serio que se apartara de él. Que no quería nada con ella. Que le resultaba indiferente y que acabaría haciéndole daño con su indiferencia y su manías.

«Mi Gala»

Daniel suspiró bajo el agua caliente. Supo que era imposible. Ya solo pronunciar su nombre le henchía de júbilo y de emoción su alma. Chorros fuertes de agua cubrían su atlético cuerpo, como lo cubrieron horas atrás las caricias de Gala. Tenía los ojos cerrados recordando el fin de semana con ella. Fue consciente que ya no era el mismo. Necesitaba más de esa mujer. Sentía que era totalmente suyo. Deseaba que amaneciera pronto, para verla y estrecharla entre sus brazos delante de todos.

Guardó su cámara de fotos en el fondo del armario. Era un símbolo ya del pasado. Pero su manuscrito lo guardó en su maletín. Se lo enseñaría a su chica. Iba a darle un giro diferente. Saldría un personaje con el nombre de Gabriela en su obra. Estaba realmente inspirado para escribir.

Daniel, el turista de cementerios, el que paseaba entre tumbas, el fotógrafos de figuras fúnebres, el adicto a la soledad. Ese hombre había muerto y había renacido en un ser con ganas de amar y ser amado. Deseaba tenerlo todo con Gabriela y no iba a poner impedimentos. Se dejaría arrastrar por esos sentimientos. Ya eran casi las siete de la mañana. Salió de su hogar consciente de que no volvería en días. Dormiría con Gabriela. Su casa era mucho más acogedora. Más cálida.

Pero había algo que no le abandonaba. El temor sordo, a esas fotos, con esas extrañas manchas negras, que recordaban a unas tijeras abiertas .

No comentaría nada a Gabriela. No quería asustarla.

Eliminó aquellas angustiosas imágenes, casi sin mirarlas, de su cámara y volvió a guardarla mucho más tranquilo.

© Verónica Vázquez

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