A Fran se le hizo eterna la mañana en clase. Y aún quedaba el resto de aquel maldito miércoles. Todos sus compañeros estaban angustiados por la violenta muerte de Gus. Nada se sabía de quién pudo cometer una barbaridad así. Fran intentaba no pensar.
Raúl parecía sombrío y extraño. Llevaba semanas que no dirigía la palabra a nadie y siempre se tapaba hasta arriba, como si realmente muriera de frío. Había días que utilizaba un gran pañuelo protegiendo su cuello y otras veces llevaba jerséis de cuello alto. Nunca levantaba la cabeza. Siempre aparecía mirando al pupitre en silencio, o la silla vacía de Gus.
Pero ahora quien le preocupaba mucho más era Javier. Sabía el cariño infinito que sentía hacia Gustavo. Lo consideraba como un hermano pequeño como se lo confesó él muchas veces. Debía hablar con él. Esa mañana vio a Javier con la cara pálida e hinchada de haber llorado. Se había marchado de la clase.
Fran estaba horas después sentado en la silla amarilla de la cocina con sus manos tapándose la cara. No dormía desde el lunes. Estaba cansado. En el hornillo se estaba calentando la comida que le dejó su madre antes de irse a trabajar.
Ey..Pizza
Fran retiró las manos de su cara.
Fran se sobresaltó. Volvió a escuchar aquella voz. Miró hacia atrás inquieto. Sonrió sintiéndose estúpido y apagó el hornillo. No tenía hambre pero se obligó a comer. Era un joven que sabía lidiar bien con el dolor y las pérdidas humanas. Perder a su padre le marcó y reforzó su carácter. Sabía que no había nada eterno en la vida. Nada seguro y que había que aprovechar cada momento. También era consciente que llorar era sano, no era nada por lo que avergonzarse.
Comió sin ganas, mareando la pasta con el tenedor. Aparcó el plato a un lado y sacó el móvil de su bolsillo. Marcó el número de Javier. Estaba apagado. Resopló preocupado y le dejó un mensaje. No quiso seguir comiendo. Se daría una ducha caliente para relajarse un poco. Su cuerpo le pedía descansar después de estar dos noches en vela. Sino quería caer enfermo como Raúl, debería hacerlo.
Sin darse cuenta estaba llorando. Echaría mucho de menos a Gus. ¿Quién pudo matarlo? ¿Y por qué se llevaron su cabeza? Nunca había escuchado algo así en su barrio. Era bastante tranquilo y seguro. No habían muertes violentas. Según pudo ver en las noticias días atrás, en España estaban aumentando de forma significativa las muertes por apnea del sueño. Olvidarse de respirar mientras se duerme. No sabía por qué le venía a la mente Raúl, cuando pensaba en esa noticia.
Los padres de Gustavo le habían preguntado el lunes si sabía algo que pudiera arrojar algo de luz a esa pesadilla. Más bien parecía un interrogatorio. Pero solo se enteró por ese señor en el cementerio, que el cuerpo de Gus apareció sin cabeza en su habitación aquel Domingo. No se quería imaginar la escena. Pero su imaginación volaba a esa habitación..
Un ruido fuera de la cocina. Parecía su armario abriéndose.
«Mirar el lado bueno, así sabrá siempre si alguien está abriendo su armario desde cualquier punta de la casa, cotilleando sus cosas» las palabras de Gus de aquel día de tormenta regresaron a su cabeza.
Sería su madre que habría regresado a casa.
—¿Mamá estás en casa? Dijo en alto Fran desde la cocina.
Otra vez aquel ruido. Era su armario al cerrarse. A Fran se le cortó la respiración. Miró dentro de los cajones de la cocina con nerviosismo. Palpó un cuchillo de carnicero. Lo empuñó fuerte.
Caminaba sigiloso por el largo pasillo. Apretaba cada vez más fuerte el puñal.
Ahora se abría y se cerraba el armario constantemente.! Cada vez más rápido! Era todo una locura!!
—Joder! Quien está ahí! —chilló con intenso pavor. Estaba apunto del colapso.
Ey..Pizza..
Escuchó una voz hueca y maligna a sus espaldas.
Fran se detuvo. Se dio la vuelta. El personaje de su dibujo, guardado en el armario, apareció ante él materializado, pero más amenazante, nauseabundo y aterrador. Su chistera descansaba en el suelo boca arriba pegado a sus zapatos negros. Sus cabellos de sangre se retorcían como serpientes embravecidas. Acariciaba unas viejas tijeras de podar de hierro mientras sonreía maliciosamente. Las abrió hacia el cuello del joven aterrado, emitiendo sonidos estridentes. A Fran le produjo un tremendo rechazo su piel enharinada con grumos repartidos por toda la cara. Y esas manos de harina, manchadas de sangre. Fran comprendió de golpe, el estado enfermizo de su amigo Raúl.
—Mis amigas quieren abrazarte —dijo el ser con voz hueca
Fran se protegió instintivamente con la mano ante el ataque mortal de aquel ser, produciéndose una herida profunda con el filo de aquellas tijeras de la muerte. El dolor fue intenso.
Abrió los ojos. Se había quedado dormido en la silla de la cocina. Su corazón latía tan deprisa como el latido de un pajarillo asustado. El móvil sonaba encima de la mesa. Era Javier. No pudo coger la llamada. Estaba manchando de sangre toda la cocina. Su mano poseía una profunda herida.