Mil ojos esconde la noche

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Sí, Juan Manuel de Prada te mira con esa cara de capullo porque sabe que a ti también te saca te quicio con su postureo de repelente niño Vicente, su personaje de escritor decimonónico al que parece sudársela todo por su mundo no el tuyo sino ese otro de las musas eternas que poco o nada tiene que ver con las modas literarias o toda la parafernalia que rodea al negocio editorial con sus estrellitas o tendencias del momento. De Prada te mira así porque sabe que ha escrito un novelón, MIL OJOS ESCONDE LA NOCHE, incluso que ha redoblado su LAS MÁSCARAS DEL HÉROE con la que dejó pasmado a muchos que creían que ya no se podía escribir como él lo hace y levantar pasiones lectoras, vamos, que no estaba ni está muerta la Literatura con mayúsculas que no renuncia a un estilo muy personal y hasta cierto punto «vintage» o así, como a la macha leche, a «epater» ese burgués en el que se han convertido sobre todo las nuevas generaciones de lectores modositos y que fruncen el ceño, cuando no es que ponen cara de verdadero asco, delante de libros que les hablan de nuestra pequeña Historia y además con una sorna tan exquisita y valiente, por lo general porque no entienden eso de la sorna y todavía menos cómo qué es eso de la valentía en unos tiempos donde todo el mundo se ofende porque él prójimo no comparte una visión determinada de la vida que, vaya por Dios, suele coincidir tanto con la suya en exclusiva como con esa otra que conforma lo que hoy llamamos lo políticamente correcto. De la Prada te mira así porque sabe que ha escrito eso que alguno ya ha denominado, con no poca hipérbole, como «una catedral de la Literatura». Una catedral que además sabe a placer prohibido porque, repito, se da directamente de hostias con esa otra en boga en estos tiempos de «buenrrollismo» como principal actitud moral y ética ante la vida, y no digamos ya el cultivo de una falsa y mojigata equidistancia para lo de llegar a todo el mundo procurando molestar lo menos posible a quien está deseando que lo molesten para poder despotricar contra esto o lo otro gracias a esa ventana infinita al mundo que son las redes sociales. Empero, Juan Manuel de Prada te mira como un capullo redomado sobre todo porque sabe que sospechas que su protagonista, Fernando Navales, es un trasunto imposible de él mismo, y encima no te queda otra que reconocerle que has disfrutado de una novedad literaria en lengua castellana como pocas veces desde hace mucho, pero mucho tiempo, y en el especial con el personaje cínico y cabronazo que sostiene estas casi 800 páginas a través de las cuales tu sonrisa retorcida se mantiene constante, a excepción de cuando se torna en verdaderas carcajadas. Y lo mejor de todo, que el sindios de esta contra-epopeya de nuestra Historia más reciente no se ha acabado porque De Prada nos amenaza con otro tocho de semejante tamaño. Y es que puede que sea precisamente eso lo que más irrita de la jeta de Juan Manuel de Prada en la foto que acompaña a estas palabras, que se le nota demasiado el casi impúdico placer que ha sentido escribiendo esta maravilla, cómo ha disfrutado el muy cabrón haciéndolo, como pocas veces consigue hacerlo un escritor con lo que tiene entre manos. Yo diría que hasta el punto de importarle poco o nada el éxito o no de su criatura, de ahí el despropósito de hojas que ha pergeñado una tras otra y siempre a espaldas de lo que parece dictar el sentido común de estos tiempos literarios sin Literatura. Pues lo que decía, qué tío más repelente.

             

© Txema Arinas

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